En los años ochenta un grupo de padres de Calcinate, un pueblo de la provincia de Bérgamo, creó una cooperativa con intención de abrir un colegio para transmitir a los niños los valores de la tradición católica. Fue posible gracias a la colaboración del obispado, de párrocos, alcaldes y amigos, de todos aquellos que tienen verdadero interés por la educación de los jóvenes
Quizá a nadie le importe. Nadie le presta atención. La costumbre embota a menudo la memoria, trastoca las tradiciones. Sin embargo un colegio, sencillamente un colegio, nace en una comunidad civil, es el fruto de una sociedad que invierte en el futuro, en sus hijos, en la educación como factor de progreso civil, social y económico. Es decir, un colegio nace de un pueblo. Pero la indiferencia educativa de muchos padres y el sueño ideológico de muchos profesores ha conmocionado generaciones de jóvenes estudiantes, les ha abocado a la frustración de unos títulos inútiles, les ha evitado la necesidad de afrontar la realidad, les ha mortificado con una especie de subcultura en la que estudiar resultaba ser un peso, no un estímulo.
Franco Nembrini es un bergamasco, sólido y obstinado, que trabaja como profesor. A finales de los setenta, en varias zonas de la provincia de Bérgamo, se dio una especie de “revolución cultural”. En una zona trabajadora, industrializada, con multitud de pequeñas empresas, profundamente católica, de repente, en ciertos ambientes, aparece la fascinación por el marxismo-leninismo. Varios intelectuales católicos se convierten en exponentes de primera línea del “comunismo de refundación”, del “verdadero comunismo, no el ruso”. Es la época del 68, que vive toda la sociedad italiana, que se traslada sobre todo a la escuela, al delicado mundo de la formación y la educación de los jóvenes.
Nembrini todavía recuerda lo que pasó en aquellos años: «Venían a verme padres que habían trabajado durante toda su vida y que querían un futuro para sus hijos. Algunos abrían los brazos y me decían que habían llegado a tener que estudiar el pensamiento de Mao en el colegio». En esa zona de tradición católica secular, de comunidades construidas a base de mucho trabajo, se percibía el cortocircuito que sacudía a la sociedad italiana desde la familia a la escuela y a toda la sociedad. Nembrini y otros amigos comenzaron a buscar una solución para todos aquellos pueblos de la región de Bérgamo que a veces se enlazan hasta confundirse, o se resguardan en los valles: fundar una cooperativa de padres para abrir un nuevo colegio. Hoy nos dice: «Una tarea difícil, que parecía imposible: había que buscar un edificio, profesores, soluciones logísticas y, sobre todo, dinero».
Múltiples accionistas
A comienzos de los años ochenta les ofrecieron un edificio de la Orden de los Pasionistas en Calcinate: era un seminario que iban a trasladar a otro lugar. El precio del inmueble y del terreno era de escalofrío. Pero no se amedrentaron: comenzaron a trabajar en el entorno, con la colaboración de 32 de los 35 párrocos, a hacer cola en los ayuntamientos, a colaborar con los alcaldes…Pero la cifra que consiguieron reunir era ridícula en comparación con lo que se necesitaba. Aún así se crearon dos grupos de primaria. Parecía una locura, como todo lo importante que se hace en la vida.
Pero no se conforman con la primaria. Necesitan educación infantil y enseñanza media, un colegio homologado en el que estén implicados los padres y donde los chicos encuentren la posibilidad de formarse y de estudiar. Hizo falta esperar casi quince años hasta que surgió la oportunidad. Los costes se volvieron más razonables, el problema entonces era reunir inversores que creyeran en esta realidad. La solución llegó del obispado de Bérgamo, que puso a su disposición la mitad de la cifra necesaria. Nembrini explica: «Es difícil olvidar aquel día. Porque justo cuando salía de la reunión con los responsables del obispado, me llamó por teléfono un amigo sacerdote que me había conseguido otra cantidad significativa. El resto lo recogimos buscando en toda la zona una especie de accionariado difuso, y así llegaron los últimos millones que necesitábamos para adquirir el edificio». Ahora se trataba de aceptar y sacar adelante un desafío de los que hacen época: a los adultos les cuesta educar, parecen no tener certezas, razones sobre la esperanza y el bien que se puedan comunicar a las nuevas generaciones. En la región, que se caracteriza por tener miles de pequeñas y medianas empresas, donde el dinero se mueve, pocos conocen el drama de los empresarios: el miedo a dejar el negocio, que les ha costado una vida de sacrificios, a unos hijos ineptos e irresponsables. Por eso cada vez encontramos más padres y madres que nos piden expresamente que les ayudemos a ejercer de padres, a juzgar lo que sucede, a redescubrir una fe que sienten correr por sus venas pero que no consiguen comunicar a sus hijos. La Cooperativa crea el “Curso de padres”: las familias se encuentran, se hacen amigos discutiendo, en torno a un plato de chorizo y un vaso de vino, sobre la familia y la empresa, la fe y la sociedad civil.
Becas de estudio
Es inmenso el deseo de encontrar las propias raíces, esa forma sencilla y buena de vivir la fe que ha generado la grandeza y la fortuna de esta tierra. Hace cuatro años algunos pensaron en cómo ayudar a la decena de familias que no podían pagar la mensualidad. Se fundó entre los padres la “Asociación de amigos de La Traccia” con un único objetivo: recoger dinero para becas de estudio. ¿Cómo?, muy sencillo: se hace una fiesta durante diez días en la que se cuenta a todos la historia del colegio, se habla con los párrocos y con los alcaldes, se come, se bebe y se canta con los vecinos, con los amigos del bar, con los compañeros del voluntariado o con la banda de música del pueblo, con los de la compañía de teatro local o con los catequistas de la parroquia. Un trabajo de locos, algunos se toman vacaciones para poder estar allí desde la mañana hasta la noche, pero el resultado es un pueblo que disfruta realizando una obra en común: el año pasado se sirvieron en un solo día 3.000 comidas.
¿Todo resuelto? De eso nada. Ahora hay que poner en marcha el colegio, remodelar el edificio. Dar saltos mortales, pero al final se consigue. Hoy “La Traccia” ve realizado el sueño de una comunidad completa. No solo educación infantil y enseñanza media, sino también dos itinerarios de bachillerato, ciencias y letras. Visitando las aulas y los laboratorios se da uno cuenta de que tanto la dirección como el profesorado (e igualmente los bedeles o la secretaría) coinciden en la misma pasión por los chicos, tienen algo verdaderamente grande y bello que contar, leyendo poesía, realizando un experimento de física o acogiendo a las madres en la entrada. Nembrini nos lleva a visitar el edificio reformado, amplio, de grandes pasillos y aulas espaciosas. Luego nos enseña las instalaciones, el campo de fútbol, hasta un “poblado africano” fielmente reconstruido por un misionero pasionista. Está satisfecho pero ya está pensando en otra cosa: «Este es un colegio laico, que ha nacido porque el pueblo que vive en los alrededores lo ha querido, lo ha deseado. ¿Sabes cuál es mi mayor satisfacción? Cuando me entero de que nuestros alumnos sufren si tienen que perder un día de colegio. O cuando conseguimos que los chicos de bachillerato representen Romeo y Julieta en el teatro Donizzetti de Bérgamo. ¿Comprendes?, en el Donizzetti, el templo sagrado de la cultura de la provincia. ¡Es como si un colegio de Milán montara un espectáculo en la Scala!»
Aventura educativa
Se queda uno asombrado al leer en la publicación oficial: «La aventura educativa se lleva a cabo en el hecho concreto de una relación humana que garantiza la comunicación del patrimonio de los conocimientos, de la experiencia, de los valores que componen la cultura de todo un territorio. De esta manera hacer escuela se convierte en una tarea educativa y pública, que nace de una responsabilidad y de una pasión por la educación de los jóvenes».
¿Pero todo esto es verdad?, pregunto con cierta ironía a Nembrini. Y él, sonriendo satisfecho, me responde: «Ven a ver la fiesta del colegio en junio. Te darás cuenta de cómo una comunidad motivada puede invertir en sus jóvenes y en su colegio».
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