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Huellas N.7, Julio/Agosto 2005

SOCIEDAD España hoy (II) / Tiempo de educar

Reflexión. El valor de la diferencia

Teresa Suárez del Villar

Un grupo de Psicólogos, Terapeutas de Familia y Sexólogos asociados a la Compañía de las Obras ha elaborado el texto que publicamos a continuación con el objetivo de esclarecer el alcance del debate actual sobre la diferencia y la identidad sexual

Instituir el matrimonio entre personas del mismo sexo es el resultado final de la eliminación de la diferencia que implica la heterosexualidad como hecho característico y constitutivo del matrimonio. Es, por tanto, un paso más de un proceso de fragmentación y confusión cultural y social que tiene su origen en un proceso más profundo de fragmentación de la propia persona.

Proceso de fragmentación
Asistimos a un proceso progresivo y continuo de separación entre esferas que por su naturaleza están unidas: el amor, el matrimonio y la familia. Este proceso viene favorecido, especialmente, por los grandes avances tecnológicos y científicos (principalmente en el campo de la biología). Aparece una separación entre lo que es una pareja y el matrimonio, entre la sexualidad y la procreación, entre ser pareja y ser padres, entre ser padres y procrear.
Además, detrás de todo esto se encuentra una concepción fragmentada de la persona, en la que se llega incluso a la disociación entre mi cuerpo (naturaleza) y mi persona (se separa artificialmente el cuerpo que soy del cuerpo que tengo). La consecuencia es que se cree, ingenuamente, que somos capaces de optar, de decidir y elegir una identidad al margen de ese dato de hecho que es nuestro cuerpo y que es sexuado en función de dos categorías excluyentes (hombre y mujer).

La ideología del género
En este contexto, nos parece de especial interés recordar la ideología del género (gender) desarrollada desde los años cincuenta en el mundo anglosajón. Esta corriente propone que la masculinidad y la feminidad no estarían determinados fundamentalmente por el sexo (ser hombre y mujer) sino por meras construcciones culturales hechas según los estereotipos que en cada sociedad se asignan a los sexos.
En sus posturas más radicales, el llamado “feminismo de género” afirma que se puede, es más, se debe, prescindir de la naturaleza (“la naturaleza estorba”) y construir una identidad sexual y por ende personal al margen de lo que marca y dicta nuestra genética, nuestra biología y, en definitiva, nuestro cuerpo. Según estas corrientes, durante siglos y gracias al sexo, entendido desde el punto de vista biológico, se ha justificado una situación de inferioridad de la mujer en la sociedad. Con el deseo de luchar contra esta situación de injusticia, y para lograr la “igualdad”, se pretende eliminar cualquier diferencia entre ambos para que no haya nada característico y propio del hombre y de la mujer.

El “feminismo de la diferencia”
Por el contrario, en los años 90 surge un nuevo movimiento, el “feminismo de la diferencia” que pretende que es posible una situación de igualdad sin anular lo que nos enriquece y caracteriza como diferentes.
Nosotros afirmamos, más de acuerdo con esta última corriente de pensamiento, que es posible una relación adecuada entre el sexo y el género. Para ello hay que reconocer que existe una profunda unidad entre las dimensiones corporales, psíquicas y espirituales, una interdependencia entre lo biológico y lo cultural. El respeto a la naturaleza desde todos los puntos de vista siempre nos devuelve un enriquecimiento mayor, mientras que su ataque nos hace pagar precios demasiado caros. De hecho, no sólo es posible sino necesario tener en cuenta cómo son las cosas para poder disfrutarlas hasta el fondo sin estropearlas y esto es válido tanto para el medio ambiente como para la persona humana.

¿Es superable la diferencia sexual?
Hombre y mujer son idénticos y diferentes. Son idénticos como personas, ya que tienen la misma naturaleza humana, pero son sexualmente diferentes, la diferencia sexual es una dimensión irrenunciable del yo. Cada persona existe siempre como hombre o como mujer, no hay otra posibilidad. Esta diferencia sexual invade todo el ser humano, desde la primera a la última célula del cuerpo es masculina, en el caso del varón, y femenina, en el caso de la mujer.
La diferencia sexual expresa que ninguna persona agota en sí misma el modo completo de serlo, ya que existe otro modo de ser persona que nos resulta inaccesible a nosotros mismos, inaccesible pero complementario. Nuestro ser sexuados expresa la necesidad que tenemos del otro, una necesidad que está escrita en la carne y que nos empuja hacia el otro, nos abre fuera de nosotros mismos, significa una clara disposición hacia el otro, una complementariedad en el otro.
Desde el punto de vista de la experiencia clínica proponemos algunos ejemplos en los que se hace más evidente lo inevitable y enriquecedor de la diferencia sexual. Vamos a abordar tres aspectos: la demanda sexual, la expresión de la afectividad y la vivencia de la maternidad-paternidad.

La demanda sexual
En las últimas décadas hemos visto cómo las mujeres han sido animadas (¿obligadas?) a actuar sexualmente como se supone que lo hacen los hombres. Desde la ideología del género, se había pensado que para luchar contra la desigualdad la mujer debería comportarse como lo hacían los hombres, es decir, hacer explícito el deseo sexual, entender la variedad de parejas como un síntoma de libertad personal y ausencia de represiones, exhibir las conquistas... Se copiaron las claves de la expresión y conducta erótica de los hombres y se trasladaron de manera automática a las mujeres.
Esto, lejos de mejorar la situación de las mujeres ha producido un hastío, se trataba de un “encorsetamiento sexual en lo masculino” que ha dañado a muchas mujeres y por ello a muchas parejas. Tras esta supuesta liberación se escondía una trampa, la de ser mujer pero tener que actuar como un hombre, es decir, renunciar a lo que les caracterizaba como mujeres.

La expresión de la afectividad
En este campo, la situación era justo la contraria. Las mujeres sabían expresarse afectivamente y los hombres parecían bloqueados, incapaces de expresarse. ¿Cómo se solucionaría esto? De nuevo, desde una perspectiva de la igualdad, la propuesta era que los varones imitasen la forma de las mujeres, que tenían más facilidad para expresarse en este terreno. Sin embargo, este intento ha violentado a hombres y mujeres en lo que podemos llamar un carácter sexual que no es opcional, que como tal les diferencia, y entre otros resultados hemos visto cómo disminuía el deseo sexual femenino, por no tener delante el atractivo del hombre, del diferente y complementario.
Cuando dos hombres que se aprecian se ven, se dan unos manotazos tremendos en la espalda, entre ellos se gastan bromas, se dedican a “fastidiarse” con afán...¿Estamos hablando de un bloqueo afectivo o se trata de un modo distinto de expresar la afectividad? ¿Son insensibles los hombres porque no siguen las pautas de la sensibilidad femenina?
La diferencia sexual se expresa en caracteres sexuales originales, que no elegimos, que no podemos eliminar ni controlar; entre otros, estos caracteres hacen a la mujer implícita en lo erótico y explícita en lo afectivo y al varón, de forma complementaria, explícito en lo sexual e implícito en lo afectivo

La vivencia de la maternidad-paternidad
Hay situaciones determinantes que disparan tozudamente las diferencias sexuales: el nacimiento de un hijo nos pone delante lo inevitable de los caracteres sexuales, las mujeres no pueden evitar el hecho de ser mujeres ante la aparición de los hijos (y por tanto, los hombres el hecho de ser hombres). La maternidad hace patente en muchos aspectos las diferencias entre el hombre y la mujer, por muchas teorías del “deber ser” que diseñemos.
La maternidad-paternidad es un carácter sexual diferencial, que imposibilita una relación de igualdad cuando pasamos del matrimonio a la familia. La madre lleva al hijo en su vientre, lo pare, lo amamanta, y lo ama de la forma en que aman las madres. El padre protege, nutre y apoya a su esposa y a su hijo, y ama a éste de la forma en que aman los padres. Pretender mantener a estos niveles un esquema igualitario es más una cuestión estética que de realismo.

Una frustración inevitable
Desde la experiencia terapéutica, el que las parejas jóvenes tengan la expectativa de la igualdad absolutamente interiorizada, como un criterio de éxito y de valía, hará que vivan cualquier situación de desigualdad como fracaso o pérdida de calidad en la relación.
Permitir que se exprese la diferencia sexual dentro de la identidad personal proporciona a las parejas una fuente de satisfacción y creatividad a la vez que les quita el peso de la obligación de una identidad de género neutra, que tiene como consecuencia una frustración inevitable, porque pretende eliminar lo que no se puede eliminar y al no conseguir este “ideal social igualitario” las parejas lo viven como un paso atrás, un fracaso personal o relacional.
La diferencia promueve la dialéctica entre los sexos masculino y femenino, donde nos situamos los sujetos. Reconocer que somos diferentes y atrevernos a entrar en el mundo del otro nos obliga a aprender “un idioma” que no es el nuestro, que es diferente y esto es una ocasión grandiosa de ver el mundo a través de los ojos del complementario y una dificultad para entrar en un mundo que nos es inaccesible si el otro del otro sexo no nos abre la puerta.

Incapacidad de crear vínculos
Estamos asistiendo a una debilidad de las personas tan importante que la fragilidad del yo, la incapacidad para crear vínculos fuertes, paraliza a las personas y el miedo les hace pensar que ni aman ni son amados, que no están construyendo nada. Entonces, miran hacia un amigo o amiga de su mismo sexo y se dan cuenta de que parece más fácil, que los conflictos son mucho menores (porque, como hemos dicho, derivan principalmente del hecho de que uno es hombre y la otra es mujer). Así, algunas personas llegan a dudar de su orientación sexual, pensando que el deseo de ser feliz, de estar contentos, de amar y ser amados del todo, para siempre, sin límite, que este deseo se puede colmar con esa otra persona que me es igual, que huyendo del complementario y entregándome a un igual, el corazón puede quedarse satisfecho y tranquilo.

Entrar en el mundo de lo diferente
Pero estamos bien hechos y el corazón de todo ser humano se rebela, tarde o temprano, de una manera o de otra, salta la urgencia que llevamos grabada a fuego en el corazón: ¡no logramos conformarnos!, queremos ser felices, no un poco felices, sino del todo y para siempre. Y lo que parecía una solución se revela como una trampa y por fortuna aparece la tristeza, como ocasión para reconocer que nos habíamos equivocado, para pedir ayuda y acompañados correr el riesgo apasionante de entrar en el mundo del diferente y a través de él descubrir quiénes somos de verdad.
Es verdad, también, que en algunas personas aparece un rasgo, un síntoma: tienen una tendencia sexual hacia personas de su mismo sexo. No nos interesa entrar en una guerra de porcentajes, de números o frecuencias con respecto a la homosexualidad, tampoco este es el lugar para explicar las posibles causas en cada caso, además, desde la terapia tampoco es fundamental. Nos importa saber si esa persona que tenemos delante tiene posibilidad de recuperarse, de vivir la experiencia de la complementariedad, nos preocupa acompañarles en el dolor que supone tener que renunciar a esa grandeza, que puedan hacer un duelo por esa herida y que el dolor no les confunda, deseamos poder ayudarles a vivir esta circunstancia, sin proponerles sucedáneos a su deseo de felicidad. Nos gustaría aprender a ponernos en su lugar, mirar su dolor con ellos, no es fácil, pero es más humano que engañarles.

Para construir la identidad sexual
¿Cómo surge la identidad sexual, es decir, el proceso de identificación con el propio sexo? Se debe distinguir entre identidad sexual (ser hombre o mujer), y orientación sexual. Se entiende por orientación sexual la preferencia que se establece en la adolescencia y que es influenciada por factores culturales, educativos y por la experiencia personal de cada individuo.
La construcción de la propia identidad personal (¿quién soy yo?) se adquiere reconociéndose hombre o mujer, es decir, no podemos adquirir una identidad personal separada de la identidad sexual (yo soy “yo-hombre” o yo soy “yo –mujer”).
Por este motivo, para generar un hijo es condición necesaria la participación tanto de un padre (yo-hombre) como de una madre (yo-mujer); uno y otra educan desde lo que son, desde la parte de la naturaleza humana de la que participan, es decir, del diferente modo de ser persona.

Para un proceso realmente personal
El espacio que se genera gracias a la diferencia entre el padre y la madre le permite al hijo construir su propia identidad personal, distinta de la de sus padres, le permite crecer libremente. Un hijo-varón crece imitando a su padre ante la mirada de su madre y una hija-mujer crece imitando a su madre ante la mirada de su padre. Si carece de esta circunstancia el hijo imita automáticamente, no realiza el proceso personal, y único en cada caso, de aprender por comparación y contraposición con el otro diferente y, de esta manera, no logra una adecuada identificación personal y por tanto sexual
No hablamos de una identificación en función de los roles que cada uno desempeña, sino en función de los caracteres sexuales y, obviamente, de la explicación que sus progenitores den sobre éstos. La identidad personal es un proceso que comienza desde el momento en el que el recién nacido entra en relación con sus progenitores y dura toda la vida.

Necesaria para educar
La diferencia sexual no sólo es necesaria para generar hijos sino también para educarlos. La función de la unión estable entre un hombre y una mujer (que se ha reconocido como buena y, por ello, ha sido y es protegida en la mayoría de las sociedades e institucionalizada como matrimonio) no es sólo la generación de nuevos seres, su cuidado y protección, sino más aún la posibilidad de educar en el sentido integral, es decir, de poner las condiciones adecuadas, generando el espacio necesario para que puedan participar de los dos modos diferentes y complementarios de ser que existen en la naturaleza humana: hombre y mujer para que, así, ese nuevo ser humano construya su propia identidad personal.

No banalizar una necesidad
Por este motivo, las necesidades de seguridad, afecto y cariño que tienen los niños no deben separarse del proceso integral a través del cual se forma su identidad personal. Es decir, en el proceso que les conduce a convertirse en ellos mismos, el niño o la niña recibirán una serie de experiencias afectivas, educativas y sociales que están intrínsecamente relacionadas con la posibilidad de que ellos lleguen identificar su yo, su persona como sexuada (hombre o mujer). Por este motivo, el ideal es tener un padre y una madre y no un padre sólo, una madre sólo o dos padres o dos madres. No es posible concebir ninguna experiencia que tenga un niño al margen del proceso de su propia identidad, y este es un dato a tener en cuenta a la hora de banalizar o relativizar la necesidad de tener un padre y una madre.
No podemos olvidar que, en el mundo en que vivimos, es un dato alarmante pero real que cada vez con más frecuencia un adulto se ve obligado a realizar las funciones de padre o madre en solitario. Evidentemente, esta circunstancia aun cargada de dolor para el hijo puede no ser negativa, si se le permite crecer sabiendo que tiene un padre y una madre, que él es fruto de ellos dos, y que esa diferencia que le ha generado es un hecho positivo en su vida.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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