Los resultados del referéndum francés y holandés manifiestan el temor a que se abran al Este las puertas de la Unión, pero también suponen la oportunidad de volver a sentarse a la mesa y discutir de nuevo sobre la Europa que queremos. Entrevista al historiador polaco Bronislaw Geremek
Se ha dicho que Europa ya no permite soñar. ¿Y cómo reacciona a tan brusco despertar quien ha perseguido durante toda su vida ese sueño hasta realizarlo, hace un año, con la entrada en la Unión Europea? Hablamos con Bronislaw Geremek, historiador polaco de fama internacional y militante de Solidarnosc desde sus inicios; ya entonces consejero de Walesa y después ministro de exteriores, desde finales de los noventa. Intelectual y político, Geremek es considerado como uno de los más distinguidos representantes de la nueva Polonia, ligada a la tradición europea y a los valores de la democracia occidental. Desde junio de 2004 es eurodiputado, miembro del grupo del ALDE, la Alianza de los liberales y demócratas para Europa.
Profesor Geremek, muchos observadores han visto en el doble “no” al Tratado constitucional de Francia y Holanda una especie de repliegue popular frente a la apertura de Europa a los países del Este llevada a cabo el año pasado. ¿Es así?
Me temo que en Europa occidental no se ha entendido bien el significado de la apertura a los antiguos países comunistas. La integración se ha realizado en un clima de indiferencia e ignorancia de los datos reales y el mismo término de “apertura” es muy reductivo. Habría que hablar, más bien, de reunificación del continente, un hecho histórico de enorme importancia para el destino de Europa y del mundo. En lugar de eso, se han creado mitos –como el del fontanero polaco que quita trabajo al fontanero español o francés– que no tienen nada que ver con la realidad porque sabemos que no estamos sufriendo ninguna invasión de mano de obra del Este. Creo que la cuestión es más profunda y va más allá de la apertura de Europa.
¿A qué se refiere?
A mi entender, los referéndum de Francia y Holanda muestran una posición hostil hacia lo que consideran un peligro externo, como el fenómeno de la globalización, y suponen un claro desafío a la capacidad de las instituciones europeas para hacerle frente. El no al Tratado constitucional se ha tomado muy en serio. No se trata solo de un suspenso a las disposiciones y mecanismos previstos para el futuro, es una negativa a la Unión Europea tal y como es actualmente.
¿Qué influencia puede tener el “no” de Francia y Holanda en los países de la UE que ya eran bastante escépticos en lo que se refiere a la Constitución?
Realmente, no es el texto que soñábamos. Personalmente yo lo considero un instrumento útil, pero con grandes lagunas, comenzando por la falta de referencia a las raíces cristianas del continente. No obstante, el 60% de los polacos, hasta hace poco, se mostraba favorable al Tratado de la Constitución. Curiosamente, los más hostiles eran los políticos, no la sociedad. Pero tras los referéndum de Francia y Holanda, los sondeos indican un cambio en la tendencia: el “sí” al Tratado ha descendido de golpe al 50% y continúa bajando.
Parece que la UE haya llegado a un punto muerto. ¿Cómo puede reemprender su marcha?
El suspenso del Tratado puede convertirse en la oportunidad de retomar el debate sobre la Europa que queremos. Tenemos que romper con esa mentalidad estática de la que se nutre la política comunitaria: cuántos votos le tocan a cada país, cuánto se paga, cuánto se recibe, etc. Hay un problema urgente que incumbe a todos y es la reforma del sistema económico y social. La UE tiene que saber dar respuesta a lo que se plantea en las conversaciones familiares y toca la vida cotidiana. No podemos permitir que las cuestiones del trabajo, la familia y el desarrollo demográfico queden exclusivamente en manos de cada país. Estos son los problemas que preocupan al ciudadano europeo. El futuro de la UE no puede ser una mera continuación del proyecto europeísta de los años cincuenta. Existen nuevos desafíos que exigen un cambio en nuestra cultura política.
¿Ha terminado la alianza franco-alemana entendida como motor de la unificación europea?
Es evidente el papel que han jugado Francia y Alemania en el proceso de integración europea. Como historiador, me gusta imaginarlo como la continuación del que llevó a cabo Carlo Magno, cuyo imperio se sostenía sobre el eje franco-alemán. Después llegó la dinastía de los Otones, que tenían una idea distinta de Europa. En particular, Otón III estaba convencido de que la Europa latina debía comprender también la eslava. Mil años después, estamos frente al mismo problema. Con la apertura al Este en 2004, la UE se encuentra en una situación completamente nueva, su cuadro geográfico se ha clarificado y ahora se trata de organizarlo internamente. El motor franco-alemán se ha atascado porque la máquina ya no es la misma. Quien la conducía debe reparar en ello.
El filósofo Jan Patocka, exponente de la disidencia bajo el régimen comunista, dijo que Europa necesita una cura del alma. ¿Valdría esto para la UE?
Completamente. Debemos volver a preguntarnos sobre las cuestiones fundamentales de la construcción europea: por qué queremos vivir unidos y cómo pensamos hacerlo. Las razones no son puramente económicas o políticas: somos una comunidad histórica que tiene algo que decir al mundo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón