Hace cuarenta años un intercambio de preguntas y respuestas con don Giussani durante una clase de religión le provocó a descubrir su pertenencia a la tradición judía. La ex-alumna del Berchet recuerda hoy aquel encuentro
Milán, noviembre de 1963. El sonido del timbre invadía los pasillos. Manuela pensó «¡Bien, una menos!». Miró a sus nuevos compañeros de clase, tan diferentes de los que tenía el curso anterior en la escuela judía. Por diferentes circunstancias sus padres habían decidido que terminara los dos últimos años de bachillerato en el Liceo Berchet de Milán, donde conocían al director, Yoseph Colombo, y a algunos profesores. Recogió los libros y se dispuso a salir junto a otras dos compañeras, también exentas de la clase de religión. Pero se entretuvo y el profesor entró en clase. Un curilla delgado, que tras breves instantes tronó desde la pizarra «¡La verdad es una realidad!». Silencio. Manuela levantó la mano: «Perdone pero no estoy de acuerdo. Usted tiene la suya, yo la mía. Cada uno, una». Silencio de nuevo, nadie intervenía, el sacerdote se adelantó, tratando de romper el muro de indiferencia de los chicos. Manuela estaba escandalizada por su silencio, por su pasotismo. Qué distinto era el clima que se respiraba en la escuela judía donde convivían etnias y lenguas diferentes, y diversos grados de religiosidad: había chicos muy rigurosos en la observancia, que se reunían para rezar en los locales de una parroquia de la calle Cellini –tanto es así que se les conocía como “los de vía Cellini”– y otros que, como ella, pertenecían a la burguesía milanesa y para los que la cultura lo era todo y la religión cero. En su casa se respiraba lo mismo: su familia buscaba en la escuela judía que recibiera una cierta formación religiosa, como es debido, lo justo «para no perder la tradición, sin que llegara a ser una regla sobre la que construir la vida». Nada más. ¡Y ahora en el liceo va ese cura y dice que la verdad es una! Por ella merece la pena vivir, sufrir y gozar. Ese sacerdote era don Luigi Giussani: diez años antes, precisamente en el Berchet había empezado Gioventù Studentesca, conmocionando la idea de cristianismo que muchos tenían en la Italia de los años cincuenta.
¿Comparar o comprobar?
Algunas semanas más tarde, durante una clase don Giussani preguntó «Si me intereso por el credo de otro, ¿qué estoy haciendo?», y Manuela: «Comparo». Y él dijo categórico: «No. Compruebo». ¿Compruebo? ¿Qué compruebo? Al acabar la clase, le alcanzó en el pasillo para continuar la discusión. Y así fue transcurriendo todo el curso escolar. No se quedaba siempre a clase de religión, pero ese cura tenía algo fascinante, que no la dejaba tranquila, aparte de que «era de una simpatía arrolladora», como recuerda hoy Manuela Camerini Cantoni. Fuimos a verla a su piso de Milán, pocos meses después de la muerte de don Giussani: «Yo también estuve en el Duomo, llorando su pérdida. Hacía mucho tiempo que quería volver a verle, para contarle lo que ha sido mi vida durante todos estos años. Y para darle las gracias…».
Navidad de 1964. En la entrada del liceo había un cartel invitando a un viaje a Sicilia organizado por Gioventù Studentesca. Manuela decidió apuntarse, aunque solo fuera para no ir a Livigno con la familia «a pasar frío en la montaña». No conocía a nadie de GS, había oído hablar del raggio y poco más. El tren salía el 27 de diciembre. Eran unos 25: un matrimonio, una chica de los scouts, algunos del Berchet y Cesare, un universitario que hacía Ciencias Políticas. Empezó una amistad que permanecería a lo largo de los años. El responsable era el padre Emmanuel, amigo de don Giussani desde los primeros años de GS. «Después supe que don Giussani les había pedido que tuviesen en cuenta que iba una chica judía con ellos. Al principio no me sentó bien: me sonaba a censura; luego entendí lo que quería decir: “Tened cuidado de no herir su sensibilidad, hace falta un cierto autocontrol para respetar al otro”».
El retiro de Asís
Después de aquellas vacaciones Manuela atravesó un período difícil. Ya nada era como antes. Iba mal en el instituto, nada le interesaba. Su interés estaba en otro sitio. ¿Dónde puede descansar el corazón? ¿Dónde encontrar las respuestas? Hablaba casi todos los días con Cesare. Algunas veces iba el domingo por la mañana a la iglesia de San Esteban a oír cantar a los de GS. En Pascua participó en un retiro en Asís con 250 chicos. Don Giussani la presentó con estas palabras: «Manuela es judía. Debemos estar muy agradecidos a sus padres por su generosidad». Manuela confiesa: «Yo no entendía de qué generosidad hablaba. No veía nada extraño. Pero su mensaje era claro: esta chica es como un papel traslúcido, no le han proporcionado una identidad cerrada, ni puntos de referencia esquemáticos. Viene a una realidad como la nuestra donde el atractivo es muy fuerte; incluso podría decidir quedarse. Y sin embargo, sus padres han mostrado una gran amplitud de miras al dejarla venir». Don Giussani, que sabía que tenía una voz muy bonita, le pidió que enseñara a todos el canto hebreo Ine ma tov (una versión cantada del salmo 132). Fueron cinco días muy intensos. Las preguntas se agolpaban en el corazón de Manuela. Por primera vez se planteó en serio la oración. Don Giussani no le dijo nada más, «dejaba que me debatiera en mis propios dilemas». Muchas otras veces le abordó en el pasillo del instituto para hacerle más preguntas, entablar discusiones, hasta que un día, de repente, él le espetó «¡Pero, chica, tú no sabes nada del judaísmo! No se puede ser judío solo porque lo son tus padres. Ponte a estudiar. Verifícalo tú misma». Manuela se sintió aliviada. Con pocas palabras le había indicado un camino, “el” camino. «Él era así. Una amiga católica me citó esta frase que le había dicho un sacerdote: “Da al pasar, no te detengas”».
Un movimiento continuo
«Es lo que Giussani había hecho y hacía. Lanzaba la provocación, soltaba una frase que te descabalaba y hacía tambalearse todas tus certezas monolíticas, y se iba…. Es decir, no insistía para convencerte. Pero estaba a nuestro lado y además resultaba muy simpático. Las bromas, los chistes, la dialéctica infatigable le hacían fascinante. Era un movimiento continuo».
Aquel año académicamente acabó mal. Manuela suspendió. Pero comenzó el trabajo sobre sí misma. Volvió a la escuela judía. «Durante los dos años que pasé en el Berchet me sentí fuera de toda comunidad, alianza o estructura. Tenía necesidad de ello para volver a empezar, es decir, para empezar de verdad. En la escuela judía encontré un punto de referencia desde donde empezar. Pero solo fue posible gracias a la apertura y a la urgencia de comprobar personalmente que me había enseñado Giussani».
Aquello fue solo el principio. El verano siguiente lo pasó en un Kibutz, donde un rabino le ayudó en el estudio. Profundizó cada vez más en sus raíces. Un camino largo, a veces tortuoso, en el que resultó decisivo el encuentro con su futuro marido, judío practicante. Después de la boda se trasladó a Jerusalén. «Fueron años difíciles, y también en esos momentos fue un cura el que me ayudó. Me ahogaba en aquel ambiente religioso tan estricto. Volví a Italia y fui a hablar con el padre Castelli, que me dijo: “Si todos los judíos hubieran sido como tú, ya no existirían desde hace mucho tiempo. Eres tú la que debes adaptarte a tu marido, la suya es una lectura correcta de la realidad”. Me fié y le creí. Hasta ese momento mi observancia había sido, por así decirlo, por gusto. ¿Por qué iba a negarme a los placeres de mis tradiciones? Pero ahora se trataba de otra cosa. Había algo dentro de mí en lo que yo tenía que profundizar, que estudiar. Y así lo hice. Es lo que he querido para mis hijas, que son muy observantes. Todo gracias a aquel encuentro en el Berchet. Por eso, por todo lo que le debo a don Giussani, me habría gustado cantarle de nuevo en su funeral Ine ma tov pero quizá las lágrimas no me lo habrían permitido».
Ine ma tov
Canto judío, canon a dos voces
Ine ma tov uma naim
scevetaim gamiata.
Ine ma tov…
Ine ma tov
scevetaim gamiata.
Ine ma tov…
Mirad qué estupendo
traducción rítmica de Kiko Argüello
Mirad qué estupendo,
gustad qué alegría
el amor entre los hermanos
Es ungüento perfumado que desciende,
que desciende por la barba de Aarón.
Es ungüento perfumado que desciende
hasta el borde del manto.
Es como rocío del Hermón
que desciende sobre el monte Sión.
Es rocío del Hermón
que desciende sobre el monte Sión.
Porque allí el Señor nos ha dado
nos ha dado su bendición.
Porque allí el Señor nos ha dado
nos ha dado su amor.
Porque allí el Señor nos ha dado
la vida eternamente.
Porque allí el Señor nos ha dado
la vida para siempre
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