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Huellas N.7, Julio/Agosto 2005

PRIMER PLANO La flor de la esperanza

Los cinco de Brúcoli y el profesor

Ricardo Piol

En la cárcel siciliana de Brúcoli, cinco presos, estudiantes de contabilidad, se quedan tras la clase de Historia a escuchar a su profesor que les habla de sus amigos. También les habla de Andrea, un chico enfermo de leucemia

A los vigilantes les dice «venimos a ver a los cinco de contabilidad» y ellos lo captan al vuelo. Porque saben quienes son los estudiantes del profesor de Historia; este año van a pasar el examen de grado: el 6 de julio, el escrito y el 14, los orales. Aquí están «sus chicos», la clase del profesor Giovanni Burgio: pasan de largo la edad del bachillerato. Pero no resulta extraño porque aquí todo se sale un poco de la norma.

Dante en la cárcel
«¡Profesor!». «¿Cómo estáis?». «Firme como una torre cuya cúspide no se doblega jamás al embate de los vientos» ¿Cuántas personas conocéis que citen a Dante para decir cómo están?» Puede que yo conozca a dos, pero desde luego no tienen que resistir el embate de los vientos que soplan en un ambiente como este: la cárcel de Brúcoli, en la provincia de Siracusa, Sicilia. El director nos dice que alberga a unos 600 presos en celdas de dos o tres personas: una pequeña habitación con literas y al lado, el cuarto de baño. Solo salen para comer, para cenar y una hora para tomar el aire. O bien para ir a la clase del profesor Burgio; y hoy para reunirse conmigo. Es un día especial, Giuseppe lo celebra sacando tres bombones; son para nosotros «¡Porque hoy es fiesta!». Nos estaban esperando, ¡y de qué manera! No se imaginaban que aquella carta que escribieron a Andrea pudiera despertar tanto interés. No están orgullosos sino más bien sorprendidos. «Ni que hubiéramos hecho una obra de arte –dice Giuseppe– no es La Divina Comedia o El Infinito de Leopardi». Y Antonio, al que Burgio llama “el responsable cultural”, dice: «no sabíamos qué poner, pero después de diez minutos en silencio, salió del corazón. El profesor nos había contado la historia de Andrea, que él también estaba preso por la quimioterapia que le destrozaba por dentro; se convirtió en uno de nosotros, en un hermano nuestro». Porque «quien padece comprende; su sufrimiento era más dramático que el nuestro y era bello compartir con él parte del tesoro que habíamos recibido».

La cárcel y el tesoro
¿Tesoro?, ¿Qué tesoro puede haber en una cárcel? El que han encontrado los que se sientan junto a mí: “el profe”. Y «no es que nos hayamos encontrado por casualidad –dice Antonio–, ha sido el Señor». Luego me cuenta que cuando le detuvieron escribió muchas cartas a sus colegas de enfermería. Después de estar juntos durante dieciséis años esperaba que me apoyaran, pero los pocos que respondieron «me mandaban cartas frías y acabaron diciéndome que no querían que les siguiera escribiendo». Cuando le llevaron a la cárcel de Ucciardone (en Palermo) leyó una frase escrita en la pared de la celda de aislamiento: «la peor prisión es la vida porque para escapar hay que morirse». «Nunca la olvidaré; pero nosotros hoy somos más libres que muchos de los que viven fuera». Porque Antonio y sus amigos nunca han dejado de esperar. Un día llegó este hombre para darles clase de historia. Pero cuando pasaba la hora no se iba inmediatamente sino que se quedaba con ellos y continuó haciéndolo al final de cada clase. Les hablaba de sus amigos, de un tal don Giussani, de la carta de Joshua, preso en una cárcel de Carolina del Norte, y también de Andrea. «El profesor –dice Antonio, que también es poeta– es un oasis en el desierto». Por si no lo había entendido bien, Máximo me dice: «¡Vino incluso cuando tenía la pierna escayolada!». Así se entiende que cuando tienen clase «no vamos al paseo –así es como Pippo llama a la hora de tomar el aire– porque esperamos al profesor».

Médicos y enfermos
Lo cuentan de una manera tan sencilla que asusta. «¿Qué hacen los médicos para llegar a ser médicos? –dice Salvatore– estar con los enfermos. Nosotros vivimos en el sufrimiento y lo comprendemos». La carta a Andrea fue en realidad un diálogo entre quienes saben lo que significa sufrir; pero también entre quienes han aprendido a dar gracias por las cosas más banales, quienes viven cada instante con una esperanza que no muere. Giuseppe nos cuenta qué pasó el día en que se vio de nuevo en la cárcel, en Palmi. «me tumbé y vi que entre el somier y el colchón de la cama de arriba había un librito, el de la Divina Misericordia de sor Faustina. Era como si el Señor me empujara a leerlo». La novena proponía hacer la oración todos los primeros viernes de mes, pero él tenía poco tiempo y mucho que pedir. «Pedía que excarcelaran a mi hermano y a los demás acusados que no tenían nada que ver con el asunto». Empezó la novena y, uno tras otro, sus amigos fueron liberados, hasta que un día, «estando en la celda con mi hermano, entró un vigilante y dijo: “¿Quién de vosotros se llama C.?”, “Los dos”, respondimos. “¿Michele C.? estas libre”. Era viernes».

Con la familia en la mirada
Después de los exámenes a Giuseppe le trasladarán a Catanzaro, más cerca de su casa, porque él es de Apulia. Estará más cerca de su mujer y de sus tres hijos, uno de los cuales trabajará este verano para pagarse los libros del instituto: «está haciendo el bachillerato. ¡Qué lección de la vida me ha dado!». Cuando hablan de su familia, y lo hacen a menudo, parece que la tuvieran ante los ojos. Se comprende por qué se han identificado tan bien con Salvo y Carmela, los padres de Andrea, que en el funeral de su hijo consolaban a amigos y parientes. Que hablan de los meses que estuvieron en Pavía y del sufrimiento de Andrea y en la conversación sale con frecuencia una palabra que parece imposible: gracias; al Señor, a su hijo, a sus amigos, a Giorgio. Y a los autores de esa carta: «Querido Andrea: somos cinco presos» que si no hubieran escrito con tanta claridad, no se habría podido entender. Porque no esconden el sufrimiento, pero tampoco la esperanza que uno espera encontrar en cualquier sitio menos en una cárcel. En cambio, «aquí hay gente que cumple condena pero vive como si fuera a salir mañana – dice Antonio–. Aquí la esperanza, verdaderamente, es lo último que se pierde. Y si tienes la suerte de conocer a alguien como el profesor, comprendes que es razonable no abandonarse en manos de los antidepresivos. «Hay algo que me ha contado el profesor – dice Giuseppe– de don Giussani… no podemos no hablar de él. Tiene razón cuando dice que si el hombre acepta su condición, puede vivir feliz».

La esperanza de ver a Dios
«Para nosotros, la esperanza de volver junto a nuestras familias es como la esperanza de ver a Dios». Puede parecer una exageración, pero se hace evidente que Giuseppe no exagera. Porque cuando pregunté a Pippo si tenía familia me dijo tímidamente pero lleno de orgullo: «Ya soy abuelo». Hace ocho meses nació María Gracia, «nació prematura y por poco se muere. Pero ahora está bien». Porque mientras nos despedíamos, Máximo me dijo que su novia se llama Maura: él entró en la cárcel a los 19 años y ahora tiene 31 «pero cuidado, que es más que una novia. Escríbelo en tu artículo». Porque en Belpasso, al pie del Etna, tiene Salvatore a su mujer, sus tres hijos y sus tres nietos que le esperan. Igual que los padres, la mujer y las hijas de Antonio que le esperan en Palermo, en su casa de la carretera del puerto. Chicos –como os llama vuestro profesor– no sé lo que tardaréis en volver a casa. No os lo he preguntado, pero espero que sea pronto. Porque fuera está el mar, adelfas que parecen árboles y el sol abrasa. Ya estaban allí antes de conoceros pero no me había dado cuenta de que fueran tan bellos como vosotros los habéis descrito.


BOX
La carta
Brúcoli, 20 de mayo de 2005
Querido Andrea: Somos cinco presos de la cárcel de Augusta. Estudiamos quinto curso de contabilidad. Nuestro querido amigo y hermano el “profesor Giovanni Burgio” nos ha hablado mucho de ti, nos ha contado tus problemas y todo lo que te está pasando, te hemos acogido “virtualmente” con los brazos abiertos y te consideramos nuestro hermano. Los presos somos una categoría de personas que la sociedad no acepta, pero muy queridas por el Señor, porque estamos muy necesitados de su misericordia. Así está escrito en el Evangelio: no he venido para los sanos sino para los enfermos. Sin embargo, la naturaleza humana retrocede ante unas dificultades que a nosotros nos parecen absurdas. No puedes imaginar lo que nos cuesta dominarnos. Pero en compensación, en estos duros momentos sobreviene la esperanza y la fuerza de una gran fe que nos pone en situación de aceptar con alegría interior cualquier prueba, por dolorosa y a veces incomprensible que pueda parecer. Entre la esperanza y la decepción van pasando las horas y los días en oración, en la estela de “san Pío de Pietrelcina”, ejemplo de una vida de grandes sufrimientos: él, hombre de Dios, nos enseña que sin las cosas del cielo no se puede vivir en esta tierra. Los sufrimientos dejan la señal del surco profundo de dolores inauditos. Por ello nosotros somos héroes hasta el final. En el sufrimiento se desarrolla la solidaridad humana, no se puede comprender el dolor de otros si no se ha experimentado en primera persona. En un mundo oscuro y confuso sólo Dios puede reinar en el corazón humano sediento de verdad. La victoria final es bella pero tiene más mérito la lucha. Seguros de tu pronta curación, te enviamos un abrazo caluroso y fraternal. Estás en nuestros corazones. ¡Animo Andrea, lucha con nosotros! Un beso muy, muy grande.
Tus amigos y hermanos.
Antonio, Máximo, Giuseppe, Giuseppe y Salvatore

P.S. Somos ángeles con una sola ala, solo podemos volar abrazados unos a otros.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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