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Huellas N.6, Junio 2005

CULTURA María Zambrano

La insatisfacción y el objeto del deseo

Flora Crescini

El dilema entre pasión y razón. El anhelo de la vida y la imposibilidad de que el objeto del deseo desaparezca. La intuición filosófica, poética y cristiana de la filósofa española

«¿Permanecerán sin luz estos abismos del corazón, quedará el alma con sus pasiones abandonada, al margen de los caminos de la razón?». Así escribe la filósofa española María Zambrano (1904-1991) en su libro Hacia un saber sobre el alma (p. 24), centrando la atención sobre el dilema que desde siempre existe entre pasión y razón. Este dilema ha adquirido en la época contemporánea perfiles monstruosos: el alma está a merced de pasiones que entiende cada vez menos, que recorren un camino muchas veces incomprensible para quienes las viven. Esta escisión no explica todo el malestar del hombre moderno, pero es uno de los motivos más fuertes de ese malestar, que condena a los hombres a la soledad. El hombre está solo con sus pasiones que no sabe explicar o, como diría Zambrano, con las entrañas que no salen a la luz y que por ello encierran al hombre en el infierno.
«Toda soledad ha sido sentida en un principio como un pecado, como algo por lo que se siente remordimiento» (p. XX). La persona siente remordimiento tanto porque no puede llegar a comprender las pasiones, y lo necesita, como porque el único consejo que le viene del mundo actual es que no piense, no actúe, no reflexione. Por otro lado, en este mundo que sólo sabe agitarse hasta la mitad del camino, «cada distancia que el hombre conquista con respecto al resto del universo, le crea una soledad que al principio le da terror y remordimiento», pero precisamente «de la soledad recién conquistada, retrocede a abrazarse con lo que acaba de dejar» (p. 28). También Giussani habla de la soledad como del descubrimiento de una «compañía fundamental» (en El sentido religioso).

Poesía y pasión
La filósofa española relee, a la luz de las preguntas fundamentales y de la guerra que tiene lugar entre pasión y razón, la filosofía antigua, moderna y contemporánea, con una perspicacia comparable a la de Hannah Arendt, Alain Finkielkraut, Emanuel Lévinas y muchos otros. En opinión de quien suscribe constituye una confirmación potente –por la elegancia de su escritura y la solidez de sus argumentos– del libro La conciencia religiosa del hombre moderno de Giussani, libro absolutamente necesario para comprender la historia del pensamiento, en algunos aspectos devastadora. En la manera de escribir de María Zambrano se aúnan como en pocos autores el amor de la inteligibilidad, típico de la filosofía, y la pasión por hacer que todo viva, típica de la poesía.
Y es en la poesía, antes aún que en la filosofía, donde María Zambrano descubre la pasión más profunda del hombre, esa pasión genuina que quiere hacer vivir a todas las cosas. «El poeta vive según la carne y más aún, dentro de ella. Pero la penetra poco a poco; va entrando en su interior, va haciéndose dueño de sus secretos y al hacerla transparente, la espiritualiza. La conquista para el hombre, porque la ensimisma, la hace dejar de ser extraña. Poesía es, sí, lucha con la carne, trato y comercio con ella, que desde el pecado –“la locura del cuerpo”– lleva a la caridad. Caridad, amor a la carne propia y ajena... Al pecado de la carne sigue la gracia de la carne: la caridad» (Filosofía y poesía, pp. 62-63).

El anhelo de la vida
En todos sus libros la autora parte de la experiencia –grandiosa y dramática– del hombre que existe, que aspira a ser: en muchas ocasiones habla de la vida como anhelo. La vida exige ser comprendida, sus entrañas reclaman la luz. El hombre se siente encerrado en la prisión de las circunstancias y, al mismo tiempo, anhela interiormente la libertad: en esto consiste el aspecto dilemático de la condición humana. En definitiva, es un dato de hecho que en cada existencia existe la dispersión, el desacuerdo, lo heterogéneo.
«¿Podrá hablar la razón de todo esto?», se pregunta María Zambrano, en una época en la que la filosofía ha proclamado que Dios ha muerto y el hombre está, como poco, confuso.
«“Dios ha muerto”...sólo dentro del cristianismo ha podido proferirse, porque sólo Cristo nos dio la imagen de un Dios muerto verdaderamente. Y no en luchas ni devorado por otros dioses (como en la antigüedad), sino por los hombres: Él, la semilla de Dios caída en la tierra» (El hombre y lo divino, p. 147).
«“Dios ha muerto” es la frase en que Nietzsche enuncia y profetiza a la par la tragedia de nuestra época». Sin embargo, Zambrano observa: «Para sentirlo así, es preciso creer en Él y aún más, amarlo. Pues sólo el amor descubre la muerte, sólo por el amor sabemos lo poco que sabemos sobre ella» (Ibid., p. 147).

Dios ha resucitado
El grito de Nietzsche no es otro que el grito de una conciencia cristiana «nacido de las profundidades donde se crea el crimen; un grito nacido, como todos, de las entrañas; pero éste nacido de las entrañas de la verdad última de la condición humana. Pues, aun para el no cristiano, este grito tendrá que ser aceptado como un momento límite de la condición humana» (Ibid., p. 148).
Y aquí, una vez alcanzado el umbral del paraíso, llega fulgurante la intuición de María Zambrano –filosófica y poética, pero sobre todo cristiana–: «Una de las fuentes de insatisfacción para el cristiano ha sido la imposibilidad de que Dios muera»: en efecto, al tercer día resucitó. La insatisfacción cristiana viene de la imposibilidad de que el objeto del deseo desaparezca. Y está definitivamente vinculada al anhelo –fondo misterioso que subyace a todas las pasiones– de que la comunión, fruto de su muerte y resurrección, sea completa, total (Ibid., p. 149). Charles Péguy, también él en tensión como una cuerda de violín, llegaba a la misma conclusión, cuando decía que el cristiano nunca tiene suficiente, no consigue restringir su deseo a lo poco que tiene, porque Dios ha muerto por él.


BOX
Vida
María Zambrano nace en Vélez-Málaga el 22 de abril de 1904, donde permanece hasta los cuatro años, pues en 1909, tras una breve estancia en Madrid, la familia se traslada a Segovia, donde transcurre su adolescencia. Estos años, que coinciden con la gran amistad de su padre, Blas Zambrano, con Antonio Machado, son de gran importancia en la vida de María Zambrano.
En 1927 María Zambrano asiste a las clases de José Ortega y Gasset y de Javier Zubiri en la Universidad Central de Madrid. Completa así la carrera de Filosofía, asumiendo un papel de mediadora entre Ortega y algunos escritores jóvenes, como Sánchez Barbudo o J.A. Maravall. En 1931 es profesora auxiliar de la Cátedra de Metafísica en la Universidad Central, hasta el año 1936. Por estos años trabaja en la que va a ser su tesis doctoral: «La salvación del individuo en Spinoza». Durante los años de la II República conoce y estrecha su amistad con Luis Cernuda, Rafael Dieste, Ramón Gaya, Miguel Hernández, Camilo José Cela o Arturo Serrano Plaja, a través de las Misiones Pedagógicas y de otras iniciativas culturales.
El 14 de septiembre de 1936 María Zambrano contrae matrimonio con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave. Poco después viaja a Chile, donde éste había sido nombrado secretario de la Embajada de la República, haciendo escala en La Habana, donde conoce a José Lezama Lima y pronuncia una conferencia sobre Ortega y Gasset. En 1937, el mismo día en que cae la ciudad de Bilbao, María Zambrano y su marido regresan a España; a la pregunta de por qué vuelven si la guerra está perdida, responderán: por eso. Hasta el día de su salida camino del exilio, María Zambrano reside sucesivamente en Valencia y Barcelona. Su marido se incorpora al ejército, y María Zambrano colabora en defensa de la República como Consejero de Propaganda y Consejero Nacional de la Infancia Evacuada.
El 28 de enero de 1939 María Zambrano cruza la frontera francesa, camino del
exilio, en compañía de su madre, su hermana y el marido de ésta. Tras unas breves estancias en París y Nueva York se dirige a La Habana, donde reencuentra a Lezama Lima, invitada como profesora de la Universidad y del Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas. De La Habana se dirige a México, donde es nombrada profesora de Filosofía en la Universidad San Nicolás de Hidalgo de Morelia, Michoacán. En 1943 y 1944 dicta cursos en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de San Juan de Puerto Rico, así como en la Asociación de Mujeres Graduadas. También conferencia en la Asamblea de Profesores de Universidad en el exilio, en La Habana. En septiembre de 1946 María Zambrano viaja desde La Habana a París con motivo del fallecimiento de su madre, permaneciendo en esta ciudad, en estos duros años de posguerra, hasta el 1 de enero de 1949. Desde esta fecha se traslada a La Habana, donde vivirá hasta el año 1953, impartiendo conferencias, cursos y clases particulares. En 1953 María Zambrano vuelve a Europa y se instala en Roma, donde vivirá hasta el año 1.964, relacionándose con intelectuales italianos, como Elena Croce, Elemire Zolla y Victoria Guerrini y españoles, como Ramón Gaya, Diego de Mesa, Enrique de Rivas, Rafael Alberti y Jorge Guillén. En 1964 se instala en una viaja casa de campo de La Piéce, junto a un bosque del Jura francés, lugar sin duda emparentado con la concepción extraordinaria de su libro Claros del bosque. Con el artículo de J.L. Aranguren Los sueños de María Zambrano (Revista de Occidente, feb. 1966) se inicia un lento reconocimiento en España de la importancia de la obra de María Zambrano. Todo el año 1973 lo pasa en Roma y de 1974 a 1978 vuelve a residir en La Piéce y escribe Claros del Bosque.
El deterioro de su salud física es constante cuando en 1978 se traslada a Ferney-Voltaire, donde permanece dos años, hasta que en 1980 se traslada a Ginebra. En ese año, a propuesta de la colonia asturiana en Ginebra, es nombrada Hija Adoptiva del Principado de Asturias, lo que constituyó el primer reconocimiento oficial de Zambrano en España.
En 1981 se le concede el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y el Ayuntamiento de su pueblo, Vélez-Málaga, la nombra Hija Predilecta. Al año siguiente la Junta de Gobierno de la Universidad de Málaga acuerda el nombramiento de María Zambrano como Doctora “Honoris Causa”. El 20 de noviembre de 1984, la filósofa pisa de nuevo suelo español y se instala en Madrid, de donde salió en pocas ocasiones. En esta última etapa la actividad intelectual de María Zambrano es incansable, siendo nombrada Hija Predilecta de Andalucía el 28 de febrero de 1985. En 1987 se constituye en Vélez-Málaga la Fundación que lleva su nombre y en 1988 se le concede el Premio Cervantes.
El 6 de febrero de 1991 María Zambrano fallece en Madrid, y es enterrada en Vélez-Málaga, su pueblo natal.

Obras
> Hacia un saber sobre el alma, Alianza 1987
> Filosofía y poesía, FCE 1993
> El hombre y lo divino, FCE 1973

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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