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Huellas N.6, Junio 2005

CL Dar la vida

En África y para toda la vida

Adolf Diefenhardt

El ejercicio de la profesión de médico en África. La Fraternidad y el retorno a Alemania. La adhesión a la realidad lleva al descubrimiento de la libertad

Cuando era niño quería estudiar Medicina. Mi hermana padecía una forma de trastorno físico y mental y mi deseo ingenuo era el de poder curarla. La desproporción evidente entre la falta de posibilidades para mi hermana y lo que yo pensaba sobre el destino humano que ella merecía me movían a intentar resolver este problema, para poder cambiar las cosas.
Luego estudié Medicina y durante los años de universidad en Friburgo conocí algunas personas que me fascinaron por la manera que tenían de estar juntos y de vivir su amistad. Yo tenía el deseo de trabajar en un país del Tercer Mundo al terminar la carrera y pensaba en América Latina porque mi padre había vivido muchos años allí. Pero a través de un amigo acabé en Kitgum, en el norte de Uganda, donde conocí a algunos médicos y familias misioneras. Me conmovió cómo vivían entre ellos la fraternidad y cómo acogían los africanos la propuesta de su amistad, porque correspondía al deseo de su corazón. Unos años después de terminar la carrera fui a Kitgum con el deseo de profundizar en esta experiencia y de ayudar a la gente con el ejercicio de mi profesión. En seguida experimenté la desproporción entre el deseo de felicidad de esas personas y lsua realidad de pobreza y enfermedad. El cumplimiento de este deseo parecía lejano e imposible.

Intentos de responder
Ante semejante situación comprobé en mí dos maneras distintas de reaccionar: bien aceptar la realidad, con su arbitrariedad, como algo inevitable (soy una víctima, un mero observador y cualquier dificultad se ve abocada en la práctica a la resignación); o bien, ocuparme fundamentalmente de resolver los problemas, ver cada situación como una cuestión técnica que hay que afrontar con habilidad y con inteligencia. En este caso se puede incluso llegar a reducir la realidad a lo que quiere uno que sea. Al fin y al cabo lo único que importa es llevar a término mis proyectos. Muchas veces he sido testigo de esto, ya que he trabajado en total durante casi 15 años en proyectos sanitarios en algunos países de África.
En el primer caso el precio por aceptar la propia fragilidad parece conducir a la pasividad o a la desesperación. En el segundo, tratar de obrar en lo concreto lleva con facilidad a “aplicar” un sistema perfecto que pretenda resolver los problemas. Pero la experiencia muestra que el éxito no dura y que no somos capaces de ser coherentes.
El denominador común es que lo esencial –es decir, lo que yo busco, mi felicidad, la justicia– choca contra una realidad que no tiene solución. Unas veces reduzco mi deseo a nada (porque pienso que no sirve de nada), otras a mi capacidad de crear (pero no me basta). Me di cuenta de que no era suficiente, que en el fondo esa no era la respuesta adecuada, que estaba confuso porque no comprendía qué tenían que ver Cristo y la realidad con mi deseo.

La realidad es un reclamo
Después de estar durante 6 años en el hospital misionero de Kitgum, volví con mi familia a Alemania para terminar la especialidad, entre otras cosas porque la situación política en el Norte de Uganda cada vez se ponía peor y mi familia no podía ya llevar una vida normal (por aquel entonces acababa de nacer nuestra cuarta hija). No queríamos irnos de Kitgum y la separación de nuestros amigos fue muy dolorosa, pero la realidad nos mostraba claramente otro camino. Cuando llevaba un año en Alemania, por una oportunidad providencial tuve la posibilidad de volver a Uganda, a Kampala, como coordinador médico de proyectos sanitarios en el este de África con una organización católica alemana. Fue muy hermoso e interesante poder expresar a través de proyectos de salud en países difíciles como Sudán, Congo, Angola, un gesto de cercanía y de ayuda para muchas personas. Dos años después nos destinaron a Nairobi, en Kenia, con la misma organización. También en esta ocasión sufrimos un desagarro grande, pero Cristo nos acompañó a través de la amistad concreta con un grupo de Fraternidad y con quien guiaba el movimiento.
Precisamente en Kenia vimos nacer en torno a la Fraternidad con Elena, Stefano y Leo, un grupo de familias keniatas, que al conocer nuestra experiencia deseaban un lugar así para compartir la vida. En Kenia, como en el resto de África, la educación de los hijos es tarea de la madre y hablar abiertamente de los problemas familiares es tabú. Con Romana, Joaquim, Peter, Judith, Henry, Jane y Consolata muchas veces juzgamos juntos cómo afrontar el trabajo, cómo educar a los hijos o el cansancio de ciertos momentos. La Fraternidad me ha ayudado a mirar con más interés a todos los aspectos de mi vida. Todo lo que a uno le pasa se convierte en algo importante. Estamos juntos para descubrir la dimensión grande de la vida diaria.

Normalidad cotidiana
Ahora que he vuelto a Alemania la vida en toda su complejidad me empuja a responder a infinidad de desafíos. En el trabajo me encuentro muchas veces en situaciones difíciles que no son lo que yo me había imaginado, en las que no consigo satisfacer a todos. Mis hijos no son lo que yo esperaba, la vida familiar es un desafío continuo; siempre falta algo. Pero estoy agradecido porque también aquí los amigos me ayudan a estar atento, o mejor, a ser obediente a todo lo que veo. Sigo trabajando en la medicina, concretamente en proyectos para curar la lepra, la tuberculosis, el SIDA y otras enfermedades en más de 35 países del mundo.
En esta amistad sigo aprendiendo la diferencia entre la simple generosidad y la gratuidad. Una iniciativa que proponga una técnica o una ocurrencia para resolver los problemas cotidianos que no tenga nada que ver con mi deseo, no perdurará o, a la larga, no resulta interesante, no basta. Mientras que si miro todas las necesidades de cada día con la conciencia de que tienen que ver con mi deseo de felicidad, si una iniciativa expresa algo que existe, eso vale mucho más. La vida se ha vuelto más interesante. Y más humana, más completa porque vence la fragmentación y valora todos los aspectos de la vida.

Una libertad más grande
Para mí, dar la vida por la obra de Otro significa precisamente esto: darle a Él, es decir, a Su presencia real en el mundo, lo más precioso de mi vida: mi libertad. Esto significa además preguntarme qué quiere Él de mí. Entregar la libertad por su obra, permitiéndole entrar en todos los aspectos de mi vida –y esto implica también confrontar todas mis ideas sobre el trabajo, mis soluciones sobre la educación de nuestros hijos, la manera de organizar mi tiempo libre–, no expresa simplemente mi confianza y mi fe en Aquel que puede cambiar el mundo, sino que empieza a cambiar las cosas, porque Él trabaja a través de mi libertad dentro de esta compañía guiada. El resolver los problemas no es lo más importante; de esta manera, al dar mi libertad recibo una libertad más grande.
Para mí, compañía es el lugar donde crece el afecto a Cristo. Estoy seguro de que los amigos me ayudarán a comprender que Cristo no sólo indica la respuesta, sino que Él es la respuesta. Porque he visto que Él no es un sueño sino una realidad misteriosa que se disfruta en este mundo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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