Crear ahora la forma jurídica de una especie de matrimonio homosexual no ayuda a estas personas. El examen racional del camino por el que intentamos alcanzar el cumplimiento de nuestro deseo es la forma de respetar verdaderamente a las personas homosexuales
El 19 de Noviembre de 2004, el diario italiano La Repubblica ofreció una amplia entrevista realizada por el periodista Marco Politi al Cardenal Joseph Ratzinger, en la que le plantea directamente su opinión sobre el reconocimiento del “matrimonio” entre personas del mismo sexo, previsto por el Gobierno español. El entonces Prefecto de la Fe, aclara en primer lugar que debemos tener un gran respeto por las personas homosexuales, que en muchos casos sufren, y que desean también encontrar un modo justo de vivir. Y a continuación afirma que «crear ahora la forma jurídica de una especie de matrimonio homosexual, no ayuda a estas personas».
Las personas concretas
Este es el punto que me interesa abordar. Dejemos a un lado las estrategias del lobby gay (que desde luego existen), los intereses partidarios del Presidente Zapatero y sus ensoñaciones progresistas («yo, como guía iluminado, seré el primero en cruzar la raya, y todos me seguirán»). Ahora me interesa preguntarme por las personas homosexuales concretas, cuyos verdaderos problemas y deseos seguramente tienen muy poco que ver con este disparate ético, cultural y jurídico, que el gobierno Zapatero está a punto de culminar. ¿En qué les ayudará este apaño? Ellos saben perfectamente que las relaciones más o menos estables que viven con su pareja, no tienen ni la misma forma, ni la misma dinámica (física, síquica y moral), ni la misma vocación que la del varón y la mujer que se prometen públicamente fidelidad para fundar una familia. Lo saben porque también han experimentado lo que eso significa (con todas sus heridas e imperfecciones), en el hogar que les vio nacer.
Una amarga victoria
Todas las grandes culturas de la humanidad, han reconocido el vínculo constitutivo entre la diferencia sexual y la garantía de la transmisión y conservación de la vida humana, no sólo en un sentido físico, sino también cultural y moral, y para proteger esa misión han creado una institución genuina que se llama matrimonio. Es posible que algunos homosexuales vean en la decisión del Gobierno español una especie de victoria soñada pero los que no se engañen sabrán que es una amarga victoria. Porque las leyes pueden cambiarse, aunque sea al precio de un gran daño al bien común (sí, porque el bien de que exista el verdadero matrimonio pertenece también al interés de las personas homosexuales) pero la diferencia que se pretende borrar violentamente permanece.
Una seguridad inicial
Todos tenemos un deseo de felicidad total, de justicia, de vivir una unidad que no decaiga con el tiempo ni sea víctima del mal propio o del ajeno. La vida entera es el camino en el que todos intentamos encontrar la respuesta a ese deseo, y el ejercicio de la sexualidad es siempre un capítulo arriesgado de esa búsqueda, que puede abrirnos a un horizonte infinito o sepultarnos en una tumba. Ahora bien, en éste como en otros aspectos de la vida, ¿no estamos vinculados a una “forma dada” que otorga a nuestro camino una seguridad inicial de no perderse en un laberinto? Ciertamente, esa forma se nos da, porque nacemos como varón o como mujer, en eso no se nos da opción. Por diversas razones que no corresponde analizar ni juzgar aquí, podemos rechazar esa forma dada: esa sí es una opción, pero no puede tomarse sin que se abra una profunda herida.
A estas alturas del razonamiento, la dictadura del relativismo ya nos ha condenado. Está prohibido explorar esa senda pero, ¿no es absurdo descartar el examen racional del camino por el que intentamos alcanzar el cumplimiento de nuestro deseo? Me parece que intentarlo es la forma de respetar verdaderamente a las personas homosexuales.
Sin censurar nada
El dramaturgo italiano Giovanni Testori fue un homosexual que nunca se avergonzó de su condición, pero que la vivió con lúcida conciencia de la herida que implicaba. Como cristiano, nunca pretendió esconder la contradicción entre la propuesta moral de la Iglesia y su comportamiento personal, una contradicción que vivió con dolor y sin exhibicionismo. Recuerdo su amistad con don Luigi Giussani, y sus diálogos con él sobre el deseo del corazón del hombre y sobre el camino para alcanzar su satisfacción. No hay duda de que Testori no se habría engañado: la pifia del gobierno Zapatero, no le hubiese ayudado en nada a resolver su drama. La compañía de los amigos que compartieron su deseo de felicidad, sin censurar nada, sobre todo la dimensión infinita de nuestro deseo, sí.
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