Una carrera universitaria nacida entre dificultades y desilusiones. El deseo de dejarlo todo superado por la invitación amorosa a permanecer. A partir de un “sí” pronunciado como petición, empieza nuestra realización como personas más allá de cualquier cálculo
Nos encontramos con Giorgio Vittadini o Vitta, como le llaman los amigos en su despacho de la Fundación para la Subsidiariedad, de la que es presidente. Cada dos minutos suena el teléfono que ha dejado sobre una mesa llena de hojas con extraños jeroglíficos... Son apuntes de Estadística, materia que imparte en la Universidad Bicocca de Milán. Me doy cuenta enseguida de que el tiempo escasea, así que voy directamente al grano: «Ahora apagas el teléfono y me cuentas la aventura de tu vida». Se ríe: «Está bien, pongo el silenciador. Empieza».
En más de una ocasión has dicho que eres un humanista frustrado, que tu pasión era la historia. Y sin embargo te ocupas de números, de diagramas, de tablas. ¿Dónde empezó todo?
En 1980 me licencié en Económicas con un amigo mío, que prosiguió su carrera marchándose al extranjero. Yo recibí también la misma propuesta, pero algunos amigos muy importantes para mí –probablemente captando en mí cierta incertidumbre– me sugirieron que me quedara para trabajar en la universidad. Dije que sí. No fue una obediencia sin razones, porque estaba persuadido de que lo fundamental en la vida era dar crédito a las hipótesis de las personas que te ayudan a percibir cuál es el bien para ti. Pero no había por aquel entonces posibilidades de encontrar un puesto en la facultad de Económicas de la Católica, en donde había estudiado. Sin embargo en la Estatal había una posibilidad de trabajar con un profesor que enseñaba Estadística. Y así, casi por casualidad, acepté ocuparme de esa materia, aunque no era la mía. Solo te digo que: en las optativas de la Selectividad había dejado las Matemáticas como última materia. Quería estudiar Historia, pero mis padres no estaban de acuerdo, así que hice Económicas. Me lo aconsejó un profesor de CL que me dijo: «A día de hoy la historia se hace también, y sobre todo, con la economía».
¿Por qué te adheriste a esa sugerencia?
La experiencia de la universidad me había mostrado que lo que más correspondía a mi deseo, a mis exigencias, no era tanto el proyecto de una cierta preparación o de un cierto trabajo, sino avanzar por un camino que me hacía estar en estrecha conexión con esa experiencia que había generado una inteligencia y una pasión hacia todo, también hacia el estudio. Aunque parezca absurdo no deseaba dinero, no quería hacer carrera, sino un trabajo que fuese útil a la experiencia humana del movimiento y de la Iglesia. Por eso no dudé en decir que sí. Para mí ha sido siempre cierta la afirmación de santo Tomás de que se está mucho más persuadido de algo que se escucha que de algo que se ve.
Entonces todo marchó sobre ruedas...
No precisamente. Enseguida tuve que afrontar dos problemas. El primero: no había estudiado mucha Estadística, sino Economía; el segundo: no es suficiente con decir que sí para hacer propia una hipótesis. Empecé a trabajar en la Estatal, en la facultad de Ciencias Políticas que está en el centro de Milán, en un edificio oscuro y en una escuela en la que tenía que permanecer toda la tarde. ¡Yo, que prefería estudiar en el tranvía porque tengo dificultades para concentrarme con el silencio! Verme obligado a permanecer en un despacho con un libro en inglés lleno de fórmulas matemáticas me hacía sentirme como encerrado en una torre de marfil sin tener la llave para salir. Era un periodo de trabajo precario (la primera vez que tuve una colocación fija en la universidad fue tres años después); no comprendía bien qué tenía que hacer y cada día me daba más cuenta de lo ignorante que era. Cuando asistía a una reunión no me enteraba de nada, pero fingía que comprendía; no tenía muy claro mi trabajo y era muy desordenado. Lloré lágrimas y sangre. Mi única fijación era huir lo más rápido posible de aquel trabajo que parecía impedirme que me expresara.
¿Qué te decían esos famosos amigos tuyos?
Me acuerdo de que trataba de demostrarles de todas las maneras posibles que había sido una elección estúpida. Aunque había dicho que sí, apenas diez días después pensaba que el que me había aconsejado no entendía nada, o peor aún, que hablaba en abstracto. Me hallaba allí en contra de mi voluntad, y sin embargo, como las personas que tenía delante tenían mucha autoridad, para mí era difícil salir. Y allí estaba, encajando golpe tras golpe, y cada tres meses volvía a mis amigos tratando de convencerles del error. Después de tres años de llevar esta vida, durante la que escribí algunos artículos absolutamente insignificantes, se abrió la posibilidad de un doctorado. El examen fue bien, pero no fenomenal, cosa extraña para mí. Los meses que siguieron fueron muy duros, me fue mal en los exámenes, y poco a poco fue madurando en mí un sentimiento de fracaso y la idea de dejarlo. Pero un día, en el curso de una conversación decisiva con quienes me habían aconsejado que me quedara en la universidad, me dijeron: «Tú todavía no has aceptado verdaderamente estar en la universidad. Solo puedes afrontar las dificultades si lo haces por amor a alguien por el que valga la pena hacerlo. Dile “sí” a María, ofréceselo todo a la Virgen. No sé si lo conseguirás. Pero si le ofreces todo a Ella no se perderá nada de lo que haces, cada instante será salvado para ti y para el mundo». En aquel instante, por primera vez, dije verdaderamente que sí, dejé de oponer un método mío frente a la realidad. Con el tiempo las condiciones no mejoraron, pero empecé a cambiar yo. En los momentos más difíciles, cuando me ahogaba, empecé a ofrecer todo, a pedir incluso sin comprender lo que implicaría. Me habían contado que en los años 70 don Giussani repetía que en la Edad Media la gente vagaba huyendo de la violencia de los bárbaros. Todo empezó a cambiar porque los monjes empezaron a decir: nosotros no nos vamos porque está Jesús, confiamos en él. En la actualidad, añadía don Giussani, es lo mismo: Cristo ha sido expulsado de los ambientes de trabajo, todos vagan buscando algo, sin meta, sin estabilidad. Es necesario que alguien se quede confiando en Jesús. De esta forma empecé a vivir mi trabajo, con todas mis limitaciones.
¿Qué es lo que cambió concretamente?
El primer cambio fue un sentido de utilidad profundo. Muchas veces todavía, ansioso e inestable, en un trabajo en donde todo es competencia, en donde los exámenes no terminan nunca, me he sentido presa del miedo de no conseguirlo. Desde entonces, la única forma de recuperarme ha sido repetir: Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam. Que esta prueba, este examen, este artículo sea para gloria tuya, para tu Reino en el mundo. Señor, ayúdame, si puedes haz que vaya bien, pero que sea como tú quieres, es suficiente con que sirva para tu Reino, para el movimiento. El que piense que esta petición es abstracta y pietista es porque el que es abstracto es él. Cuántos milagros puedo contar en mi vida universitaria, cuántos encuentros providenciales en el momento justo. A pesar de todo esto, la situación seguía siendo complicada, porque no hay trabajo más comprometido que el trabajo en la universidad, si te lo tomas en serio. Los exámenes a los que me presento no tienen fin (he hecho ocho oposiciones), y al mismo tiempo das clase, escribes artículos, participas en congresos, sigues siendo evaluado... Además la competencia es fuerte si decides no vivir de las rentas y si quieres seguir la evolución de la investigación. En cualquier caso, yo he proseguido y este ha sido el primer hecho que me ha permitido comenzar a mirar esa materia, que parecía tan ajena a mí, como algo interesante. Ahora me gusta la Estadística: no hago un trabajo de economista, sino de metodólogo. Me ocupo sobre todo de variables multivariadas y el punto fundamental de mi trabajo es inventar demostraciones. Me gusta mucho, y existe una correspondencia que al principio no se daba. Lo primero que suscita un encuentro interesante es la percepción de aquello que te corresponde, no porque te guste o no te guste, sino porque te hace verificar que nada se pierde. Pero repito: para descubrir lo que corresponde a lo que tienes dentro verdaderamente, es necesario que alguien te ayude a comprenderlo. Lo que debe ponerse en juego es la libertad, o sea, decir que sí a una circunstancia arriesgando uno mismo. Ésta es la aventura. En un momento dado dije: «Acepto». Y aquí pongo de manifiesto lo que es quizá una constante en mi vida: la importancia del encuentro con maestros. Pero, todavía más importante es estar siempre abiertos y ser positivos, porque esto es lo que permite tener encuentros importantes y aprender, aunque no se tengan maestros.
¿Qué le dirías a un joven que se asoma al mundo del trabajo, que, como tú entonces, tiene que afrontar esta nueva realidad?
Constantemente conozco personas, sobre todo jóvenes, que hablan de condiciones de trabajo imposibles, que se lamentan, que piensan que es imposible progresar, mejorar, que atribuyen todo el mal a las condiciones externas. Por eso la petición, la experiencia de fe, parece que no influye sobre el trabajo, sobre todo sobre el cambio de las condiciones. En cambio yo debo dar testimonio de que la petición al Ser está en el origen también de mi progreso profesional. En mí ha crecido, con el paso de los años, un sentido profundo de la positividad de la realidad. En vez de recriminar o de desesperar después de tantos fracasos, he aprendido a preguntarme qué debía aprender para seguir hacia delante. La apertura hacia la realidad que se me ha dado me ha hecho acercarme a profesores que al principio eran hostiles, pidiéndoles poder trabajar juntos, convirtiéndome en su discípulo, en un ambiente en donde a menudo reina la arrogancia. Me doy cuenta de que la petición del porqué de las cosas que aprendo en el movimiento me hace estar más atento a los datos, más capaz de ver nexos, implicaciones, visiones sintéticas que colegas mucho más preparados que yo a menudo no ven. Por eso me apasiona construir modelos estadísticos que sirvan para interpretar la realidad. El Ser pide hacerse conocer hasta en los pasos de un teorema que trato de demostrar.
Entonces, te ha ido bien. Hago de abogado del diablo: ¿y si hubieses comprendido que aquél no era tu camino?
No sé cómo habría reaccionado en el momento. Probablemente no habría sido tan maduro como para percibir que no se trataba del fracaso de mi persona, sino de una sugerencia para cambiar de camino. Estoy seguro de que aquella realidad humana, aquellos amigos, me habrían hecho volverme consciente de mí mismo. Me habrían hecho comprender que el fracaso era una sugerencia: tenía que seguir otro camino. Porque esa realidad ha tenido siempre la función de mostrarme qué quería el Ser de mí a través de signos, buenos o malos. Por lo demás, todo mi camino universitario ha sido marcado por la presencia de alguien que me ha abierto a la vida y me ha hecho ser más capaz de intuición, más dispuesto a plegarme a lo que parece inútil, aburrido o repetitivo en el trabajo, más atento y más capaz de estrechar relaciones que me han abierto caminos de otro modo imposibles. Estas sugerencias han sido para mí el rostro del Misterio que me ha respondido comunicándose a sí mismo.
Un vistazo al móvil: ¡20 llamadas no respondidas! El tiempo se ha terminado. Es hora de trabajar. Por el reino de Dios.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón