Tendencia preocupante del derecho a separarse cada vez más de la referencia a la realidad y a la razón. Si la mayoría tiene una determinada idea, esta debe convertirse en ley. El juicio severo del jurista de Florencia
Habría que hablar de entrada del matrimonio entre homosexuales, con las adopciones asociadas según el modelo zapaterista, de los embriones y de sus derechos, de Terri Schiavo y de la eutanasia. Pero Paolo Grossi, jurista refinado con cátedra en Florencia y autor de numerosos libros, mete la marcha atrás y retrocede doscientos años, hasta la fecha que marca un hito en la modernidad: 1789. «Es allí, y lo digo como historiador del derecho, donde está la gran brecha dentro de nuestra historia».
¿A qué se refiere, profesor? ¿Quizá a que ciertas leyes, como las que la España socialista está sacando a la luz ininterrumpidamente, son ante todo hijas de la Revolución Francesa?
En cierto sentido, sí. Son su desarrollo coherente. Hasta 1789 el derecho estaba más ligado a la sociedad: la expresaba, utilizando una vasta gama de instrumentos, desde las leyes a las costumbres, y de alguna manera era su espejo. Después todo cambia: el derecho se reduce hasta coincidir con la ley y la ley se convierte en la voluntad del Estado.
Un momento. Entonces es necesario dar otro paso atrás: para usted, ¿qué es el derecho?
Es la sociedad que se auto organiza espontáneamente, se da un orden. No por casualidad Santi Romano hablaba hace casi un siglo de ordenamiento y de ordenamiento observado, en definitiva, respetado. El misterio del derecho está todo en el ejemplo de la cola.
¿La cola? ¿Qué es, una alegoría suya?
Más o menos. Hay una cola y un tipo salta fuera y propone a los demás una regla a seguir para evitar incidentes y disturbios. La idea es acogida y la cola se da a sí misma un orden. El derecho está todo allí. El problema es que desde un determinado periodo en adelante el derecho se ha identificado cada vez más con el poder: primero la burguesía, después el Estado, y ha terminado perdiendo, en mi opinión, esa riqueza y esa correspondencia con la realidad que antes lo caracterizaban. Se ha convertido precisamente en derecho legal.
Sí, pero, ¿qué tiene que ver la Revolución Francesa con Zapatero y con las leyes de hoy?
Claro que tiene que ver, y ¡de qué forma! El Parlamento codifica las normas a partir del criterio del voto, digámoslo así, democrático.
¿Es esto un límite?
La mayoría parlamentaria sigue el pensamiento dominante, lo secunda.
¿Lo mismo en España que en Italia?
Me parece que sí. En los países con civil law, en los que la ley ha ocupado todos los espacios, el derecho coincide con la ley en mayor medida. En los países con common law, como Gran Bretaña o EEUU , esta penetración es mucho menor. En el sistema de common law, que no ha conocido la Revolución Francesa, late un corazón medieval: el juez decide observando la realidad y los precedentes, sobre la base de las costumbres. Así recupera mejor la tradición de un pueblo.
¿Y aquí?
Aquí la ley está cada vez más separada de cualquier referencia a la realidad, a la racionabilidad de la realidad que la tradición de un pueblo ha sabido leer en el tiempo. Hoy el derecho es cada vez más la proyección de deseos, sean los que sean. Es suficiente con que esos deseos, que podemos encontrar incluso extravagantes o lunáticos, encuentren un asidero en el voto del Parlamento: si la mayoría tiene esa idea, esta se convierte en ley.
Se llega así a una especie de tiranía de la mayoría.
Si no se fijan puntos de referencia, todo se vuelve opinable.
¿Cómo fijar estos puntos de referencia?
Teniendo en cuenta el derecho natural. Ese conjunto de normas que Dios ha escrito en el corazón de cada hombre y que son la brújula, el sextante de cada hombre de buena voluntad, prescindiendo de la revelación.
Hay muchas personas que no lo reconocen.
Sin embargo se dan cuenta de la exigencia de anclarse en profundidad a algo estable.
Entonces, ¿cómo se sale de este cortocircuito?
Tenemos el Tribunal Constitucional desde 1956. Diría que el Consejo de Estado hace una cala, en una zona del derecho desde hace tiempo inexplorada y en la que se expresa la voz más profunda de la sociedad. El Consejo de Estado lleva acabo sobre las leyes una especie de examen de racionalidad. Es una ventana abierta hacia la realidad. Está además el derecho natural: en base al derecho natural yo afirmo que el matrimonio debe realizarse entre dos personas de sexo distinto y que la primera célula de la vida es la familia.
Sin embargo hay otros juristas dispuestos a derribar su razonamiento.
La cuestión, como decía, es abrir las ventanas ante una realidad más profunda. El Tribunal Constitucional va, como tendencia, en esa dirección. Las costumbres, muy queridas en el derecho anglosajón, salvaguardan mejor esta relación entre derecho y sociedad. Después está el instrumento referendario.
Un arma de doble filo.
Sí, es verdad. Es suficiente con ver lo que sucedió en Italia con el aborto.
En resumen, ¿cómo afronta el técnico del derecho el tema de la norma injusta?
Debemos tener presente siempre el gran escalón que separa el derecho legal del natural. Si una norma es injusta, a mí, hombre de buena voluntad, sea cristiano o ateo, se me invita a no aplicarla.
Profesor Grossi, ¿enseña como jurista la desobediencia?
Enseño la objeción: la objeción del médico ante el aborto, la objeción del asesor ante el matrimonio gay, y así con todo. Sé muy bien que la objeción es una respuesta individual, pero si la sociedad traiciona el derecho natural y hace suyos algunos anti valores, entonces no me quedan alternativas. Y la objeción tiene todo el derecho de ir hasta el fondo, hasta sus últimas consecuencias. Hasta llegar a arriesgar y sufrir incluso una sanción por parte del Estado.
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