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Huellas N.6, Junio 2005

PRIMER PLANO Deseo

Forum. Albacete y Weyler. La dictadura de los deseos y la experiencia de la verdad

Una conversación entre monseñor Lorenzo Albacete y el profesor Joseph Weiler sobre relativismo y escepticismo, fe y tolerancia en EEUU y en Europa. Un camino para salir de la esclavitud y liberar el corazón del hombre contemporáneo

Lorenzo Albacete: Mientras trabajaba para la CNN y “leía” los eventos de la muerte de Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI, uno de los aspectos que suscitó mayor interés fue la referencia del cardenal Ratzinger a la “dictadura del relativismo” en el curso de la homilía que precedió al Cónclave. Mientras que en Europa se produjo, y todavía continúa, un gran debate a propósito de este tema, en EEUU me parece que la situación es distinta, y me gustaría comprender por qué. Estas palabras se refieren en Europa a la propuesta posmoderna que acepta que la Iglesia tome parte en la vida social como promotora de valores abstractos, como fuente de inspiración para las personas, pero no como fuente de verdad: la afirmación de conocer la verdad es considerada antidemocrática y antipluralista. Por el contrario, tengo la sensación de que en EEUU el debate no ha llegado todavía a este punto. Parece que el “relativismo” es considerado solo en términos de juicios morales concretos y no con respecto a la capacidad en sí de conocer la verdad. ¿Está usted de acuerdo con el hecho de que exista esta diferencia entre EEUU y Europa? Si es así, ¿a qué cree que se debe?

Joseph Weiler: Creo que uno de los motivos de la diferencia entre EEUU y Europa a este respecto es que en EEUU existe una mayor disparidad de visiones entre el mundo intelectual o la élite de los medios de comunicación (que, en este aspecto, se parecen mucho a sus homólogos europeos) y una gran parte de la población, en la que el relativismo moral y el escepticismo epistemológico son decididamente menores. La sociedad americana, además, está mucho menos secularizada. Bajo algunos aspectos esta diferencia corresponde a la que existe entre religiosidad y secularismo. Los intelectuales que dominan los medios de información tienden a ser seculares y el hinterland americano (¡que comienza a 15 Km. de New York City!) es en gran parte mucho más religioso que la mayoría de Europa occidental.

Albacete: ¿A qué se debe que históricamente en EEUU la religiosidad haya sabido resistir durante más tiempo al secularismo que en Europa?
Weiler: Al hablar de religiosidad, tanto en EEUU como en Europa, nos referimos al cristianismo. Yo no soy cristiano, y por tanto trataré de expresarme con cautela. En mi opinión la explicación está en una combinación de dos factores. El primero es que Europa afrontó la Segunda Guerra mundial de forma muy distinta a como lo hizo EEUU : este último no vivió la devastación, el Holocausto, la destrucción. Europa se encontró ante un desafío teológico que América no vivió, es decir, ante la pregunta: “¿Dónde estaba Dios?”. Aquí llegamos al punto delicado, un punto sobre el que debo ser muy muy cauto. En mi libro Una Europa cristiana señalo con discreción el hecho de que la Iglesia, en particular la Iglesia católica, en los años 50 y 60 no estuvo totalmente a la altura del desafío. No dio una respuesta espiritual a la pregunta que el mundo se planteaba. Es más, parecía obsesionada sobre todo por un mensaje político: “no votéis a los comunistas”, antes que por responder a la crisis espiritual que Europa estaba atravesando. La Iglesia da lo mejor de sí cuando es “profeta en el umbral”, cuando se contrapone a la sociedad, al establishment, como Sión, como el profeta Amós. Este es el motivo del éxito que la Iglesia tuvo después de la Segunda Guerra mundial en los países de Europa oriental, en Polonia por ejemplo, porque allí era “profeta en el umbral”. La Iglesia no respondió a las exigencias espirituales de las personas. El resultado es que perdió prácticamente dos generaciones. Las personas que habrían respondido a un mensaje espiritual se dirigieron a la única espiritualidad que encontraron, y que estaba en la contracultura de la izquierda política. La Iglesia parecía el “sector dominical” de los partidos demócrata cristianos de Europa occidental. Esto no ha sucedido en EEUU.

Albacete: En EEUU la Iglesia protestante ha tenido mayor difusión e influencia que la Iglesia católica. Aquellos que no se han alineado con el mundo intelectual del que usted habla parecen tener mayor influencia sobre la gente. ¿Se trata de un factor importante para explicar la diferencia a la que nos referimos?

Weiler: Hablemos de la realidad religiosa americana. No se trata de un cuadro homogéneo; aquí el “éxito” no se mide por los afiliados a una Iglesia. Lo que establece la diferencia es la práctica de la religión. Las viejas y tradicionales iglesias protestantes principales están en declive, mientras que las Iglesias florecientes y que tienen éxito son las evangélicas cristianas. Habría que añadir que, estadísticamente, la Iglesia que está creciendo más rápidamente en EEUU es la católica (pero esto deriva de la afluencia de los inmigrantes de países hispanos). ¿Cuál es el secreto del éxito de los evangélicos y de ese segmento de la Iglesia católica, es decir, no de ese viejo tipo de Iglesia católica irlandesa o italiana, sino de la hispana? Ellos comprenden este tipo de religiosidad que los otros parecen haber olvidado: no cometen el error de reducir el cristianismo a una moral. Para muchos ser cristianos se había convertido simplemente en ser buenas personas, el cristianismo se reducía únicamente a sostener causas nobles, a ayudar a los necesitados, a hacer beneficencia. Pero las personas que profesamos una religión no tenemos el monopolio de la moralidad: puedes ser ateo y ser una persona absolutamente ética y moral. ¿Cuál es la categoría de la religiosidad que no tiene equivalentes seculares? Es la santidad. Las Iglesias que tienen éxito son las que dicen: «Nosotros somos hombres estructuralmente en busca de santidad». Son las que no se sienten avergonzadas o que no disminuyen la importancia de los objetos de la santidad, como por ejemplo los sacramentos de vuestra Iglesia. Y no reducen la religión a moral. No es que la religión no exija la moralidad, pero no es el único aspecto. Si observamos a los evangélicos, cuando van a la iglesia no solo escuchan un sermón sobre lo que está bien o lo que está mal, sino que viven una experiencia en la que pueden sentirse cercanos a Dios y a la santidad. En la Iglesia católica los que tienen éxito son aquellos para los que la Eucaristía es real. En otras palabras, no se trata solo de ir a la iglesia y escuchar a un sacerdote que dice: «Jesús nos pide que seamos más humanos», sino de vivir la Eucaristía como una experiencia religiosa significativa.

Albacete: ¿Se trata entonces de una cuestión de experiencia? Ser cristiano en EEUU, ¿es todavía para muchas personas una experiencia antes que un discurso?

Weiler: Sí, y si las Iglesias no proporcionan esta experiencia lo harán las personas. Los políticos lo comprenden mejor que la élite intelectual y que los medios de comunicación. Es verdad que se puede dudar de la sinceridad de muchos, de aquellos que empiezan a ir a la iglesia en el momento en que deciden ser candidatos, pero en otro aspecto hay que mirar, por ejemplo, al Congreso: allí hay personas que me parecen auténticamente religiosas y no solo manipuladoras de la religión. En Europa es muy difícil encontrar dirigentes políticos que vivan abiertamente su religiosidad, porque se considera una cuestión personal y privada. He conocido a distintos presidentes de gobierno europeos, y estoy pensando en uno en particular, que me dijo: «He leído su libro, estoy encantado de que lo haya escrito y coincido con su tesis». Yo le respondí: «Muy bien, señor presidente, si las cosas están así, ¿cómo es que no lo ha dicho públicamente?». Y me respondió: «Sería inaceptable para mi partido». En EEUU, en cambio, aunque tengamos que decir sinceramente que existe una buena medida de hipocresía entre la élite política, el clima político no infunde temor a declarar abiertamente la propia religiosidad.

Albacete: Considero que la santidad y la experiencia de la que ha hablado son el secreto de este problema de la “dictadura del relativismo”. Me gustaría hablar de ella en términos de deseo, de la experiencia del deseo y de la “dictadura del deseo”. “Deseo” es una palabra que los americanos comprenden, en particular el “deseo de la felicidad” citado en nuestra Declaración de Independencia. Como ha afirmado usted, el ser humano está hecho estructuralmente para la santidad, o bien, que la verdadera realización del deseo de felicidad del corazón humano se encuentra solo en una relación con Dios. Estamos hechos para esa totalidad, y todos nuestros deseos se dirigen a esto, al Misterio en el que encontramos aquello que nuestro corazón está buscando. ¿Qué sucede cuando se eclipsa esta tensión? La búsqueda para satisfacer el deseo se convierte en algo que tengo que hacer, en un proyecto ético y, al final, en un proyecto político. La búsqueda religiosa de la santidad se convierte en una búsqueda política de la satisfacción de muchos deseos a menudo en conflicto entre ellos. Dado que no todos esos deseos pueden ser satisfechos (fuera de la santidad es imposible), se llega a una reducción del deseo además de una intensificación de los deseos particulares que quedan. Vivimos aquello que Heschel definía como “una tiranía de las necesidades” en busca de satisfacciones políticas: algunos deseos particulares pretenden el estatus de derechos políticos. ¿Qué piensa de esto, en particular dada su procedencia de la tradición judía?

Weiler: Para comprender qué piensan sobre esto los judíos invitaría a los lectores de Huellas a estudiar con atención el capítulo 19 del Levítico, que podría considerarse como el capítulo central de la Biblia. Este capítulo empieza con el mandamiento: «Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo». Ahora vamos al versículo 18, en donde leemos: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esta es la búsqueda de la santidad, y la forma para llegar a ella. Pero después leemos en el versículo siguiente, el 19: «No aparearás ganado tuyo de diversa especie. No siembres tu campo con dos clases distintas de grano. No uses ropa de dos clases de tejido». La típica reacción de mis amigos cristianos a esto es: «Reconozco el versículo 18, pero lo demás no lo comparto... este es el problema de los judíos: siguen todos estos detalles». En efecto, si se estudia el capítulo 19, se encontrarán todos estos mandatos. Pues bien, le explicaré ahora cómo entiendo yo su significado. El códice de la ley judía, comprendidos los aspectos rituales, no es lo que muchos piensan: lo entienden como la cáscara de un fruto, y dicen que el verdadero fruto es amar al prójimo como a uno mismo. ¡Pero nosotros no hacemos esa distinción! No existen privilegios en el texto, son yuxtapuestos, y ambos son el fruto. “Respeta el sábado” y “no forniques” son igualmente importantes. En el texto “ama a tu prójimo como a ti mismo” y “no mezcles la lana” tienen el mismo estatus. ¿Cómo es posible esto? Los tres factores más importantes de la ley ritual judía son, en primer lugar, lo que comemos, kasher. El segundo es el punto fundamental de la ley sexual judía, o bien la limpieza (por la cual no se pueden tener relaciones sexuales con la mujer durante la menstruación y los siete días siguientes). El tercero es el sábado: el viernes por la tarde terminan todas las actividades laborales, no se enciende la luz, no se escribe, no se trabaja, es un día de descanso completo. Estas son las expresiones de los tres grandes deseos: el alimento, el sexo y la profesión. Pero si yo no sigo la disciplina de la santidad como los alimentos que quiero, practico todo el sexo que quiero, etc. Para algunos esto es la libertad. Para avanzar profesionalmente trabajas todo lo que quieres: también esto es la libertad. Y sin embargo es una forma de esclavitud. Esto es lo que hacen los animales, una forma de esclavitud hacia la propia naturaleza. La práctica de la ley judía, por el contrario, tiene dos significados unidos entre sí. Uno de ellos se manifiesta en todos los aspectos de la vida práctica; desde el momento de levantarse, las primeras palabras que pronuncias, sin siquiera pensarlas, son: «Imagino siempre a Dios delante de mí». Es una ley, y lo tienes que decir todas las mañanas. Ahora concentrémonos en los tres ejemplos que he puesto. Cada vez que me siento a la mesa o que como debo preguntarme si es kasher o no: no puedo comer todo lo que quiero, en el acto de comer estoy respetando el mandamiento de Dios. En el acto de amar, practicando el sexo con mi mujer, estoy respetando el mandato de Dios; además debo planificar mi semana, y lo sé bien, porque el sábado no puedo trabajar, no puedo viajar. Una vez rechacé un doctorado honoris causa porque la universidad europea que me lo concedía dijo que la ceremonia siempre tenía lugar en sábado, y que no podía concederlo in absentia. Pero programar de esta forma la semana es un acto de libertad, porque sometiéndote a algo que está fuera de este mundo te liberas, aunque no sea a través de una disciplina ascética. Se te ordena que comas y que te diviertas, que vivas la vida con plenitud, que te multipliques, que tengas hijos. En definitiva, que goces de la vida, y esto no es una disciplina de ascetismo, sino una forma de vincular los deseos, para resistir a lo que Giussani define como “una dictadura de los deseos”. Esto es un programa que afirma que no puedes ser esclavo de tus deseos. Viviendo tu vida no alcanzas la santidad con una hora a la semana, cuando vas al Templo y todo está en silencio y tienes tu hora de santidad. Lo que vives es una vida. Una vida en la que se funde moral y rito, y aquello que une moral y ritual es este concepto de santidad, que no es clerical, y que reza: todos vosotros sois una comunidad.

Albacete: ¿Cuál es la mejor manera de resistir a esta dictadura del deseo que tiene tanta influencia?

Weiler: Es sobre todo una cuestión de modestia. Por este motivo elegí las palabras del profeta Miqueas para mi libro sobre la Europa cristiana: «He aquí lo que te pide el Señor: practicar la justicia, amar la piedad, caminar humildemente con tu Dios». En otras palabras, un intimidatorio «tenemos la verdad, conocemos la verdad», no es en sí mismo la ley, pero está para recordar la virtud de la modestia. En segundo lugar, es preciso el ejemplo. En la comunidad judía tenemos también este tipo de lucha: el 85% no es observante, no sigue esta ley. Muchos jóvenes me dicen: «Es demasiado difícil, es dura. ¿Cómo puedo vivir así?». Viviendo este tipo de vida es como lo muestras a los demás: «Yo tengo éxito en mi profesión, tengo una casa preciosa, por tanto soy un ejemplo». El judaísmo no privilegia en modo alguno el ascetismo. Lo que siempre digo a mis amigos cristianos es que, cuando van al trabajo, no se distinguen, no les distingues. Pero sí reconoces a los que son poco modestos. En fin, debemos protestar contra una tolerancia construida sobre la falta de certeza con respecto a la verdad y sobre el relativismo moral, y predicar en cambio una verdadera tolerancia que no trata de imponer la verdad. Debemos afrontar la dictadura del relativismo demostrando la falsedad de un mito: el mito de que si niegas el escepticismo epistemológico y el relativismo moral eres una persona intolerante. Una de las grandes empresas del difunto Juan Pablo II ha sido demostrar que se puede predicar y practicar la tolerancia y, al mismo tiempo, negar el escepticismo y el relativismo. Esta es la verdadera medida de la tolerancia: crees que posees la verdad, sabes que tienes la verdad, y sin embargo evitas imponerla a los demás.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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