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Huellas N.5, Mayo 2005

CL El movimiento hoy

Id por todo el mundo

Giovanna Tagliabue

Una sana educación. Un encuentro importante. De ahí en adelante la vida se vuelve fascinante y se está disponible para todo. Para ir a África o a Paraguay. Siempre con los amigos en el corazón

Mi mayor deseo, desde pequeña, era que mi vida fuese útil. No me gustaba perder el tiempo. Seguramente porque veía a mis padres siempre trabajando y en una casa grande como la nuestra (siete hijos) no había momento para la tranquilidad. Si mi madre conseguía terminar sus quehaceres, nos llevaba, aun siendo pequeños, a visitar a sus amigas o a algún enfermo, o a dejar algo en la casa de los pobres. Creo que el deseo de ser misionero en “tierras lejanas” nos viene por ósmosis.
Conocí a don Giussani en julio de 1968 en Campestrin di Fassa. Fue como un rayo en un cielo sereno. No comprendía bien el motivo, pero intuía que tenía que seguir a un hombre así, porque seguramente me llevaría a donde mi corazón quería ir. Aquel mismo octubre, terminados mis estudios en la Escuela de Arte, fui a ofrecerle mi disponibilidad para ir a Brasil, pero él me respondió: «Ahora no es posible, pero te envío a una reunión que te puede ayudar». De esta forma, confiándole mi mayor deseo, me encontré descubriendo mi vocación. Al año siguiente dejaba mi trabajo en el estudio de arquitectura para entrar en la escuela de enfermería de los I.C.P. en Milán. Quería prepararme para la misión. Todo lo que sucedía en el movimiento me fascinaba cada vez más: los amigos de Gudo, la comunidad de la Mangiagalli, la escuela, las vacaciones de los trabajadores de la sanidad, los enfermos, el canto... tanto que ya no pensaba en partir. Deseaba confiar a don Gius mi libertad para que fuese educada en la “totalidad de mirada” sobre la vida y por tanto en la totalidad de experiencia de alegría y de infinito de la que él me daba testimonio. Deseaba ardientemente ayudarle a construir la Iglesia a través de su carisma y estar disponible a sus indicaciones.

Promesa cumplida
Fue en agosto de 1973, durante mis primeros Ejercicios en los Memores Domini en Pianazze, cuando el Señor cumplió definitivamente la promesa. En el Congo (entonces se llamaba Zaire) un grupo de los nuestros necesitaba una enfermera y un médico para continuar el trabajo de asistencia en un Centro que habían comenzado. Así me armé de valor aquella tarde, llamé a la puerta de su habitación y le dije que estaba preparada para partir. Me sonrió y me dijo: «Me gustaría que te quedaras, pero comprendo que es importante para ti y para nosotros que te vayas».
Nos abrazamos y allí comenzó mi gran aventura... misionera. Diez años en África y dieciocho en Paraguay con una escala en Bélgica para estudiar medicina tropical y dos en Italia para escuchar al Papa que nos pedía que fuésemos por todo el mundo y para reforzar mi fe en el encuentro con el carisma.
Si me preguntaran si me ha costado la distancia de los amigos diría que no, porque siempre los he llevado conmigo. Nuestra experiencia la comunión no es abstracta, es una experiencia de unidad que marca el corazón. Uno puede estar solo en Kiringye, pero lleva dentro de sí un “nosotros” infinito que le acompaña como Jesús. La educación que don Gius nos ha dado es inconfundible: es la de un hombre que llega a la estación Central de Milán a las nueve de la noche para saludarte antes de partir para Bruselas o que te escribe una carta recomendándote comprar estufas porque sabía que pasábamos frío en Villarrica. ¿Cómo puede uno sentirse solo aunque se encuentre a 10.000 kilómetros de distancia? Si fuese así no mereceríamos ser llamados hombres.

Obedecer a un Bien más grande
Para mí el gran desafío ha sido siempre la relación con la gente del lugar: una cultura distinta, una manera distinta de usar la cabeza, las cosas de la vida, las relaciones entre las personas que la mayoría de las veces ponen a prueba tu paciencia y tu fe. Porque al encontrarte con uno que es “distinto” te obligas a preguntarte por qué estás junto a él, y si no es por un amor al destino del otro es imposible la convivencia. Cuando pienso en mis años en África me veo llena de entusiasmo, joven, desafiando las dificultades de la lengua, llena de deseo de bien, trabajando sin descanso con mis amigos para construir en la llanura del Ruzizi un lugar más humano (cooperativas, centros de salud, escuelas de alfabetización). Tampoco aquí me faltó nunca la mirada de don Gius. Es más, vino a pasar con nosotros 24 horas acompañado por don Ricci, desafiando su terror a los animales, para ayudarnos a vivir hasta el fondo nuestra vocación en la apertura a otro carisma. Además nos llegaban las grabaciones de los Ejercicios que nos acompañaban puntualmente en el trabajo ascético que teníamos que hacer.
Nos hallábamos en la primera evangelización y la gente nos quería un montón. Tener que volver al finalizar el contrato fue duro; yo me encontraba bien allí; si hubiese sido por mí no me hubiera vuelto nunca, pero comprendía que el verdadero bien era obedecer al Bien más grande que había encontrado, aunque me costara.

Un nuevo sí
La experiencia de Paraguay me ha obligado a hacer un serio trabajo sobre mí misma. Esta vez no era yo la que quería partir, fue don Gius quien me lo pidió expresamente.
Era un momento de gran trabajo misionero dentro de los hospitales con un grupo de enfermeras de CL (habíamos hecho en Varese los famosos Tres días), y además vivía en Gudo con muchos amigos.
¿Qué hacer? O renuevas otra vez tu “sí” a Cristo o no es verdad nada de lo que has vivido. O das la vida por entero o no la das. Y aquí me encuentro desde hace dieciocho años, a pesar de que después de seis meses le pedí a don Gius poder volver a casa. Este nuevo “”sí” me ha permitido llevar a cabo una gran experiencia profesional (colaborar en la organización del hospital universitario, abrir una facultad de enfermería, crear centros de salud en la periferia). Pero lo más sorprendente ha sido que la confianza que don Gius depositó en mí llegó hasta el punto de encomendarme la pequeña comunidad del movimiento que por entonces había nacido en Asunción. Dios te desafía así, apuesta por tu nada y pone a prueba tu libertad, pues sabe que Él siempre sale vencedor.
De esta forma el rostro de Cristo y el amor a Él ha crecido y crece en mí día a día con y en la comunidad que se me ha confiado y de la que ahora ha florecido un pueblo concasas del Grupo Adulto, obras y una escuela elemental.
Todo esto ha podido suceder porque Dios es misericordioso, imprevisible y utiliza todo para construir su Iglesia y, como decía siempre don Gius: «¡Quién nos iba a decir que a través de esta chica...!».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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