No se puede expresar todo el dolor que sentimos por la pérdida de Juan Pablo II. Su desaparición nos llena de un silencio colmado de gratitud y de una devoción apasionada por su persona y su vida. Sólo alivia nuestro dolor la certeza de su compañía perenne y de la ayuda que seguirá brindando a su amada Iglesia desde la casa del Padre, intercediendo por ella ante Cristo.
Jamás podremos olvidar su apasionado testimonio de Cristo, ofrecido con toda la energía de la que fue capaz, sin ahorrarse absolutamente nada. Al igual que san Pablo, ha llenado el orbe entero del evangelio de Cristo (cf. Rm 15,19) de la única manera en que es posible: encarnándolo y haciendo ver así a todos lo que es el cristianismo.
En la conmovedora homilía del funeral, el cardenal Ratzinger nos ha recordado a todos que «nuestro Papa se entregó sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y por nosotros» y de este modo «dio atracción nueva al anuncio del Evangelio».
Nosotros hemos visto con nuestros ojos cómo es una persona penetrada por entero por la presencia de Cristo, qué cota alcanza lo humano cuando el hombre –como el Papa nos ha llamado a hacer desde el primer instante de su pontificado– abre las puertas a Cristo. Así hemos aprendido con cercanía –como escribió don Giussani con ocasión del veinticinco aniversario del pontificado de Juan Pablo II– que «el cristianismo tiende verdaderamente a realizar lo humano» y por tanto es «el camino hacia el cumplimiento de la felicidad del hombre».
Ciertamente esto es lo que ha despertado el interés por su persona en muchos de nuestros contemporáneos. Admirados por su humanidad cumplida no han podido sustraerse a ese impacto. ¡Cuántos han descubierto a través del Papa el hecho cristiano o han recobrado la estima por un cristianismo que muchos daban ya por acabado! La espontánea e imponente reacción de la gente ante su muerte, así como ante su vida, es el signo tangible de lo que sucede cuando una persona encuentra un cristiano verdadero. Esto nos indica, más que cualquier sondeo, qué es lo que necesita la gente: necesita testigos de esa humanidad cumplida que acontece en quienes reciben a Cristo con sencillez. Juan Pablo II nos ha enseñado que cuando la encuentran se quedan impactados. ¿Acaso no ha sido ésta nuestra experiencia? Esto nos debe convencer de cuánto esperan los hombres de hoy, al igual que los de ayer, el testimonio de una fe en la que florece lo humano.
Nosotros, además, tenemos una deuda impagable hacia Juan Pablo II por el reconocimiento pontificio de nuestra Fraternidad y de los Memores Domini. La paternidad que tuvo para con nosotros ha marcado y marcará para siempre nuestra historia. Por tanto, la mejor manera que tenemos de mostrarle nuestro agradecimiento es vivir con más conciencia que nunca la finalidad por la que existe nuestra compañía, según las palabras que el Santo Padre nos escribió en 2002: «Indicar no un camino, sino el camino. El camino es Cristo».
La manera más sencilla de dar las gracias al Papa es continuar lo que él testimonió mientras estaba con nosotros: «Ojalá la experiencia del Misterio vuelva con palabras sencillas entre la muchedumbre, entre la gente-gente» (don Giussani). De la experiencia excepcional de estos días aprendemos, junto con toda la Iglesia, que justamente en esto se juega el futuro.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón