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Huellas N.4, Abril 2005

DON GIUSSANI Esa fiebre de vida que nos ha arrastrado a todos a Cristo

El cristianismo integral de don Giussani

Marcello Pera

El 28 de febrero se presentó el libro Un café en compañía, en el teatro Capránica de Roma. El Presidente del Senado Italiano, Marcello Pera, recordó que «la fe cristiana procede de una experiencia». Publicamos un extracto de su intervención

La presentación del libro de Renato Farina que recoge sus entrevistas a don Giussani tuvo lugar pocos días después de su desaparición, mientras todavía resonaba en nuestro corazón la ceremonia del funeral en el Duomo de Milán, la plaza abarrotada de gente, el dolor contenido, la multitud formada sobre todo por jóvenes, la lúcida homilía del cardenal Ratzinger pronunciada sin papeles, con un domino riguroso de los conceptos y del lenguaje, el discurso de profundo calado de Julián Carrón, los aplausos y los silencios. De alguna manera la presentación de hoy es continuación de esa celebración, porque el autor de las entrevistas es un amigo de don Giussani y uno de los protagonistas de Comunión y Liberación y porque el otro ponente es su sucesor.

Espero que comprendáis la dificultad que supone para el que, como es mi caso, se siente invitado a desempeñar una función para la que no está debidamente capacitado, no desde el punto de vista institucional, porque la institución que presido aquí no tiene importancia; sino personalmente porque respecto a don Giussani y a su mundo soy uno “venido de fuera”.
Expondré a continuación los puntos que creo haber aprendido de don Giussani en el libro de Farina.

Fe y misión
Este es el primer punto. La fe cristiana procede de una experiencia. Es un acontecimiento, como recordó el padre Julián Carrón en el Duomo de Milán, algo que ha sucedido, un encuentro, una revelación. Otro que sale a nuestro encuentro, que se manifiesta y se da a conocer. De ello emanan algunas consecuencias importantes. La primera es que la fe no se deduce de un razonamiento, teoría o explicación. Un hecho es un hecho: se ve, se reconoce. La segunda consecuencia es que si la fe es un hecho, entonces el hecho de la fe es más fuerte que cualquier punto de la doctrina elaborada y aceptada. El hecho –Dios que se hace hombre– es una tradición intangible, en cambio la doctrina es la elaboración revisable de este mismo hecho. Dice don Giussani a Farina: «¿Qué es el cristianismo? Primero: Dios que se hizo hombre, murió y resucitó, y que vive entre nosotros. Segundo: no se puede silenciar este acontecimiento, hay que anunciarlo; así de simple, para ello hemos sido escogidos los cristianos, para la misión».
El segundo punto tiene que ver con este concepto de misión, un concepto sencillo, como dice don Giussani, pero que en los últimos tiempos se había vuelto tímido y controvertido en algunos sectores de la propia Iglesia católica. Se trata de lo siguiente, tener la fe cristiana, ser cristiano, significa muchas cosas a la vez: advertir una presencia, dar testimonio de ella, predicar su mensaje, comprometerse a llevarlo a la práctica.
También de este punto dimanan varias consecuencias. Una en particular, que la vida de la Iglesia debe estar marcada por la fidelidad a la tradición. Por ello, si en nombre de la tradición se juzga que esta o aquella posición histórica de la Iglesia o de su jerarquía suponen un acomodarse, una cierta capitulación o un alejamiento de la tradición, entonces es preciso ser intransigente.

Intransigencia y valentía
Creo que es esta intransigencia, esta valentía, lo que se ha definido y criticado tantas veces como el integrismo de don Giussani y de Comunión y Liberación. Me parece una acusación injustificada. ¿Era integrista y rígido don Giussani por predicar la tradición o más bien era condescendiente la Iglesia del post-concilio que predicaba el diálogo con la modernidad y acababa deslizándose hasta disolver la fe cristiana solo en un mensaje cultural? Para responder es útil volver a leer la entrevista de 1988 sobre “Los rostros secretos de Pedro”, que es quizá la más clara, y con toda seguridad la más dramática, del libro. En ella don Giussani se refiere al «desastre» y al «abismo» hacia el que se dirigía la Iglesia diez años antes, de la «toma de postura que había llevado al asociacionismo católico a refugiarse en la izquierda política», de la fidelidad a la tradición, de los tormentos y desilusiones de Pablo VI, que «percibía el derrumbe de la presencia católica en la sociedad», y por fin de la invitación del Papa a ir hacia adelante. Y dice: «cuando uno tiene clara la conciencia de ser fiel a la tradición que ha aprendido, y encuentra que el magisterio de la Iglesia, a medida que evoluciona subraya las mismas cosas, y no cree haberlo contradicho jamás; entonces para ese hombre lo que importa es obrar, y nada más. Obrar con valentía, también juzgando y denunciando lo que no está de acuerdo con la tradición viva».

Compromiso cristiano
Aquí solo puede ver integrismo católico el que crea que el cristianismo no coincide con la fidelidad a Cristo sino con la adhesión a una de las variantes de la cultura de la liberación. Y que el cristianismo no signifique la salvación de todos en el reino de los cielos, sino la emancipación en este mundo de algunos elegidos: los pobres, los desheredados, los débiles, quizá la clase obrera o las clases desposeídas. Esto no era lo que pensaba don Giussani. Y por ello se le consideraba integrista, combatido por unos, los laicos progresistas de la izquierda italiana, e incomprendido por los otros, los católicos modernos, también ellos de izquierdas. Extraño destino que, bien mirado, cuestiona más las opciones de la Iglesia de entonces que las posiciones de don Giussani.
Esto me lleva al tercer y último punto de reflexión que me ha suscitado el libro de Farina, el del compromiso. El cristiano se compromete en la predicación, en la misión y en las obras. Se compromete a estar en la sociedad pero no para llevarla en una u otra dirección –la justicia social, la paz, la tolerancia, etc.–, sino para plasmarla y dirigirla en la única dirección, que es la de Cristo. Si es así, se comprende que el cristianismo, como recordaba el cardenal Ratzinger en el Duomo de Milán, no es propiamente una cultura, menos aún una cultura de la liberación de los pueblos de un estado social o histórico. Es un error – y cito al cardenal Ratzinger– «transformar el cristianismo en un moralismo, el moralismo en una política, sustituir el creer por el hacer». Por eso el cristianismo es una presencia incómoda: porque cuando es auténtico, no se deja encasillar en ninguno de los esquemas culturales y políticos corrientes. Por eso es una presencia molesta: porque exige y no se acomoda. Su meta está más allá, no más acá. Es para todos, no para algunos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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