Hace cincuenta años moría Paul Claudel y su obra y su figura siguen siendo objeto de debate. Algunos le menosprecian, otros le cuentan entre los grandes. Pero lo que nos importa es que su arte nos ha dejado una obra maestra como es La anunciación a María. Uno de sus personajes es Pierre de Craon, el constructor de catedrales. En este drama, que representa las distintas figuras del amor humano, Pierre lleva el signo tremendo de la lepra. Su estatura no coincide con su invulnerabilidad. Conoce bien su límite, pues lo tiene grabado en su cuerpo. Sin embargo, es constructor y cumple la noble vocación a ser un hombre que edifica un lugar útil para la vida de todos y su destino. «No vivo igual que los otros hombres», dice en un pasaje de la obra. Su vocación es especial. No tiene casa como los demás, vive las relaciones de manera distinta que los demás.
En estos últimos tiempos, la tragedia del tsunami nos ha obligado a todos a reconsiderar cuál es la dignidad auténtica del ser humano, si tan repentina y banalmente su vida puede ser aniquilada. Ya los antiguos, desde los Salmos a Homero y Virgilio, y luego Leopardi y muchos poetas contemporáneos, se centraron en esta cuestión trascendental. En comparación con ellos, tantos sofismas actuales y ciertas reflexiones empalagosas no han sido más que habladurías.
¿Qué tiene que ver Pierre de Craon con esto? Su entrada en escena recuerda la entrada en el mundo del hombre cristiano que sabe que su existencia tiene un límite insoslayable. Ha probado la soberbia de creerse Dios, ha tratado de poseer todo lo que quería, sobre todo a Violaine, que no era para él, y ha contraido la lepra, el signo de su límite. Nadie mejor que el pecador o el santo sabe lo que es el cristianismo, escribió Péguy.
Pierre de Craon es el hombre que ya no pretende ser la medida de todas las cosas y deja de sentir su propio límite y el de la naturaleza como un escándalo. Por ello el cristiano advierte la naturaleza como “hermana”. Así lo escribió san Francisco. Hermana, ni madre ni madrastra. Creada, como nosotros.
La estatura del hombre no reside en la ilusión de ser el dueño del mundo. A la vida hay que servirla, al igual que tantos Pierre de Craon, construyendo y señalando así la positividad del Ser (no de la naturaleza divinizada en sí misma). Al igual que ese misionero que socorre a los necesitados en ese país devastado por el maremoto custodia su iglesia y cultiva orquídeas como un signo extremo de esperanza.
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