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Huellas N.2, Febrero 2005

IGLESIA China / Misión

La vida más fuerte que la muerte

P. Luis Ruiz

El P. Ruiz contaba con 88 años cuando escribió esta carta donde relata su viaje a China del 16 al 30 de abril de 2001

El centro de Zhenxiong es el peor de todos los centros que hemos visto en China. Al cabo de dos días de coche, llegamos a la ciudad. En la cena nos dijeron que no podríamos visitar el lugar. Preguntamos el porqué y nos dijeron que la leprosería se hallaba en le fondo de un “tazón de arroz” rodeado de una alta muralla rocosa. Siguiendo mi principio: «Si no se ve, no se puede entender», decidimos bajar hasta el fondo y verlo.

Vivir en una caverna sin electricidad y con sólo un pequeño estanque de agua sucia que se llena de lo que unas goteras del techo de la caverna dejan caer no es lo más adecuado como morada para 100 personas. A ello se añade que se trata de leprosos. Pero cuando ves dónde se hallan situadas esas moradas, en lo hondo de un barranco circular sin salida por ningún lado, a no ser escalando el muro de un precipicio de 300 m. sólo entonces llegas a la conclusión: «Viven en unas condiciones inhumanas». Pero no soy yo quien lo dice, son palabras del Doctor Chino al cuidado de la Prevención de la lepra de la provincia de Yun-Nan. No recuerdo haber oído a ningún Doctor del gobierno expresarse en tales términos.

Para llegar hasta allí necesitamos tres días: un día de vuelo a Kunming y, luego, dos días de 10 horas por día de coche, cruzando monte tras monte entre cuestas, bajadas y revueltas. Nos reciben las autoridades de la zona y los doctores oficiales. Al principio no vemos más que un paisaje color arcilla roja, típico del S.O. de China. Cogemos nuestras botellitas de agua y un bastón verde bambú y empezamos a andar gradualmente en declive por un sendero terroso que nos lleva a través de una arboleda de pinos. Estamos yendo hacia abajo. A los 15 minutos de andar por este sendero, se abre ante nuestros ojos un inmenso hoyo en la tierra. Este hoyo tiene una profundidad de más de 300 m. y un área de extensión en el fondo como de dos campos de fútbol. Con fe en nuestros guías, comenzamos a descender con un desnivel más pronunciado y el terroso sendero se convierte en sendero de fila de a uno. La imponente muralla rocosa y el sendero estrecho continúan durante 50 minutos más, siempre en declive, hasta que llegamos a una cabaña de madera construida sobre el mismo sendero. Cuando dejamos esta casa-puerta, el sendero se transforma en una escalera rocosa que desciende por la muralla del imponente precipicio desafiando descaradamente a la gravedad. Ahora comprendemos que nos dirigimos derechos hacia el fondo de este gran hoyo que se abre como un cráter en la tierra. En la base del murallón de enfrente vemos una gran caverna que alberga casas de barro. Volviendo la mirada a la derecha, el escarpado muro de roca, que ahora comienza a elevarse sobre nuestras cabezas y que nos causa un poco de alarma. Pero no se puede ya volver atrás, porque una hilera de gente nos viene acompañando y los leprosos esperan a sus primeros visitantes extranjeros en 58 años. La altura nos obliga a parar a intervalos para aspirar aire. Lo que realmente nos preocupa es que, de vuelta, tendremos que subir por la misma ruta rocosa por donde ahora bajamos.
Nuestro grupo comienza a serpentear por entre las legumbres sembradas fuera de la caverna. ¡Hemos sobrevivido al descenso por esta muralla de piedra!

Cuando nos acercamos a la caverna, los “olvidados” leprosos ya están reunidos, pero no muy seguros de lo que les espera. Como de costumbre, les saludamos con entusiasmo, tomándoles las manos, ¡qué misterio de la gracia de Dios el que por fin nos encontremos! Ha sido una larga travesía, pero, como los Magos del Evangelio de Lucas, la gracia de Dios nos a ayudado para encontrar, por fin, el camino hasta este pesebre donde los leprosos viven.
Después de los saludos nos ponemos a examinar sus condiciones de vida durante 50 años. Como al comienzo no había escaleras, ¡a los primeros leprosos se les descendía con sogas hasta lo hondo! Aún queda uno de los actuales que se acuerda de esa experiencia de hace 53 años. Entonces tenía sólo 10 años. Las casas están hechas de ladrillo de barro y techos de paja. La mayor parte de las casas están cayéndose y tienen un muro ennegrecido donde hacen fuego para cocinar y tener algo de luz. No tienen electricidad y no he visto tampoco ninguna vela. De noche hace frío y nos dicen que como tienen muy poca comida no pueden calentarse de noche en la oscuridad de sus casas-cueva. El agua para beber la cogen en una pequeña poza rocosa que recoge por igual agua y lodo, más parece lodo que agua. No comen más que lo que pueden cultivar en este hoyo de terreno. Tienen poco arroz, algunos vegetales, harina de maíz y algunas patatas. Nada de esto lo tienen a mano, ni provisiones. Tienen algunos animales como suplemento a sus comidas. Muchos en el grupo están lisiados o han perdido miembros por la lepra. Estos y los ancianos no pueden trabajar. En este grupo de más de un centenar también hay niños. Los que tienen 60 años parecen tener 80. Llevamos encima alguna chocolatina y galletas. Los niños nunca las han probado y nos dicen: «Están muy ricas, pero no sabemos lo que es».

En la despedida les recordé que Dios les ama y que venímos a visitarles para mostrarles ese amor de Dios.
Antes de apartarnos de estos nuevos “siempre viejos amigos”, les decimos que les vamos a ayudar para que tengan más comida, agua limpia y electricidad. El plan completo sobre la mejor manera de ayudarles lo tenemos que discutir más tarde con los doctores y oficiales encargados.
No es necesario decir que la subida de vuelta la hicimos despacio, dando tiempo a coger un poco de aire para que los pulmones funcionaran y el corazón pudiera latir a su ritmo. ¡La aventura de bajar y después volver a subir daba lugar a algunas dudas de si íbamos a poder sobrevivir!

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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