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Huellas N.2, Febrero 2005

IGLESIA China / Misión

Una correspondencia imposible

Gloria Rubio de Cárdenas

Gracias a Carras, tuve la suerte de conocer al padre Luís Ruiz, su tío. Puntualmente nos llegan sus cartas en Pascua, Navidad y verano. Además no falla: a cada uno de los que le conocemos nos llega una carta suya el día de nuestro cumpleaños. Por medio de ellas hemos ido descubriendo a un hombre plenamente cristiano: «Este es el verdadero secreto de mi vida, y mi alegría: servir a Cristo, en el pobre enfermo, leproso, hermano. Recientemente un doctor chino me dijo: necesitan comida, así que vamos juntos a buscar comida para Cristo…»

El padre Ruiz es misionero jesuita. En 1951 llegó a Macao (antigua colonia portuguesa anexionada a China en 1989). Expulsado de España en el 1931 por el gobierno republicano, se marchó a Cuba, de donde salió en 1942. La Compañía de Jesús le envió a China, y de nuevo sufrió el exilio en 1951 de manos del gobierno comunista. Pasó a Macao, donde puso en marcha Cáritas Macao. Pero no fue hasta el año 1985, con 72 años, cuando emprendió una cruzada contra la lepra.

Comenzar a los 72 años
«Empecé a trabajar en la provincia de Guangdong –comenta el padre Ruiz–. Allí, en una isla, tenían tirados a todos los leprosos. Una noche fuimos en una lancha de pesca hacia la isla. Debería habernos visto: parecíamos contrabandistas. Yo llevaba cigarrillos para repartirlos entre los leprosos. Cuando llegamos a la isla, vimos algo que no se me olvidará jamás. Aquella gente vivía en un lugar sucio, asqueroso. Se me acercó un leproso y le extendí mi mano. Cuando él extendió la suya, me di cuenta de que no tenía más que un muñón. Y así todos los habitantes de la isla que se iban acercando. ¿Y qué podía hacer yo con los cigarrillos que había traído? Pues los fui encendiendo yo, y se los ponía a ellos entre los muñones. Empecé a trabajar en esa isla; al cabo de unos años presentaba un aspecto radicalmente distinto. Hasta las autoridades chinas nos pidieron ayuda para otros centros» (entrevista 22.9.03).
¡Qué capacidad para responder a las necesidades más concretas!

El sueño de san Ignacio
El padre Ruiz es uno de los poquísimos misioneros que tiene permiso para entrar en China, el sueño de san Ignacio. Ha realizado más de 30 viajes, de 10 a 15 días de duración. Ha recorrido 10 provincias de China y prestado ayuda en 150 centros de leprosos. Los guarda en su memoria como una madre recuerda el lugar donde viven sus hijos y rememora los nombres uno a uno. Estos viajes no son fáciles, debido a las grandes distancias, a la dureza de las condiciones y a sus 92 años, pero nunca le falta el humor: «Me trataron como a un mandarín, llevándome en una silla gestatoria con un sol abrasador; yo iba muy confiado en mis porteadores, y pasamos por senderos pedregosos imposibles, bajando 800 metros entre matorrales, peñascos y fango, pero no caí» (carta del 10.9.01) . Cuenta que, por la dureza del camino, «un joven se ofreció a llevarme en su moto por la colina: un verdadero Country Cross».

Dar de comer y dar clases
Esos pobres lugares perdidos en valles y montañas, muchas veces inaccesibles, miserables y rara vez visitados por algún oficial del Departamento de Salud, este joven de 90 años los ha ido transformando en viviendas de seres humanos. Gracias a esto atiende a 6.552 enfermos de lepra proporcionándoles alimento y hogar.
Y no sólo a ellos, también a sus familias. La mayoría de los hijos de los leprosos no han contraído la enfermedad, pero en China se les priva de la posibilidad de acudir a la escuela ya que se les mantiene apartados, viviendo en las aisladas leproserías y sus padres no tienen dinero para enviarles fuera a estudiar. «Ellos serán –piensa el Padre– los que un día salvarán a sus familias si les damos instrucción». Y después de levantar 17 escuelas para ellos y de abrirles otros centros de enseñanza cercanos, ha comenzado la distribución de un total de 1.868 becas.

Aún más grande que el cielo
Escuchamos la carta de agradecimiento que le enviaba uno de estos chicos: «¿Qué puedo hacer por ti? Solamente escribirte estas dos palabras: Muchas Gracias, para expresar mi emoción. Un escritor, llamado Yute, dijo una vez: “El océano es lo más grande en el mundo… el cielo es más grande que el océano, pero el alma humana es aún más grande que el cielo”. Padre Ruiz; su alma es la más ancha, la más hermosa y la más digna. Debido a su hermosa, ancha y digna alma, nos trae a nosotros, los pobres jóvenes y niños, felicidad y conocimiento. Nos hace realizar lo que es amor y vida. Ha cambiado mi futuro y me ha dado nueva vida. Lo que puedo hacer para pagar el agradecimiento es estudiar bien, obtener más conocimiento y cultura y finalmente llegar a ser un maestro de escuela primaria».

El permiso del gobierno chino
En muchos de los centros para leprosos abiertos por el P. Ruiz, cuidan de los enfermos monjas a quienes el gobierno chino permite su estancia, ya que según comenta el Padre: «Las autoridades están muy impresionadas con la labor efectiva de las Hermanas, que con su amor y cuidados trasforman la vida de los enfermos» (carta del 10.09.01).
Es realmente un corazón misionero el del padre Ruiz, movido por el deseo de que otros conozcan el amor que Dios les tiene, ese amor que le ha llevado a China y le mueve a compartir todas sus necesidades: «Dios os ama, venimos a visitaros para mostraros ese amor de Dios; hay otros muchos amigos que os quieren y os ayudarán» (carta del 30.1.01). Siendo dos mundos tan diferentes, el suyo y el nuestro, estamos llamados a lo mismo: dar testimonio del amor que Dios ha tenido con nosotros y que tiene a cada uno de sus hijos. Todos sus leprosos rezan por nosotros: «los amigos de China ofrecen sus oraciones y sufrimientos por vosotros», «en la Misa pedí a mis hermanos enfermos que recen por vosotros todos los días», «todos los días en la Santa Misa, en la consagración ofrezco al Señor sus sufrimientos y trabajos; y en la comunión pido al Señor que les pague las ayudas que dan».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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