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Huellas N.2, Febrero 2005

CULTURA El Quijote / 1605-2005

Caballero soy y caballero he de morir

Gonzalo Santa María

El capítulo VI de la primera parte describe el intento del cura y del barbero, amigos de Don Quijote, de acabar con la causa de su locura: los libros de caballería, pues «se llenó el cerebro de todo aquello que leía en los libros» (I,1). Sin embargo, este capítulo representa un ejercicio de crítica literaria que Cervantes escribe con donaire y agudeza

Cervantes afirma en numerosas ocasiones que el propósito de su obra coincidía con el del cura y el barbero, como dice un viajero al propio Don Quijote: «¡Bendito sea el Cielo!, que con esa historia que vuesa merced dice que está impresa, se habrán puesto en olvido las innumerables de los fingidos caballeros andantes» (II, 16).

Versión novelesca del heroísmo medieval
Los libros de caballería eran en el siglo XVI una pervivencia del heroísmo medieval pero en versión novelesca y llena de fantasías. Estos libros comenzaron en Francia con la denominada Materia de Bretaña, que dio origen al conocido Ciclo Artúrico o, lo que es lo mismo, a toda la saga de leyendas del Rey Arturo.
A partir del siglo XIII comienzan dichas novelas a divulgarse por España y a escribirse ejemplos notables como Amadís de Gaula o Tirant lo Blanc. Dichos relatos se fueron transformando en aventuras cada vez más disparatadas donde los elementos fantásticos eran la base de sus narraciones: el caballero andante, dotado de crecientes poderes sobrenaturales, vaga por tierras tan exóticas como irreales, se enfrenta a todo tipo de seres –monstruos, dragones– y es capaz de vencer a flotas, ejércitos y naciones extrañas, siempre al servicio de una dama por quien ofrece todas sus hazañas. Es así como nacen Palmerín de Ingalaterra, Lisuarte de Grecia o Florismarte de Hircania.
El género caballeresco se hace tremendamente popular y sus relatos son conocidos por todo el mundo desde el Emperador hasta los labradores que, si no sabían leer, los conocían de oídas. No pocos contemporáneos de Cervantes, creían a pies juntillas que los relatos caballerescos eran verdaderos, como se puede apreciar en algunos personajes del Quijote.

Tan desaforados disparates
Los libros de caballería fueron vituperados en múltiples ocasiones por la Iglesia, debido a su contenido tan exageradamente fantástico, como dice un canónigo al propio don Quijote: «Puesto que el principal intento de tales libros sea el deleitar, no sé yo cómo puedan conseguirlo, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates» (I, 47).
En otro pasaje de la segunda parte, un eclesiástico, de un modo mucho más contundente, en un tono áspero, le dice a nuestro inofensivo protagonista: «Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el cerebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad enhorabuena, y en tal se os diga: volveos a vuestra casa, y criad a vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen» (II, 32).

Nada menos que todo un hombre
Sin duda, este eclesiástico no alcanzó a comprender la novedad que representa Don Quijote para el género de la caballería, al tratarse de una parodia en positivo.
Contrastando fuertemente con dicho género novelesco, Don Quijote de la Mancha, aparece como una disparatada parodia. El contraste no es sólo en lo tocante a la fisonomía del nuevo caballero andante, sino a la factura realista que presenta Cervantes en relación con el idealismo que dominaba todos los géneros de la prosa: la novela sentimental, la bizantina, la pastoril y la morisca, de los que, por otra parte, hay varios ejemplos en la obra.
Don Quijote es un hombre o, como diría Unamuno, es «nada menos que todo un hombre». Lo que le distingue del resto de los caballeros andantes que le trastornaron el juicio son sus fracasos, sus padecimientos y su inquebrantable ideal. Por eso responde al eclesiástico con total dignidad: «Caballero soy y caballero he de morir si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros por el de la hipocresía engañosa; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante...» (II, 32.)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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