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Huellas N.2, Febrero 2005

SOCIEDAD España. Referéndum

Juan Pablo II y la construcción europea

José Luis Restán

Una Europa unida del Atlántico a los Urales para que pueda respirar con dos pulmones, con el espíritu de Occidente y de Oriente. El Papa sigue «mirando con confianza la construcción larga y ardua de la Unión Europea»

A finales de los años 70 ningún líder político mundial se atrevía a desafiar el orden europeo surgido del Tratado de Yalta, ni siquiera a vislumbrar una alternativa posible. Sólo aquél hombre vestido de blanco y sentado en la silla de Pedro, aquél Papa venido del Este, tuvo el arrojo de cuestionar un orden evidentemente injusto, que privaba a los pueblos del Centro y Este de Europa del bien de la libertad. Y cuando el Papa Wojtyla reclamaba desde Compostela una Europa unida del Atlántico a los Urales, más de uno resolvía el expediente tildándolo de visionario, o le concedía una sonrisa compasiva, como si se tratase de una de esas frases impolutas a las que son tan aficionados algunos clérigos. En 1997, caído ya el Muro de Berlín, el Papa entregó a los Jefes de Estado de Polonia, Chequia, Eslovaquia, Lituania, Alemania, Hungría y Ucrania, reunidos en Gniezno, un mensaje en el que pedía a los europeos «que no dejen ninguna nación, ni siquiera la menos poderosa, fuera del conjunto que están constituyendo». Pues bien, el tiempo le ha dado la razón, y nuestros hijos aprenden hoy un mapa de Europa que alarga los confines de la Unión hasta la frontera rusa. Se comprende que el pasado 30 de octubre, veinticuatro horas después de la firma del Tratado Constitucional Europeo, Juan Pablo II se haya dirigido al Presidente polaco en estos términos: «La Sede apostólica, y yo personalmente, nos hemos esforzado por sostener este proceso para que Europa pueda respirar con dos pulmones, con el espíritu de Occidente y de Oriente».

Podría decirse que Juan Pablo II ha entendido esta tarea como una de las misiones de su pontificado, indisolublemente ligada a su ministerio de obispo de Roma y cabeza de la Iglesia Católica; hasta el punto de que esa misión pudo incluso costarle la vida. Y sin embargo, al contemplar la estación actual de este proceso, no sería extraño que el Papa se haya sentido como Moisés en el desierto. Ya en aquella ocasión de Gniezno, siete años atrás, había advertido que se estaban levantando en Europa nuevos muros, y que no serían derribados sin regresar al Evangelio. Desde luego esta Europa, a pesar de tantos logros verdaderamente positivos, no es la que el Papa pensaba en aquel atardecer de Compostela del año 82, como tampoco es la que soñaron los padres fundadores, Schuman, Monet, Adenauer y De Gasperi.

Y sin embargo, Juan Pablo II ha repetido, al menos en tres ocasiones, que sigue «mirando con confianza la construcción larga y ardua de la Unión Europea». La primera fue la mencionada audiencia el Presidente de Polonia, en la que diseñó una auténtica hoja de ruta para los católicos europeos: «a pesar de que en la Constitución europea falta una referencia explícita a las raíces cristianas…confío en que los valores perennes elaborados sobre el fundamento del Evangelio…sigan inspirando los esfuerzos de quienes se asumen la responsabilidad de la formación del rostro de nuestro continente». La segunda, tuvo lugar en el Angelus del 31 de octubre de 2004, dos días después de la firma del Tratado Constitucional. En esa significativa ocasión, pidió también a los cristianos que en los próximos años «sigan llevando a todos los ámbitos de las instituciones europeas los fermentos evangélicos que son garantía de paz y de colaboración entre todos los ciudadanos con el compromiso compartido de servir al bien común». La tercera ha sido su Mensaje al Arzobispo de Santiago de Compostela con motivo de la clausura del Año Santo.

Alguno se preguntará cómo es que este hombre que ha plantado cara a los poderosos del mundo, que no ha cedido a las presiones de los medios ni a las opiniones mayoritarias, no rompe la baraja en este caso. Yo estoy seguro de que Juan Pablo II no mira para otro lado ni rehuye el buen combate de la fe. Quizás él, como pastor de esta grei debilitada y dispersa que somos los cristianos europeos, tenga una mirada más larga y profunda que nuestros cálculos y considere que no es prudente arrancar juntos el heno y la paja. Quizás comprenda, como el gran Obispo de Hipona, que en tiempos de crisis y confusión suelen ser los cristianos los primeros en padecer los desmanes y que les conviene disponer de un dique frente a la arbitrariedad. Quizás confía más que nosotros, en que las nuevas generaciones cristianas serán capaces de repetir, desde la humildad y el atrevimiento ingenuo de la fe, la antigua hazaña de Bonifacio y Patricio, de Cirilo, Metodio y tantos otros. Porque ese es, ciertamente, el desafío.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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