Un capitán del ejercito italiano, un electricista iraquí y un cingalés de una empresa kuwatí trabajan juntos en el barrio que ocupan los militares italianos
Andrea, capitán del ejercito italiano de misión en Nasiriah, un iraquí que vive en la misma ciudad con su familia, y Fernando, un cingalés que llegó a Iraq para ganar unos dólares y ayudar así a los suyos. Es la historia de una relación que ha surgido en el Campo Míttica, el barrio donde se ha instalado el contingente militar italiano para llevar a cabo la operación Antigua Babilonia. El capitán Andrea Manni, reservista de las fuerzas del ejercito, ha participado en los últimos meses en su segunda misión en tierra iraquí. Aquí, en el inmenso campamento que reúne a 3.500 soldados italianos, 700 rumanos y 350 portugueses, ha crecido la amistad entre Andrea, Fallah y Fernando. Durante seis meses (hasta su vuelta a Italia el pasado diciembre), el capitán Manni fue subcomandante de una de las células de la brigada responsable de los servicios técnicos y logísticos del Campo Míttica, que desarrolla las tareas esenciales para el funcionamiento de las infraestructuras (por ejemplo, el aprovisionamiento de agua y energía eléctrica), en las que colaboran también un centenar de iraquíes y unos 40 extranjeros, en su mayoría indios y cingaleses.
Los que vinieron de fuera
Entre ellos se encuentra también Fallah, un electricista iraquí experto en frigoríficos, un hombre bueno que lloró con los soldados italianos la muerte de algunos compañeros en el atentado de noviembre de 2003 que causó 11 víctimas, y Fernando, experto en grupos electrógenos, nacido en Colombo, capital de Sri Lanka, viaja por todo el mundo a sueldo de una empresa kuwaití que alquila sus estructuras a los contingentes militares. Vida errante la de Fernando que le permite mantener a su familia, a la de sus padres y de sus suegros, pero que le impidió participar en el Bautizo de su hijo en octubre del año pasado. Vida expuesta a un alto riesgo la de Fallah que habla con ansia de «los que vinieron desde fuera» y organizaron el atentado de Nasiriah, además de golpear en varias ocasiones a los militares italianos, amenazar a la población y sabotear las elecciones de finales de enero. «También a Nasiriah ha llegado mucha gente de fuera o del extranjero para desestabilizar la situación e impedir que se implante la democracia y la población pueda vivir en libertad, como durante décadas se le impidió –cuenta Andrea–. Los habitantes temen ser blanco de los terroristas y guerrilleros y el miedo es el mejor aliado de quien no quiere que nada cambie. La tensión ha crecido, pero no ha podido borrar la gratitud por lo que han hecho los militares italianos junto con mucha mano de obra iraquí, al acabar la guerra, para restablecer las comunicaciones y reconstruir las infraestructuras: carreteras, puentes, escuelas, trabajos de canalización del agua y alcantarillado en muchos barrios, proyectos para poner en marcha la administración pública y adiestramiento de la policía local y del ejercito. Todas ellas actividades que forman parte de nuestra misión de paz; que han dado trabajo a multitud de personas del lugar y de las que poco se habla en los periódicos, pero que constituyen el núcleo de la operación Antigua Babilonia, y propician un clima de confianza y respeto entre la población y nosotros».
Un trío singular
Fallah es uno de los cien habitantes de Nasiriah que trabaja en el Campo Míttica. Ahí durante seis meses se vio a diario con el capitán Manni y con Fernando. Un trío realmente singular que muchos admiraban con cierta envidia. «En una situación tan difícil y con roles tan dispares, las relaciones humanas y el valor de la persona son lo único que permite construir de verdad –cuenta Andrea–. Y el trabajo realizado juntos para devolver la corriente eléctrica a una zona o llevar el agua a un barrio, se convierte en la ocasión para valorar lo que te sostiene en la vida concreta. De lo contrario, sólo queda la indiferencia, la rabia o la fatiga que sobrellevar, contando los días que faltan para regresar».
El Corán y el creft
A finales de diciembre, al acabar el capitán Manni su segunda misión en Iraq, Fallah y Fernando se despidieron con un abrazo, con la esperanza de volver a verle pronto. Fallah se presentó con una copia del Corán en la mano, lo mismo que hizo la primera vez que le conoció, y le dijo: «Esto es lo más importante para mí, llévatela para que te acuerdes de nuestra amistad y para que Dios te proteja a ti y a tu familia». Fernando le regaló un creft, un símbolo militar que cuesta el sueldo de una jornada de trabajo: «Pero, ¡vale mucho menos que nuestra amistad!», susurró al oído del oficial italiano que volvía a su casa.
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