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Huellas N.2, Febrero 2005

PRIMER PLANO Occidente

Entrevista a Marta Sordi. Constantino y la libertas Ecclesiae

a cargo de Stefano Zurlo

Con el Edicto de Milán el emperador reconoce «a los cristianos y a todos los demás» el derecho de seguir su propia religión. Entrevista a Marta Sordi

Dos edictos: el edicto de Sárdica de 311, firmado por Galerio y el edicto de Milán de 313, obra de Constantino. Entre medias, un evento misterioso y desconcertante: la conversión de Constantino y su victoria en la batalla del Puente Milvio el 28 de octubre de 312. Un hecho capital que abre las puertas de la sociedad romana a los cristianos, hasta entonces formalmente discriminados, susceptibles de ser perseguidos y de hecho perseguidos sanguinariamente. Dos edictos que tienen que ver con el mismo tema, la tolerancia religiosa hacia aquellos irreductibles seguidores de Cristo, pero con palabras muy distintas: Galerio concede a regañadientes la libertad a los discípulos de Jesús, mientras que Constantino esculpe el principio de la libertas Ecclesiae, con un salto hacia delante vertiginoso. Marta Sordi, profesora emérita de Historia griega y romana en la Universidad Católica de Milán, se interroga desde hace mucho tiempo sobre esa singular concentración de acontecimientos que trastocaron la historia de Occidente: «El edicto de Sárdica afirma que los cristianos se han equivocado, pero que el emperador les concede el perdón, tal vez porque Galerio estaba enfermo, tenía miedo de morir y esperaba congraciarse así con el Dios de los cristianos. Constantino en cambio definió el límite insuperable de la acción del César, ensalzando el valor de la conciencia».

La distinción de los planos
Dice justamente Constantino: «Ut daremus et christianis et omnibus liberam potestam sequendi religionem quam quisque voluisset». Marta Sordi traduce este pasaje: «Para dar a los cristianos y a todos los demás el poder de seguir la religión que cada uno quiera». Ese christianis, junto al omnibus, a todos los demás, indica que los cristianos, los seguidores de Jesús, habían sido un hueso duro, durísimo, una fuente de conflictividad permanente durante trescientos años. Garantizarles por tanto la libertad quería decir medir hasta el fondo la hondura de la palabra libertad, reconocer el espacio inalienable de la conciencia y sentar las bases de la futura civilización occidental, basada en la distinción de los planos (Dios, por una parte, y el César, por otra) y en la dignidad del yo humano. Con ese paso, Constantino no sólo reconoce la libertas Ecclesiae, sino la libertad de todo ser humano. Marta Sordi se apresura a leer otro pasaje del edicto, en el que el emperador explica que cada uno podrá seguir la religión que más concuerde con su conciencia. Dice textualmente: «Qui... ei religioni mentem suam dederet quam ipse sibi aptissimam esse sentiret».
En definitiva, el vínculo con el Dios cristiano contribuyó a la definición de la esfera de la conciencia y esta conquista, de ahí en adelante, valdrá para todos: christianis y omnibus.
En medio se halla la batalla del Puente Milvio y el misterioso sueño de Constantino. Y antes, siglos y siglos de historia romana (que, en opinión de la experta, prepararon el acontecimiento y nutrieron, como se nutre a un niño que se convierte en un hombre, la palabra libertad) formaron la cultura sobre la que se asentó aquel cambio repentino.

La visión de Constantino
¿Qué sucedió el 28 de octubre de 312? Eusebio de Cesarea y Lactancio describen la visión que provocó la conversión del emperador, pero Marta Sordi prefiere privilegiar un panegírico pagano del año 313. «Es muy interesante, porque el autor dice que Constantino tuvo el apoyo de un dios supremo que no se menciona nunca, del que ni siquiera se sabe el nombre, que le hizo prevalecer sobre su rival Majencio. Lo cual para mí significa que la cultura pagana del tiempo registró un hecho excepcional: una experiencia quizá mística, ciertamente algo que llevó a Constantino a abrazar la religión de Cristo y a cerrar definitivamente la puerta a los dioses del Capitolio».

En definitiva, aquel día sucedió algo particular, que puede resumirse en la visión que tuvo Constantino, en la que se veía al Sol, y por encima de éste la cruz victoriosa de Cristo. «Es cierto que la conversión de Constantino fue en primer lugar la del emperador que admitió la verdad del Dios cristiano o la fuerza del cristianismo, antes que la del hombre tocado en el corazón, pero esto no significa que Constantino se hubiese regido por algún cálculo político o militar o simplemente humano, ni tampoco que cultivase la ambición de aprovecharse del altar para reforzar el trono. La verdad es que en aquella época los cristianos eran todavía una exigua minoría, especialmente en Roma, y que el poder cultural estaba en manos de los paganos. Por tanto, Constantino no se avino a una conveniencia; es posible que intuyera de alguna forma la fuerza incluso social y cultural del cristianismo y, sobre todo, se convenció de que el Dios cristiano no solo era el más fuerte, sino el único».

La victoria del Puente Milvio
Para Marta Sordi el recorrido que siguió el emperador está claro: a Roma jamás le había gustado la divinización del poder temporal; los mismos emperadores rechazaban a menudo los sacrificios en su honor. En resumen, había ciertos modelos orientales que en Occidente y en Italia no funcionaban del todo. Roma no era partidaria de abrazos sofocantes entre lo sagrado y lo profano. «Pero esto –afirma la historiadora– no significa que los romanos no fuesen religiosos: para ellos la religión era el fundamento del Estado, cuya fuerza se apoyaba en la ayuda divina y en la alianza con la divinidad (pax deorum). En cierto sentido, es una actitud similar a la que encontramos hoy en el sistema político estadounidense».
El cristianismo llega en esta situación, abierta y flexible, ciertamente como la más irreductible, incomprensible y revolucionaria de las religiones. Es la única frente a la que no caen los prejuicios. «Los cristianos adoraban a un Dios no reconocido por el Estado y que excluía a los demás dioses del imperio. De aquí la acusación de ateísmo y la hostilidad de una gran parte de la opinión pública, que impidió hasta Galeno (260 d.C.) cualquier reconocimiento».

Tras la última persecución, la de Diocleciano, que Galerio prosiguió en Oriente hasta 311, vino el reconocimiento pleno con el llamado Edicto de Milán: «Siguiendo la línea de su padre, Constancio Cloro –observa Marta Sordi–, Constantino era un seguidor del culto solar que veía en el Sol, omnisciente y omnipotente, el summus deus con muchos nombres. La visión que Eusebio refiere en la Vida de Constantino y el sueño que refiere Lactancio indujeron a Constantino a reconocer en el dios con muchos nombres al único Dios cristiano y a superar el mismo culto solar, buscando en la alianza con el Dios cristiano la salvación del imperio. Se reconoce a la divinidad el derecho de ser adorada como quiera, lo cual funda en el Edicto la libertad de cualquiera de adorar al Dios que su conciencia reconoce». Vence en el Puente Milvio, poniendo la cruz sobre los escudos de sus soldados; se convierte y redacta el Edicto de Milán. En el año 313 se ratifica la libertad para todos: christianis et omnibus.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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