El 11 de febrero de 2005 se celebra el XXIII aniversario del Reconocimiento Pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Don Giussani ha dictado la intención para la Santa Misa
La Fraternidad es el lugar en el que comprendemos enseguida, cuando participamos en ella, cuál es el origen de nuestro yo.
El encuentro con la Fraternidad tiende a cambiar la vida. A través de ese encuentro se cumple lo mejor de nosotros mismos.
Acordémonos con frecuencia de Jesucristo, porque el cristianismo es el anuncio de que Dios se ha hecho hombre y sólo si vivimos lo más posible nuestras relaciones con Cristo, nos “arriesgamos” a actuar como Él.
Migas solidarias
19 de diciembre de 2004: Plaza del Ayuntamiento de Villanueva de la Cañada, un pueblo a las afueras de Madrid). 10 a.m.: un grupo numeroso de personas comienza a aparecer con cacerolas, bombonas, mesas, carpas, ajos, 30 hogazas de pan, chorizos... 11.00: unas guapas cocineras con delantales y pañuelos en la cabeza (perfectamente conjuntadas) comienzan a dar vueltas sin parar a tres “cacerolonas” repletas de migas, mientras otro grupo monta una carpa donde se van a vender los artículos de “Los artesanos de Belén” y otros se despliegan por la plaza preparando una serie de juegos para niños. 12.00: la plaza se empieza a llenar de gente curiosa a los que se invita a tomar un plato de migas con un buen vino de Rioja mientras disfrutan de un espectáculo de magia a cargo de un mago profesional. 12.30: comienzan los juegos para los niños. 13.00: rifa de dos cestas navideñas. 14.30: la plaza vuelve a tomar el aspecto de siempre a la misma hora. La apariencia de normalidad de este “programa” esconde, sin embargo, la grandeza de lo que allí sucedió. Nosotros hemos vuelto a comprobar lo que dice don Gius: las obras nacen cuando uno tiene el coraje de decir «yo».
Un grupo de CL, Villanueva, Madrid (España)
Un hijo que nos enseña
Al volver al trabajo, después de las vacaciones de Navidad, mis compañeros me preguntaban qué tal habían ido y yo no podía dejar de contarles lo que me había sucedido: embarazada de dos meses, habíamos perdido al hijo que tanto deseábamos. Sus reacciones fueron de todo tipo: una compañera se ponía a llorar conmigo; otros me decían que lo sentían mucho; otros que me olvidara de todo, que ya había pasado y no le diera más vueltas; otros que si me había ocurrido era porque no estaba bien; otros que pronto me volvería a quedar embarazada... Sé que me lo decían con el mayor cariño del mundo, pero a mí esto no me basta. Yo sólo les podía decir que la vida no nos la damos nosotros, ni la podemos controlar aunque queramos; la vida es un don. Además al mirar a nuestra hija de tres años daba gracias a Dios porque estuviera bien y por el regalo que era su vida para nosotros. El dolor está y no se puede borrar, ni censurar; queremos aprender qué quiere decirnos el Señor con esto. Esta es la primera pregunta que hacíamos a los amigos que nos acompañan en el significado de la vida. Porque la vida de nuestro hijo no puede haber desaparecido y ya está. Si se nos ha dado, no podemos perderla; de alguna forma que nosotros no podemos imaginar tiene que seguir siendo nuestra. Como me decía una amiga, que ha pasado por lo mismo, los hijos te los da Dios y son para Él. Su vida la cumple Él según una medida que no es la nuestra. No podríamos afrontar este dolor tan grande con paz, si no fuera por la compañía de estos amigos que nos sostienen en el significado de toda la realidad. Esta Presencia buena que es Cristo la hemos podido reconocer estos días. Sus palabras, el poder misterioso y eficaz de la oración y hasta su compañía física, cuando entraba Susana conmigo en el quirófano, eran el signo de su Presencia. El 23 de diciembre al salir del hospital pensaba cómo celebrar la Navidad después de lo que había pasado, pero al día siguiente, Nochebuena, me daba cuenta de que teníamos que celebrarlo con mayor motivo que ningún año. Porque celebrábamos la venida al mundo, en la carne, de Aquél que da sentido a la vida.
Lourdes y Carlos, Móstoles (España)
Ojos de cielo
El último fin de semana de enero lo pasamos en la sierra de Madrid un grupo de amigos rodeados de nada menos que 80 chavales de 12 y 13 años. Son algunos de los chicos que acuden al campamento de Peguerinos en verano y a quienes durante el curso acompañamos algunos adultos. Nuestra amistad en Cristo se fortalece día tras día de tal manera que este año hemos querido vernos más regularmente con los chicos, porque sabemos bien que todo se juega en una relación. Esta vez sólo han sido 28 horas de convivencia, pero las hemos apurado al máximo. Nada más llegar, gran tablero de la oca en el jardín con miles de pruebas diferentes y, cuando ya el frío era muy intenso, juegos de mesa en el salón de la casa. Después de cenar jugamos chicas contra chicos un “Furor” –concurso musical con karaoke incluido y trufado de números de auténtica magia–, que estuvo de lo más reñido y divertidísimo. De la noche no hablemos, porque no se puede decir que durmiéramos más de tres horas seguidas, en dos dormitorios llenos de literas de hierro que no pararon de “cantar” toda la noche, y los que no cabían, al suelo del salón. El momento álgido fue por la mañana, cuando Pablo desplegó ante los chicos como un abanico la vida de Edimar, un chico de su misma edad cuya historia se relata en el cuaderno de Huellas de diciembre. «El cambio es algo mucho más radical que conseguir un buen comportamiento. (...) Aquí nosotros no tenemos el peligro de los meninos da rua; tenemos el peligro de la estupidez y la superficialidad: es estúpido dar la vida a “chorradas”. Para evitar esta amenaza debemos hacer el mismo trabajo que hizo Edimar: dejar que nuestro corazón sea tocado». Como nos sucede cuando cantamos con ellos Romaria u Ojos de cielo. Sin solución de continuidad, un buen paseo campestre con pelea de bolas de nieve incluida, comida, misa de acción de gracias por este modo que tiene Dios tan persuasivo de darse, y ¡hasta la Pascua!
El grupo de Peguerinos, Madrid (España)
Concierto en Gallipoli
Manoli y yo fuimos al sur de Italia, en la punta del tacón, en la tierra de los auténticos y genuinos “terroni”, para dar un concierto de música popular española. En el escenario del teatro Tito Schipa de Gallipoli sólo un olivo detrás de nosotros, signo de una cultura milenaria y paisaje familiar de aquellas tierras. El título era sugerente: “Un pueblo que no olvida sus cantos”. La belleza de las canciones se impuso al italiano macarrónico con el que presenté el concierto. Nada más bajar del avión nos esperaban Tiziano y Filippo. Y, como tantas veces, se repitió una historia a la que no puedo acostumbrarme: no los habías visto en tu vida y a los pocos minutos parece que los conoces desde siempre. Y empiezas a hablar de las cosas que más te importan. Nos llevan a casa de Anna, una amiga de 67 años, cuyo marido, ciego de nacimiento, había muerto hacía ya unos 20 años, pero que no podía contener su emoción al hablarnos de él mientras nos servía la cena a la una de la noche en compañía de su hijo Giuseppe. Esta mujer vive para servir. Nos esperaba de verdad, y nos ha cuidado con un afecto verdadero mientras hemos estado allí. El sábado, cuando volvíamos del concierto a las 2 de la noche, aguardaba para abrirnos la puerta y preguntarnos si necesitábamos algo. Al terminar el concierto habíamos ido con algunos amigos al restaurante napolitano de Enzo, un conocido de Luigi, donde casi reventamos a comer. Nos quedamos nosotros solos con el dueño del negocio, que salió de la cocina y nos habló del secreto de la auténtica pizza napolitana. Luigi le invita a sentarse con nosotros, nos señala uno a uno y le dice de dónde venimos. Y luego le pregunta ¿sabes por qué somos amigos? Nos mira con asombro y sin poder intuir una respuesta: «sólo por Jesucristo». Aquella noche la pizzería de Enzo era como el pórtico de Salomón.
Rafa, Madrid (España)
Pasó algo nuevo
La semana pasada tuvimos las vacaciones del movimiento en Tanti, en la provincia de Córdoba. Elegimos un gran complejo hotelero porque éramos 500, entre ellos 100 niños. ¡Un verdadero pueblo! Desde mis primeras vacaciones en el 88 nunca dejé de ir porque siempre, siempre pasó algo nuevo que me renovó en la fe y me ayudó para mi vida. Esta vez, pude constatar la verdad de nuestra experiencia al ver a amigos que conozco desde hace más de quince años y apreciar el camino que han hecho. La mayoría nos conocimos siendo universitarios, con un montón de interrogantes sobre nuestro futuro, planes y proyectos. Pero después la realidad, la vida, fue poniendo circunstancias muchas veces muy distintas de las que deseábamos o pensábamos. Sin embargo, ahí estaban estos 500 dando testimonio, algunos de muchos años de seguimiento, de que en esta experiencia se puede vivir cualquier cosa que a uno le toque con alegría y con plenitud. Puedo contar mil ejemplos. Gustavo –lo recuerdo recién llegó de Paraguay, cuando estaba empezando Medicina– ahora tiene seis hijos y un horizonte que no termina en su familia sino que abarca el mundo entero. Estamos trabajando juntos para preparar el II Meeting latinoamericano de la Compañía de las Obras que se va a hacer acá, en Buenos Aires, en marzo. En las vacaciones nos reunimos un par de veces y él siempre venía con algún niño en brazos, una imagen linda, linda... impensada hace quince años. Al ser justo el tiempo de Navidad, en medio de las vacaciones nos tocó la fiesta de la Epifanía. Varias amigas prepararon todo un “auto sacramental”, disfrazando a todos nuestros hijos de Virgen, san José, el Niño y una multitud de ángeles y pastorcitos. Cantaron varios villancicos y en un determinado momento, a caballo aparecieron ellos... los Reyes Magos, que adoraron al Niño. Resultó realmente conmovedor, y yo particularmente me detuve a ver el espectáculo de un pueblo vivo que crece y cuyo centro (allí era evidente) consiste en afirmar esta Presencia que todo el mundo hoy olvida. De esto tomamos más conciencia hacia el final, cuando tuvimos la asamblea con nuestro visitor, Mario Molteni. Estuvimos trabajando la carta de don Gius al Papa donde dice que no quiso fundar nada sino volver a los aspectos elementales del cristianismo... Me da la impresión de que ¡lo logró!
Sergio, Buenos Aires (Argentina)
Razones para actuar
El pasado 14 de enero la comunidad limeña de C L, junto a Caritas y la Universidad Católica Sedes Sapientiae, realizaron en el auditorio del Consorcio de Centros Educativos Católicos de Lima una mesa redonda sobre el tema: “Tragedia en el Sudeste Asiático. Razones para actuar”. Participaron el Embajador de Indonesia en Perú, Sr. I Gusti Ngurah Sweyja; mons. Adriano Tomasi Travaglia, obispo auxiliar de Lima; el secretario general de Cáritas del Perú, Jorge Lafosse; y el reconocido periodista e internacionalista, César Arias Quincot, del diario El Peruano. Cada uno de los ponentes ofreció su punto de vista sobre la catástrofe. De esta manera, el Embajador Ngurah Sweyja, al describir el panorama vivido en Indonesia después del maremoto, consideró que no se trata de un hecho de los pueblos afectados sino también de la humanidad; mons. Tomasi exhortó a vencer la impotencia e indiferencia con la caridad y compasión hacia la región; el Sr. Lafosse describió la labor que Cáritas Internacional viene realizando en la zona y animó a la solidaridad; por su parte, el especialista en temas internacionales, César Arias Quincot, ofreció una descripción social, política e histórica, así como las repercusiones que conlleva la tragedia. Con esta iniciativa hemos buscado una ayuda para no sustraernos a la provocación que a cada uno de nosotros nos lanzó el desastre del tsunami.
CL, Lima (Perú)
La experiencia: David contra Goliat
Ayer fui al cine después de mucho tiempo. La película elegida, tanto por su aparente atractivo, como por la calidad de sus actores y la cantidad de premios obtenidos fue Million dollar baby. Maggie (Hilary Swank) es una mujer de 31 años con un pasado dramático en el interior de una familia un tanto indeseable. En un momento dado entra en la vida de Frankie Dunn (Clint Eastwood), veterano entrenador y manager de boxeo, consiguiendo gracias a su tenacidad y esfuerzo que le entrene “a pesar de ser una mujer”. Maggie, consigue en poco tiempo llegar al primer nivel del boxeo mundial hasta que un día, en la reválida del título, sufre un accidente que le deja en una camilla sin ninguna posibilidad de movimiento. Durante todo este tiempo, Frankie Dunn, dentro de una relación de cierta paternidad (sufría desde hacía muchos años el distanciamiento con su propia hija), llega a experimentar un gran amor por Maggie, que se siente como la mujer que ha conseguido todo aquello que deseaba en la vida. Desde su inmovilidad, Maggie le pide que acabe con aquella “pesadilla”, en lo que se pinta como lo que sería el último y más completo signo de amor. «Quiero pedirte que hagas lo que mi padre hizo con su perro»: así se anuncia la fatalidad, el espanto de un acto que, siendo inhumano, se justifica además como el mayor acto de amor posible para Frankie, que en un principio no quería acceder a la petición de Maggie. Es llamativo que hasta el trágico pinchazo final, el espectador ansía, espera, y cree, en la posibilidad de un gran amor que dé razón a la vida de ambos, aun en circunstancias tan duras. Million dollar baby es una película mentirosa, y no sólo ideológica. Es perdonable el que el espectador no tenga ni idea del trasfondo del largometraje (el trailer se refiere como mucho a la relación entre ambos y al boxeo, pero nunca al accidente y a la eutanasia). No es perdonable, sin embargo, que se presente como acto razonable y amoroso lo que es irracional. ¿Qué es lo que hace gozosa la vida de Maggie durante esos tres años? ¿Se trata de la consecución de una meta lograda con esfuerzo y sacrificio? Fundamentalmente no. Y eso lo refleja muy bien la película. Fundamentalmente es la relación con Frankie (por eso dice: “solo te tengo a ti”, y no “solo tengo el boxeo”). Por otro lado, el papel de Hilary Swank, sin ser ni mucho menos excepcional ni meritorio a la estatuilla, cae en la contrariedad que se da entre la serenidad y la alegría ya expresada desde la camilla por la relación con Clint Eastwood, a la desesperación irracional de la petición de la eutanasia. Sólo confío que la experiencia venza todo este ataque propagandístico realizado a conciencia, pero no desde la razón y libertad.
Raúl, Madrid (España)
Responder en primera persona
No estoy tonta, no. Soy consciente de que el Tratado Europeo deja mucho que desear, pero hay razones poderosas para que una cristiana se apunte a un carro de tan marcados principios masones y socialistas. Lo primero que me gustaría despejar son los instintos. A una le pide el cuerpo votar “no”. Son demasiados los errores de este Gobierno, sobre todo en política internacional, en definición del Estado y en aspectos sociales y religiosos como para no experimentar la tentación de darle un coscorrón al orgullo del presidente. Sin embargo, y pese a mi vehemencia, intento medir las cosas desde la razón, y el solo hecho de que el principal partido de la oposición pida el “sí”, encabezado por personas tan respetables y convencidas como Jaime Mayor Oreja, me hace comprender que esta consulta no es un plebiscito sobre Zapatero. Vayamos ahora a las razones de peso. Es importante aclarar que votar “no” no significa “volver a Niza”. Sólo en el caso de que cinco países rechazasen el texto –circunstancia casi imposible–habría posibilidades de entrar en un nuevo proceso constituyente. Entretanto, la nación que diga “no”, sencillamente quedaría fuera del espacio jurídico y político europeo. Seguiría formando parte del espacio económico común, pero nada más. Y nada más alejado de mi concepto de Europa que un mero mercado. ¿Por qué votar “sí”? Lo que está en juego es el esfuerzo de Europa por sistematizar un mínimo de normas que garanticen el funcionamiento común. En definitiva, la institucionalización de un patrimonio. Europa es un bien y la Unión Europea que pensaron los cristianos padres fundadores –Adenauer, Schuman, De Gasperi, Monet– ha demostrado ser una fuente de bienestar y paz para muchas naciones. Que se asiente este legado no es cuestión baladí, sobre todo para los españoles. Precisamente porque en España peligran el pacto constitucional del 78 y ciertas garantías fundamentales, es crucial podernos remitir a un texto superior. A un Tratado europeo que, por ejemplo, y pese a no reconocer en el preámbulo las raíces cristianas del continente, consagra la libertad religiosa. Si algún Gobierno quisiese eliminar en España este principio chocaría de frente con el Tratado. El texto que se somete a referéndum tiene fallos y carencias, como todas las constituciones, incluida la nuestra, y es muy distinto al que una convención cristiana hubiese redactado. Pero ya es hora de que los creyentes nos preguntemos si, en medio de una secularización arrasadora, no es prioritario consagrar definitivamente ciertos principios. Apuntalar lo conseguido. Es un ejercicio de realismo agustiniano reconocer que Europa llega hoy sencillamente hasta donde llega y, en este texto, los cristianos, con todos los “peros”, tenemos un sitio garantizado. No pienso rechazarlo.
Cristina López Schlichting, Madrid (España)
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