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Huellas N.11, Diciembre 2004

CULTURA Grandes entrevistas / Pedro J. Ramírez

La sorpresa de un hecho. Porque Nietzsche se equivoca

a cargo de Cristina López Schlichting

Entrevista a Pedro J. Ramírez, director del diario El Mundo. Ante la abolición de la razón se precisa una educación en el realismo: «Los hechos son sagrados, las interpretaciones libres. Existen ámbitos donde el relativismo no funciona». Los límites de la ciencia, la contribución de la Iglesia y los errores del Gobierno. Diálogo a campo abierto con una personalidad libre

Pedro J. Ramírez es el director de Prensa actualmente más destacado de España. Acosado en el pasado por el Partido Socialista, por investigar y revelar los crímenes de Estado del PSOE, cuyos miembros utilizaron la lucha sucia contra ETA, abandonó después su alianza tácita con José María Aznar al condenar la guerra de Iraq y la alianza española con EEUU. Más libre periodísticamente, imposible. Es un dandy de trajes impecables, casado con una diseñadora de moda de la mejor sociedad española, Agatha Ruiz de la Prada. El director del diario El Mundo visitó el Meeting de Rímini en agosto y pronunció un fallo rotundo: «Jamás pensé que un movimiento católico pudiese suscitar un acto de tanta magnitud social y tan pluralista»

Decía Nietzsche que «No existen los hechos, sólo las interpretaciones».
No estoy de acuerdo. Los hechos tienen una dimensión objetiva, a partir de la cual parten las interpretaciones. El núcleo del periodismo genuino es la búsqueda de la verdad bajo el leitmotiv: «Los hechos son sagrados, las interpretaciones libres». El conocimiento de los hechos es la base de cualquier información, pero también de cualquier posibilidad de convivencia, de relación social.

El valor de la vida, la persona, el respeto hacia el otro aparecen desdibujados hoy. En medio de la confusión ¿existe a su juicio alguna experiencia elemental, algo más allá de lo cual resulte imposible discutir?
Hay algo “más acá”. Valores elementales previos a cualquier interpretación. Un asesinato es un asesinato, un crimen es un crimen, una agresión es una agresión. La violencia, al margen de sus actores, víctimas o motivos, es violencia. Es un dato indiscutible porque es constatable. Porque pertenece al orden de cosas inscritas en la base humana.

En esta época muchos asuntos cruciales, como la definición de la vida humana, la experimentación genética, la clonación, parecen un feudo científico. La gente llega a ordenar sus sentimientos a las indicaciones médicas: recientemente una amiga nuestra, enfermera, felicitó a una pareja que acudía a una revisión ginecológica. «Enhorabuena por ser papá» le dijo al marido a la vista de la ecografía. Él le hizo frente airado: «No me felicite. Hasta que el niño no haya nacido y se certifique que está sano, no me sentiré padre en absoluto». ¿Debemos abandonarnos en manos de los “expertos”?
La ciencia y los sentimientos son dos ámbitos distintos. Por ejemplo, ¿cuándo se siente uno padre? Es una cuestión subjetiva: uno, en el mismo momento de la concepción; otro, ni siquiera tras la primera comunión. Luego está el criterio científico. Es difícil pronunciarse sobre lo que debe primar. La ciencia no ha acreditado datos objetivos sobre el origen de la vida, sin embargo yo opino: «In dubio, pro reo». Si los riesgos que se corren sólo le afectasen a uno, yo casi optaría por correrlos; pero si está en juego la vida de otro, tendería a extremar las precauciones.

Pero, insisto, ¿son los científicos quienes han de decidir?
El verdadero conocimiento científico es el que acaba siendo compartido. Yo quiero tomar mis propias decisiones, así que reclamo que se me enseñen pruebas, de modo que pueda contrastar la información con mi capacidad de entender. Con el sentido común y la razón propios del ser humano. Toda la sociedad tiene derecho a pasar las conclusiones científicas por el tamiz de la razón.

Y ante la abolición de la razón ¿qué contribución puede hacer la Iglesia a la sociedad?
Es difícil responder esta pregunta cuando uno no está vinculado a la labor de la Iglesia, pero toda institución debe contribuir a que cualquier ciudadano tenga elementos de juicio razonables. En aspectos como la reproducción, las relaciones interpersonales, la investigación con embriones, nos encontramos en terra incognita. Por eso creo que la labor de la Iglesia, más allá incluso del círculo de los creyentes, de cara a la sociedad en general, es contribuir a garantizar que toda la información de la que disponemos, científica, biológica, jurídica, antropológica, moral, sea sistematizada de forma que resulte inteligible. Sería una equivocación evitar este desafío refugiándose en un concepto estricto del dogma; la Iglesia ha de salir al debate público y hacer posible la conciliación de la tradición con los nuevos datos.

El hombre moderno ha perdido de vista que para afirmar “un asesino es un asesino” se precisa una educación en el realismo. ¿De dónde partir cuando no basta ya repetir una máxima kantiana?
Quienes influimos socialmente tenemos una responsabilidad, los medios de comunicación, por ejemplo. Por encima de códigos de valores debemos arrancarnos los prejuicios y mirar la realidad. Enfocar a los que padecen, a los perjudicados, a las víctimas. Si alguien alberga alguna duda sobre el terrorismo, que mire a las víctimas. Esa empatía, esta capacidad de sufrir por los otros nos distingue de los animales. La familia de una víctima no padece de forma distinta por ser árabe o israelí. Ahí está la prueba: existen ámbitos donde el relativismo no funciona.

La Iglesia española acaba de presentar una campaña de educación y sensibilización sobre el valor de la vida, la familia y la pluralidad, para hacer frente a la legislación laicista del señor Zapatero. En este contexto, José Blanco, secretario de organización del PSOE, ha dicho que las posturas de ciertos sectores de la Iglesia son “casposas” e “incomprensibles” ¿A qué se debe a su juicio el enfrentamiento del Gobierno español con la Iglesia?
Hay dos planos. Uno, el de las relaciones institucionales entre la Iglesia y el Estado, que creo que ambas partes están intentando respetar y que además responde a unos acuerdos reglados, los acuerdos con la Santa Sede. Otro ámbito es el del contenido de las políticas que el Gobierno legítimamente está desarrollando y la Iglesia legítimamente está criticando. Me parece que algunos aspectos de las políticas gubernamentales, como el reconocimiento de derechos civiles de las parejas homosexuales o la agilización de los trámites del divorcio, entran dentro de las opciones políticas, e incluso tienen efectos beneficiosos desde mi punto de vista. Hay otros aspectos, sin embargo, que suponen ofender gratuitamente a los católicos y es natural que la Iglesia reaccione con indignación. Entre ellos llamarle “matrimonio”, a mi juicio de manera inconstitucional, a la unión homosexual; o el proporcionar estatus diferentes, desde el punto de vista académico, a la enseñanza de la religión y la enseñanza de esa nueva asignatura llamada “educación para la ciudadanía”. Es defendible que la Religión sea una materia computable en las notas de los alumnos o que no lo sea (en la medida en que pueda ser lindante o cercana a la catequesis, podría argumentarse que no lo fuera; en la medida en que tenga contenido académico se puede argumentar que sí), lo que no cabe en cabeza humana es que mientras la enseñanza de la religión, de la ética desde la perspectiva católica, tenga un estatus, la enseñanza de la ética desde otra perspectiva tenga otro estatus, porque eso es vulnerar en la letra y el espíritu el derecho de los padres a elegir la óptica en la que se tiene que desarrollar la educación de sus hijos. Yo creo que estos agravios gratuitos han colocado a la Iglesia a la defensiva y que la Iglesia hace muy bien en defenderse. Y pienso que, desde la perspectiva del Gobierno, es un error que un Ejecutivo que tiene problemas de tanto calado como los que se refieren a la estructura del Estado, las relaciones internacionales o la política económica, dedique parte de sus energías políticas a una guerra estéril que no responde a una demanda social y que va a terminar siendo perjudicial para el propio Gobierno y debilitándolo en la consecución del resto de los objetivos.

¿Y por qué actúa así el Gobierno?, ¿responde a una convicción?
En parte responde a una convicción y en parte es también una estrategia. Lo que veo es que Zapatero ganó las elecciones con una mayoría social muy heterogénea, es decir, que para llegar al poder ha tenido que reunir segmentos con opiniones distintas con respecto a muchas cosas. Basta ver el caso Rafael Vera (la petición de indulto para uno de los responsables de los asesinatos de Estado, los GAL, condenado ahora además por haber robado para su beneficio personal fondos reservados del Gobierno), en el que están en juego valores tan esenciales como el criterio sobre el latrocinio, para darse cuenta de que el Gobierno tiene que contentar, a la vez, a quienes le piden un comportamiento coherente con las posiciones que establece nominalmente en el plano de la ética y a quienes le piden que mire para otro lado, se tape la nariz e indulte a este señor, entre ellos Felipe González. De la misma manera, tiene que contentar simultáneamente a quienes tienen una idea constitucional de España, como el ministro de Defensa, José Bono, y a quienes como Maragall, presidente de la Generalitat de Cataluña, quieren romper esa idea; a antinorteamericanos furibundos y a quienes, desde una posición pragmática y realista, le piden que haga una política exterior basada en el consenso; a los sindicalistas clásicos, que quieren una política económica de izquierdas, y a quienes, como su asesor Miguel Sebastián, le han convencido de que bajar los impuestos es lo progresista. En esta situación busca un común denominador entre todos y, acertada o equivocadamente, piensa que una batalla contra la Iglesia puede mantener unidos a sectores tan heterogéneos.

Algunos interpretan esta mentalidad laicista del Gobierno Zapatero en clave de nihilismo y miedo. Cuando ya no hay respuestas ni certezas para la vida, sólo cabe legislar en clave de temor: para evitar la vejez decrépita y la enfermedad grave, se apoya la eutanasia; para evitar los embarazos no deseados, se incentiva el aborto; para solucionar la dificultad en el matrimonio, se establece el divorcio exprés. ¿Coincide con este análisis?
¡Es muy difícil contestar a una pregunta tan compleja! Yo puedo decir que comparto lo que podríamos llamar un sistema de valores laico, pero no pienso que ese sistema suponga la verdad, ni incluya las respuestas a todas las preguntas trascendentes que se hace el ser humano, por lo tanto no me siento lo suficientemente seguro en relación a mis convicciones como para tratar de imponérselas a los demás. Aspiro a vivir en una sociedad en la que los derechos civiles de todos los seres humanos sean respetados por igual, y eso incluye desde luego la libertad religiosa y el respeto a las convicciones religiosas de los católicos practicantes. Por eso creo que hay una diferencia enorme, por ejemplo, entre conceder a las parejas homosexuales los mismos derechos que puedan tener los matrimonios en materia de sucesiones, pensiones, herencias y pactos –y eso supone reconocer derechos civiles que tienen un valor desde una perspectiva laica– y llamar a esa unión “matrimonio”, lo cual es un agravio que no aporta absolutamente nada desde el punto de vista de los contenidos, pero que supone una intromisión y un intento de desnaturalizar lo que es una institución milenaria del derecho que, además, coincide con lo que para los católicos practicantes es un sacramento. ¿Qué necesidad había de traspasar esa frontera? Sólo el oportunismo político y un cálculo equivocado sobre la estrategia para mantener unida a esa mayoría heterogénea, han podido llevar al Gobierno a cometer ese error.


Vida
1952 Pedro J. Ramírez (Logroño) es fundador y director del diario El Mundo. Tras estudiar Periodismo y Derecho en la Universidad de Navarra, fue profesor de Literatura Española Contemporánea (1973-1974) en el Lebanon Valley College de Pennsylvania.
1996 El Lebanon Valley College le nombra Doctor honoris causa.
1975-1980 Tras regresar a España y ser reportero y comentarista político del diario ABC fue nombrado, a los 28 años, director de Diario 16.
1981 El 4 de diciembre recibió el Oscar de Oro de la Comunicación al Mejor Hombre de la Información. El 16 de febrero de 1983 es designado mejor periodista del año por la tertulia de radio Mundo Abierto. El 19 de marzo de 1983, el Club Liberal 1812 le impuso el Premio Libertad como director de Diario 16. El 16 de abril del año siguiente, recibe el premio Liderman al mejor director de periódicos.
1989 Fue destituido por negarse a silenciar unas revelaciones exclusivas sobre la vinculación entre los GAL y el gobierno de González. Siete meses después aparecía el primer número de El Mundo, que una década después se ha convertido en uno de los grandes diarios del país, con 300.000 ejemplares de difusión y el liderazgo en Internet (segundo en Europa y primero en el mundo entre los diarios en lengua castellana). La sociedad editora pertenece por el 95% a la RCS Media Group.
1991 La Asociación de la Prensa de Madrid le concedió su Premio Víctor de la Serna a la mejor labor periodística.
1992 El 26 de marzo fue premiado con el Mariano José de Larra por el jurado de la tertulia Mundo Abierto.
1995 El 21 de mayo la Fundación León Felipe le concedió el premio “Libertad de Expresión”. Es presidente del Comité de Libertad de Expresión de la Asociación Mundial de Periódicos.


Bibliografía
Prensa y libertad, Unión y libertad 1980
David contra Goliat, Ediciones Temas de Hoy, 1985.
La rosa y el capullo, Planeta 1990.
España sin proyecto: la década felipista, Ediciones Akal 1993.
El mundo en mis manos, Grijalbo 1991.
Amarga victoria: la crónica oculta del triunfo de Aznar sobre González, Planeta 2001.
Cuando empieza a existir perspectiva suficiente para valorar hasta qué punto la victoria de Aznar sobre González cambió en 1996 el curso de la historia de España, el director de El Mundo revela la crónica oculta de los acontecimientos que desembocaron en aquel apretado desenlace. Amarga victoria es la historia de una situación límite sin precedentes en las democracias occidentales, en la que la superposición de escándalos y el atrincheramiento de sus protagonistas en el poder llegó a poner en peligro el modelo de convivencia desarrollado durante la transición española.
El desquite: los años de Aznar (1996-2004), Ed. La Esfera de los Libros 2004.
El libro es la historia de un boomerang político y moral que terminó noqueando a quienes lo lanzaron. Tras la «amarga victoria» que en 1996 permitió llegar apuradamente al poder al Partido Popular, Felipe González y los suyos intentaron dar rienda suelta a su venganza, acosando y descalificando a Aznar en todos los frentes. Buscaban recuperar el Gobierno y eludir su responsabilidad penal por los casos de corrupción y el crimen de Estado de los que eran acusados.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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