La Plaza de artes y oficios, una escuela profesional nacida de la obra iniciada por Emilia Vergani con chicos que necesitaban una inserción laboral y, por encima de todo, ser amados
Todo indica que hemos llegado al final de un recorrido en esta tarde de la primera mitad de noviembre. Un camino que empezó quién sabe dónde y quién sabe cuándo, ciertamente no en la mente de los hombres, ni siquiera de sus protagonistas, y que se ha desarrollado a través de caminos imprevisibles e inimaginables, incluso no deseables, como la muerte de Emilia, y que, sin embargo, se ha hecho realidad.
Porque todo lo que hay en torno a su obra –la obra de Emilia–, la gente, los amigos, los chicos que han aparecido allí por casualidad o los que hemos encontrado por las calles, los profesores, los que atienden los proyectos, el joven presidente –el factotum–, aquellos que no hacen nada pero que aconsejan siempre porque son amigos de Emilia y por tanto la obra es un poco cosa suya, todo esto se ha convertido en una escuela. Sí, una escuela, una escuela profesional en Carate –la Plaza de artes y oficios– y es un gran paso. Un paso muy comprometido, por cierto.
Había quinientas personas en la asamblea anual de la Compañía de las Obras de Monza y Brianza en la que se presentaba e inauguraba la Plaza de artes y oficios.
Los mínimos detalles
Todo salió estupendo aquella tarde. Todo estaba cuidado hasta en los mínimos detalles, desde la nave en desuso arreglada gracias a Giorgio, que se dedica a estas cosas, la cena, las luces indirectas, las elegantes mesas, hasta el recorrido para explicar a todos los visitantes la nueva escuela –sus aulas, sus laboratorios, los espacios para el recreo, las salas– . Y allí estaba ese grupo de adultos, aquellos que están implicados en la obra, preparados para conocer a gente, para charlar, para explicar y contar, porque hace falta darlo a conocer, visto que es algo bueno y que merece la pena hacerlo.
Todo aparecía cuidado con esmero hasta el milímetro. Precioso el recorrido de palabras e imágenes que hicieron los dos amigos apasionados por el arte y la poesía, un recorrido que explicaba la frase de Giussani que se había escogido para lema de la velada: «La consecuencia de la pasión por Cristo que surgió inmediata, casi quemando la tierra en la que florecía, fue la pasión por el destino de los hombres...». Estupendo también que, después de horas y horas de trabajo, en el último momento se bloqueara el programa de ordenador que debía asignar las mesas para la cena, así que la gente se sentó por amistades, por afinidades o porque caían ahí, cosa que propició nuevos encuentros.
Antes de la velada
Pero más hermoso, dejadme que lo diga, es todo lo que precedió esa velada. A aquellos que suelen frecuentar la obra de Emilia les sorprende esa palabra, aunque sea de reproche, que se dice al chaval desganado, terco o rebelde, al igual que llama la atención el acogimiento en casa, o ver a la persona levantarse poco a poco, llenarse, dilatarse, manifestarse. También sorprende el empresario que es más agudo que tú y al que no consigues seguir; o el joven presidente que avanza, cede, se enfada, que firma por valor de cientos de miles de euros, que tira para delante porque está sostenido por una amistad, que demuestra ante todos, más que aulas, laboratorios o herramientas, el crecimiento de su persona. Qué grande es este joven amigo de Emilia, que ahora no falta a ninguna de las correrías de sus nuevos amigos universitarios y que, cuando te lo encuentras o se dirige a ti lo hace siempre con el “señor” delante: «Buenos días, señora Ángela», «¿Qué tengo que hacer, señor Santiago?»... porque, gracias a Dios, él no se ha convertido todavía en patrón de nadie.
El presentador de la velada quiere hacerse el simpático, y llama con gusto a Franca, directora de la escuela, para presentarla. Ella sale con ganas de decir algo que le apremia terriblemente: «A los muchos empresarios que están aquí quiero decirles que es necesario que vuelvan a ser padres para estos chicos, que les acojan, que les amen como a hijos, les corrijan y, ante cualquier falta o gamberrada, les ofrezcan el abrazo de su persona. Si no sucede así, seguirán siendo simplemente eso, jefes y patrones». Franca, con treinta años de carrera docente a sus espaldas, se da cuenta de que no es fácil, de que todavía hay mucho que aprender, también ella, que creía que sabía todo sobre la enseñanza. Pero la realidad que sucede es siempre mucho más grande que la que imaginas, y supera también la realidad que deseas.
Un grupo estupendo
Es hermoso ver crecer este sujeto, y verlo vencer e imponerse según esa frase de Giussani, inscrita ahora en nuestra carne, que dice que Cristo es algo más grande que cualquier cosa, algo distinto, que marca la diferencia que «no se creería posible».
Con el nacimiento de esta última escuela se agranda en torno a Emilia el círculo que agrupa en torno a sí una acción caritativa sostenida por adultos llenos de arrojo, una asociación que imparte cursos, orientación, e introduce a los jóvenes en el mundo laboral, un grupo de empresarios que les aceptan, una cooperativa que ofrece trabajo, una fundación que reúne fondos y que busca, adquiere y gestiona los locales, y el grupo de la Compañía de las Obras, que vive con la marca Emilia Vergani bien estampada en la frente. Hay, en definitiva, una magnífica comunidad de personas.
También sucede que, cuanto más se avanza, más se comprende que no conocíamos bien a aquella mujer, a Emilia. Sí, está bien, veíamos que se llevaba a casa a algunos chicos con dificultades, pero, ¿qué querías que hiciera una asistente social? Era su oficio. Una vez que ha detectado una necesidad, no puede pasar de largo sin hacer nada.
Pero es cierto que no sólo se los llevaba a casa, sino que los tenía en régimen de acogimiento. Sí, es verdad, ella buscaba empresarios que les dieran trabajo, buscaba amigos que le ayudasen a buscar. Buscaba, buscaba, pero, ¿quién podía imaginar, quién podía comprender? Quién sabe si era solo un proyecto, o quizá era solo una obediencia. Lo que resulta evidente y cierto, lo que ahora se desvela es que era realmente tenaz. Y nosotros miramos llenos de asombro estos muros, a estos chicos, a los mayores, jóvenes y niños. Porque en Carate hay un espesor de catolicidad que establece la diferencia que de otra forma «no creeríamos posible». Y nosotros tenemos experiencia de ello. En cuanto a lo demás, ya se verá.
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La necesidad de ser amados
Emilia Vergani falleció en Paraguay el 29 de octubre de 2000 a causa de un accidente de tráfico. InPresa es la obra a la que Emilia había dado vida. La Plaza de artes y oficios surge de aquella experiencia. Proponemos un pasaje de sus diarios
Lo que yo soy, mi valor para los demás, mi grandeza, no es un regalo de alguien que es criatura finita como yo, llena de limitaciones y maldad, sino que mi Dios es la sede incondicional del amor que busco para llenar mi vaso. Esos chicos [los de InPresa, ndr.] merecen más. Hay que darles a probar cada vez más la belleza de la vida. No se trata de que deba amar más, se trata de que necesito ser más amada. Todo mi comportamiento, incluso aquel del que me avergüenzo, es la búsqueda de esto: «una herida incurable que no quiere sanar». Da lugar a una inquietud continua, sobre todo si el amor total se espera de alguien que no te lo puede dar.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón