Algunos hechos recientes, como las elecciones en EEUU y ciertas polémicas en Europa y han vuelto a centrar la atención sobre la presencia de los cristianos en la sociedad y en la política.
Yo me dedico a escribir poesía, y por tanto veo este asunto desde un punto de vista particular, aparentemente ajeno, pero quizá no del todo insensible a los movimientos y a los matices de la vida de los hombres en nuestra época. Entre otras cosas, he tenido la oportunidad de viajar a España, EEUU y por toda Italia gracias a algunos recitales de poesía. He llegado a este juicio.
La falta de propuestas originales, de presencias cristianas activas en los campos de la cultura, la estética y la sociedad es dramática. Y empobrece estos campos a menudo invadidos hoy por la celebración de la neurosis o por la retórica del moralismo y del sentimentalismo. No faltan excepciones y puntos fuertes. Pero son eso, excepciones.
Por otro lado veo una tentación que no es del todo nueva. En las elecciones americanas, de las que se puede aprender mucho, la presencia cristiana se ha reducido de hecho a la defensa de cierto contenido moral. Las consecuencias de un espíritu caritativo, por un lado, y de la integridad sexual y familiar por otro, han sido el argumento que ha cualificado la cercanía o no de un candidato o del otro a una idea cristiana de hombre y de sociedad. También en el ámbito católico algunos hechos e iniciativas recientes tienden a subrayar la presencia en la política y en la sociedad a partir del reconocimiento del peso que tienen algunas de estas consecuencias morales en la vida pública.
No hay nada de equivocado en sí mismo pero, permítaseme, hay mucho de ambiguo y de nocivo. Especialmente si no se va hasta el fondo de tales cuestiones sacando a la luz el verdadero drama del que surgen, que es existencial antes que moral. ¿Cómo se puede convencer de la ilicitud de un matrimonio gay una persona que considera el mundo como un caos ordenado trabajosamente por los hombres? O ¿cómo conmoverse por miles de vidas embrionarias desechadas si no se experimenta conmoción por el propio destino y por el hecho de que ni siquiera los cabellos de la cabeza o el pájaro que cae están en manos de la casualidad, es decir, a merced de la nada?
Cuentan los historiadores que en una época de violencias y de dificultades parecida a la actual, la alta Edad Media, el pueblo encontró una tabla de salvación en la existencia de los monasterios y de las comunidades humanas formadas en torno a ellos. En Europa el cristianismo es hoy una realidad desconocida para la mayoría. Es más, para muchos es una realidad aburrida y momificada. Gran parte del pueblo se ha alejado del focus de la experiencia cristiana: el estupor ante Cristo, el deseo de seguirle. Que vuelva a suceder ese estupor en uno, en mil, en cualquiera, sea cual sea su situación moral, es la pasión del cristiano. Y esto, lo sabemos bien, no sucede por vía dialéctica o por cuestiones políticas, sino por el encuentro con una presencia.
Un reciente sondeo ha mostrado que en Italia alrededor del 32% considera que la familia verdadera es la que se funda en el matrimonio celebrado en la Iglesia. Pensar en iniciativas culturales, sociales y políticas que se configuren como la vuelta a las barricadas de ese 32% (que disminuye si se trata de otros asuntos o se indaga sobre otras opciones) significa “americanizar” también el método de presencia cristiana en la sociedad italiana. ¿Estamos seguros de que es algo positivo? La política nace como servicio de hombres libres a los problemas comunes, no como testimonio moral de hombres virtuosos. Con todo esto, es justo plantar batallas culturales con vistas a opciones políticas y legislativas delicadas sobre temas importantes.
Pero constituir sujetos políticos culturales a partir de estas ocasiones es la antecámara de una concepción del compromiso público de los cristianos que hace de la fe un argumento para la dialéctica, un objeto desconocido a defender o a atacar por motivos políticos.
Y no es esto lo que necesita la fe envejecida y frágil de nuestra europa. Necesita sobre todo hombres cuya obra asombre porque en ella se entrevé una positividad inédita, una esperanza tenaz, una atención delicada y entusiasta por el corazón humano.
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