En el jefe del ejecutivo español se suman dos grandes equívocos sobre la guerra y sobre la vida. Una provocación para enjuiciar una mentalidad
En la figura política de José Luis Rodríguez Zapatero y en su programa nihilista se resumen dos de los rasgos decisivos del tiempo en que vivimos: el miedo y la indiferencia. Miedo a la guerra, exorcizado de forma irresponsable mediante la huida de Iraq tras los atentados de Madrid; indiferencia hacia el problema de la existencia y de la vida en el tiempo de la técnica, atestiguada por la oleada laicista que va hundiendo a España con su legislación ultra-permisiva sobre cuestiones como los embriones, el aborto, las adopciones homosexuales, hasta el divorcio-exprés. No sería sabio negarle el derecho a Zapatero de hacer lo que hace conforme al estatuto propio de un joven líder socialista, de un modernizador que ha formado un gobierno medio-feminista cuyas fotos recuerdan a las películas de Pedro Almodóvar, genial creador en medio de la crisis occidental. Tampoco lo sería negarle el derecho de criticar la unión sacral que inspira su programa más allá de las opciones singulares, todas discutibles: renunciemos a defender nuestro modo de vida, esta es la unión sacral, porque nuestro modo de vida es indiferente, porque la vida no tiene ningún valor en sí misma, no es superior al bienestar, al confort, al consumo de ciencia y técnica a gran escala. Los viejos socialistas, al igual que los viejos liberales, mantenían aún una relación con problemas ajenos a la plena realización del interés individual; todavía hallaban tiempo para interrogarse sobre las bases plurales, pero sólidas, del concepto y de la práctica de la libertad individual. En cambio los nuevos socialistas y los nuevos liberales van de prisa, como también sus soldados que dan la espalda al enemigo, sus embriones que han de ser utilizados pronto y bien, sus fulminantes divorcios sin sentido, como también la apresurada educación que piensan impartir en escuelas perfectamente homologadas según la religión civil del laicismo de Estado. Rasca en el pacifista o el irenista y encontrarás un campeón de la eutanasia como dogma legislativo, un entusiasta de la vida y de la familia artificiales construidas en la distracción o el desdén ante cualquier duda acerca de los embriones; rasca en el anticlerical de vuelta, el español sin memoria histórica, y encontrarás al político decidido a someterse a la avanzada del califato antes que sufrir.
(publicado en Il Foglio del 30 de septiembre de 2004)
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