En vísperas del 14-M José Luis Rodríguez Zapatero, que no tenía preparada una alternativa, era una incógnita. Durante estos seis meses la incógnita se ha despejado: mucha abstracción y poco realismo ante la necesidad de mantener el bienestar alcanzado y sostener la cohesión de nuestra democracia
Zapatero es hijo político de la casualidad. La victoria por mayoría absoluta del PP en el año 2000 produjo en los socialistas desorientación, perplejidad y un aumento considerable del clima de enfrentamiento interno que se respiraba desde el 96. Fue entonces cuando un anónimo diputado de León, con un currículo parlamentario muy reducido, fue elegido Secretario General en el XXXV Congreso del PSOE. En la campaña de las Generales, el candidato socialista desplegó una seducción hueca. Su mensaje se basaba en palabras positivas –esperanza, cambio, ilusión, diálogo– que le permitieron conectar con amplios sectores de la sociedad española poco dispuestos a asumir las espesuras de la política real.
La incógnita se despeja
El líder socialista, joven y de ojos claros, se siente satisfecho con las encuestas que le dan como perdedor por pocos puntos. Ese era su objetivo. Los atentados del 11 de Marzo y los errores de un Aznar que es incapaz de entender cómo se vive la crisis del 11-M en la calle, lo convierten en Presidente del Gobierno. Zapatero, que no tenía preparada una alternativa, era entonces una incógnita. Durante estos seis meses la incógnita se ha despejado. Se ha revelado como un presidente populista que prodiga gestos y declaraciones.
Un presidente, muy ideologizado y muy cargado de esa intolerancia propia de los hijos “puros” de la Ilustración. Mucha abstracción y poco realismo: mala política. España ha conseguido en los últimos años un alto nivel de bienestar e integración. El terrorismo de ETA ha sido la única herida visible, la que ha impedido disfrutar de una considerable prosperidad no sólo económica. Buena parte de la sociedad ha considerado ese nivel de prosperidad un derecho adquirido y ha olvidado cómo se ha logrado y qué hace falta para mantenerlo. Se olvida que la bonanza económica es fruto de una política austera. Y se ignora que la cohesión de nuestra democracia es posible gracias a la solidaridad de una tupida red social, integrada por las familias y por múltiples cuerpos intermedios primarios de los que ahora parece posible prescindir.
Un espejismo y un mensaje
La sociedad española, que aparentemente está vertebrada, desarrolla a velocidad de vértigo modelos de vida solitarios que destruyen las más elementales evidencias personales y sociales. El proceso está tan avanzado como el de las sociedades europeas más desarticuladas. La herencia generada por realidades católicas y por una izquierda socialmente responsable provoca un espejismo y parece que no es necesario asumir nuevos compromisos.
Zapatero ha plantado su mandato sobre esta herencia y ha conectado con quien no quiere oír hablar de asuntos difíciles como la economía, la amenaza del terrorismo, o los retos de la inmigración y del Islam. Zapatero, que tiene un Gobierno débil, prefiere alimentar la corriente social que se aleja de la cosa pública y de la aridez que conlleva la política real. Prefiere difundir un mensaje narcotizador: los problemas de la vida, como los de un país, se solucionan, sobre todo, con voluntad de diálogo, con buen talante. No es, por eso, un presidente que engarce con la tradición socialista, ni siquiera con la más inmediata de Felipe González. La apelación constante al diálogo es formal y está acompañada de una profunda intolerancia cuando se trata de poner en marcha lo que él mismo denomina políticas sociales.
Mantenerse fuera
El populismo adormecedor ha tenido buena expresión en la política exterior. Zapatero ha alimentado una sensibilidad, heredada del franquismo y alimentada por un pacifismo fofo, que cree que es posible mantenerse fuera de la historia. Es la idea descabellada de que se puede construir un rincón ibérico en el que la amenaza del terrorismo internacional desaparezca. El líder socialista llegó a la Moncloa gracias a dos millones de votos suplementarios, tradicionalmente abstencionistas, que querían que las tropas volvieran de Iraq. El presidente, cuando todavía no había formado Gobierno, anunció una retirada inmediata. No quiso tener en cuenta las necesidades del pueblo iraquí. Tenía que devolver rápido el crédito recibido del pacifismo. A diferencia de la mutación que experimentó Felipe González al llegar a La Mocloa –fue capaz de convencer a España de que era necesario entrar en la OTAN–, Zapatero no ha querido asumir las responsabilidades que exige el realismo en política internacional. Quiere aparecer siempre coronado por una pureza que acaba siendo muy violenta. No importan las necesidades de los iraquíes, lo que cuenta es una imagen abstracta de hombre de paz.
Pacifismo antiamericano
No le bastó retirar los soldados al comienzo de su mandato. Meses después, cuando ya no estaba constreñido por la presión de la opinión pública, invitó, en Túnez, a los países que mantienen sus tropas en Iraq a que se marchen. Esta declaración estuvo provocada, sobre todo, por el antiamericanismo con el que también alimenta su vena populista. Las guerras del XIX y el poso ideológico de los 60 han dejado en España una animadversión social hacia EEUU que, en muchos casos, raya en la caricatura. Para mostrarse más listo que el “patán americano”, para beneficiarse del odio a los yanquis, para distanciarse de Aznar y para colgarse alguna medalla del mérito antiBush, Zapatero ha realizado durante los últimos seis meses numerosos gestos que le han enfrentado con la actual administración estadounidense. La derrota de Kerry le pone ahora muy difíciles las cosas. Desde el principio prefirió entregarse al eje franco-alemán. Ha desbloqueado la aprobación de la Constitución Europea tal y como está redactada y se ha convertido en un alumno sumiso del laicismo galo. Su participación en ese eje es tan acrítica que reporta pocas ventajas a España. Seguirá el guión que se escriba en París sin cambiar un acento.
Zapatero creyente
En política interior, la cuestión de la laicidad ha sido una de sus preferidas. Nunca en España un presidente del Gobierno ha hablado tanto de la fe como lo ha hecho él. Zapatero, formalmente, mantiene unas buenas relaciones con la Iglesia y ha anunciado que ni quiere cambiar los acuerdos Iglesia-Estado ni modificar el sistema de financiación. Pero, en realidad, busca un enfrentamiento para mostrarse como un presidente firme ante un amplio sector de sus votantes al que sólo le une el deseo de que el catolicismo sea menos relevante.
Zapatero es un apóstol de la laicidad y, por eso, no es realmente laico. En una entrevista concedida a El Socialista, poco después de ser elegido secretario general del PSOE, aseguraba: «Creo que España necesita recuperar un proceso de laicidad de forma subliminal, poco a poco, en diversos ámbitos». Un Estado laico es aquél que no impulsa ni el catolicismo ni el Islam ni tampoco la laicidad como forma de organizar la vida social. Pero Zapatero no quiere aceptar esa neutralidad y utiliza los resortes del poder para defender su propio credo. «Estamos –aseguraba Zapatero en una intervención realizada el pasado mes de febrero– en una fase de tránsito entre la era de la razón y la era de la ciencia. Y, quizá, más que nunca, ésta va a ser la era de la ciencia. Nuestro país llegó tarde, muy tarde, a la era de la razón, a la era que abrió las luces a un pensamiento distinto, abierto, moderno y tolerante, y ahora que tenemos la fortuna de afrontar el reto en un espacio de libertad, de compromiso europeo con los valores más atractivos para el progreso, no nos podemos permitir el lujo de quedar atrás en la era de la ciencia». Es el credo de la Ilustración. «Se abre ahora –aseguraba en el Discurso de Investidura– un tiempo nuevo en la vida política de España. En él, quiero asegurar el protagonismo ciudadano a que todos tenemos derecho en una sociedad laica, tolerante, culta y desarrollada como debe ser la nuestra».
Hiperactividad e inactividad
En este tiempo nuevo ha impedido que entre en vigor una regulación de la clase de religión bastante razonable del PP y ha puesto en marcha dos modificaciones importantes del derecho de familia. Una va a hacer posible el matrimonio de los homosexuales y la otra un divorcio rápido y sin causa que en realidad consagra el derecho al repudio. De momento, no hay fecha para la legalización de la eutanasia y para la despenalización casi total del aborto. Pero el Ejecutivo de Zapatero considera las dos medidas razonables y las tomará cuando atraviese alguna estrechez con sus socios de Gobierno y necesite distraer la atención. Esta hiperactividad en lo que Zapatero denomina «el avance de los derechos civiles», hasta el momento, está acompañada de una profunda inactividad en el resto de los campos. Los Consejos de Ministros han dejado de interesar a los periodistas Sólo son noticia las constantes presiones que los socios nacionalistas ejercen sobre el Gobierno y las discusiones entre socialistas sobre cómo debe cambiar el modelo de Estado. Ya se ha empezado a hablar de un posible adelanto de las elecciones. Si no se produce esa convocatoria, el modelo territorial del país podría cambiar seriamente sin que se haya logrado un consenso social mínimo a favor de esa modificación.
Estatalismo educativo
La transformación del modelo territorial es importante. Pero la reforma más relevante de Zapatero va ser la de la enseñanza no universitaria. Los cambios que quiere introducir en la escuela son los que, con toda seguridad, van a tener efectos más perniciosos para el futuro de España. Ya es negativo que no se den soluciones serias al grave problema del fracaso escolar. Pero lo peor del proyecto es que mira con profunda sospecha el legítimo protagonismo de la iniciativa social en el campo educativo. Hay dos capítulos del boceto presentado por el Ministerio de Educación que disparan todas las luces rojas. Uno es el dedicado a la clase religión, el otro el que se refiere a la libertad de los padres para elegir colegio.
Con la reforma el Estado se reserva la capacidad de imponer la interpretación sobre el hecho religioso que éste u otro gobierno determine. Los alumnos cursarán obligatoriamente las asignaturas de Geografía, Historia, Filosofía y Educación Cívica. En esas cuatro asignaturas estudiarán un modo de entender el fenómeno religioso que, inevitablemente, estará sometido a las necesidades de quien controle en cada momento el poder público. Si el Estado decide explicar la figura de Jesús como la de un filántropo o la de Mahoma como un líder tribal, los alumnos tendrán necesariamente que hacer suyas esas interpretaciones para superar sus exámenes. Luego, esos mismos alumnos, si les quedan ganas, asistirán a otra clase que no será obligatoria, en la que un profesor católico o un profesor musulmán les explicarán que Jesús dijo ser el Hijo de Dios y que Mahoma se presentó como el último profeta. La nota que obtengan en esa segunda clase no contará para nada.
Una grave omisión
Las discusiones sobre cómo va a quedar la clase de religión han estado, en muchos casos, desenfocadas. Lo que está en juego no es sólo si la Iglesia Católica puede explicar la fe en el colegio. Lo que está en juego es si los padres –sean de la confesión que sean– tienen que asumir necesariamente que a sus hijos se les imparta una religión estatal.
En la elección de centro se constata también un estatalismo. El borrador de la reforma, el modo en el que ha sido presentado y los precedentes de otras administraciones socialistas permiten temer que el Gobierno tiene la intención de limitar el derecho de los padres a optar por un colegio concertado (de iniciativa social). El diputado del PP, Eugenio Nasarre ha comentado el borrador con estas certeras palabras: «Ni una vez aparece la palabra libertad. Da la impresión de que los autores estuviesen molestos de que la libertad de elección de centro sea un derecho educativo». Bien puede considerarse esa omisión de la palabra libertad un buen resumen de estos seis primeros meses de Zapatero. Estamos hablando de la libertad real, la que permite construir una sociedad despierta y plural, no de la libertad abstracta que ensalzaron los autores de la Enciclopedia.
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