Desde el siglo XI la peregrinación fue un fenómeno de masas. Con los peregrinos caminaban sus lenguas, su arte, su cultura. El Camino se convirtió en una ruta artística de primer orden. Cada año arribaban a Santiago cientos de miles de personas. Si tal muchedumbre pudo llegar a Compostela fue debido a la caridad cristiana, que construyó hospitales y puentes. Por esos cauces pasó entonces una pasión misionera
El Camino de Santiago generó una peregrinación multitudinaria. Según cálculos recientes se piensa que cada año arribaban a Santiago de Compostela entre doscientas mil y quinientas mil personas. Con los medios de transporte de la época eso supone una riada humana muy superior proporcionalmente a los millones que hoy pueden desembocar en la ciudad en coche o avión. Con el peregrino viajaban sus costumbres, sus cantos, sus devociones, sus dineros, sus gustos artísticos, etc. El Camino se convirtió en una ruta internacional que llevó a los reyes de los países por los que transcurría a elaborar el primer derecho internacional europeo con vistas a proteger a los peregrinos de los peligros que les amenazaban.
Ruta artística de primer orden
Con los peregrinos caminaban sus lenguas, su arte, su cultura, en suma. De tal forma que el Camino se convirtió en una ruta artística de primer orden. El arte románico fue difundido en España, entre otros, por la orden de Cluny. Acoger a miles de personas en los centros de peregrinación europeos permitió la comunicación entre los obispos y abades del continente para aportar aquellas soluciones que resultaban más adecuadas.
Surgieron así las llamadas iglesias de peregrinación, destinadas a acoger a riadas humanas que podían circular por las naves laterales, presentes también en el transepto y que se prolongan en el deambulatorio, tras el altar, permitiendo el acceso a las reliquias de la cripta. Y todo ello sin impedir el desarrollo de la misa que, simultáneamente, se desarrolla en el altar mayor. La presencia de absidiolos permite abrir capillas destinadas al culto simultáneo y la existencia de una tribuna que rodea, sobre las naves laterales, toda la iglesia, posibilita recorrerla en su totalidad sin interferir la celebración litúrgica. En este sentido, la catedral de Santiago de Compostela es el ejemplo mejor logrado de iglesia de peregrinación, deudora de las experiencias anteriores francesas en las que se inspira, tanto que maestros franceses intervinieron en su construcción. Otros templos románicos, como la catedral de Jaca o San Martín de Frómista, son deudoras de la influencia europea en arquitectura. Y no sólo se difunde el arte, pues la iglesia de Frómista está bajo la advocación de San Martín, santo francés, con lo que con la peregrinación se difundió en la Península Ibérica el culto de santos ultrapirenaicos. Cuando llega el gótico, las catedrales de Burgos y León manifiestan de nuevo esa unidad cultural y religiosa en Europa.
Las artes
Lo mismo puede decirse de la escultura. Las influencias entre Francia y la Península son patentes desde el momento que existían talleres ambulantes y artistas viajeros a uno y otro lado de los Pirineos. El Pórtico de la Gloria sólo se entiende en este contexto de unidad cultural y de fe en Europa, entonces llamada Cristiandad.
La pintura no le fue a la zaga. Los frescos de San Isidoro de León han sido llamados la Capilla Sixtina del arte románico y de nuevo la influencia franca es manifiesta.
Por el Camino también viajó la música. El Codex Calixtinus es el primer resumen musical de la época, que junto con otras colecciones de cantos, como la de Moissac, reflejan la importancia del canto en el Camino, como ayuda en la peregrinación.
Caridad, hospitales y puentes
Desde el siglo XI la peregrinación fue un fenómeno de masas. Viajar a pie es caro, mucho más que en vehículo de ruedas, pues el viajero debe comer y dormir en todo el trayecto. Si cientos de miles de personas pudieron llegar a Santiago de Compostela fue debido a la caridad cristiana, que construyó los hospitales y puentes.
La construcción de un puente o de nuevas calzadas con destino a Santiago que acortaban la ruta (como las construidas por dos santos constructores: San Juan de Ortega y Santo Domingo de la Calzada) hay que considerarlas como gestos de caridad hacia los peregrinos pues evitaban el remojón, ahogarse al cruzar los ríos o bien acortaban los días de peregrinación. Que los puentes eran una expresión de caridad lo demuestra el sistema de financiación de estas obras, pues solían construirse con dinero proveniente de donativos y testamentos. Muchos puentes fueron construidos por cofradías de peregrinos que querían evitar a los nuevos viajeros algunos de los peligros que ellos tuvieron que afrontar. La Iglesia concedió indulgencias a quienes aportaran dinero para su construcción.
Instituciones dedicadas a la hospitalidad
Sin embargo, en el caso de los hospitales, la caridad cristiana mostró toda su creatividad, una creatividad que no es de este mundo. Mientras la peregrinación fue minoritaria eran los monasterios quienes acogían a los peregrinos. Ya lo dice la regla de san Benito: «Póngase, sobre todo, el mayor cuidado en el recibimiento de pobres peregrinos, porque en éstos se recibe a Jesucristo más particularmente que en los demás; porque los ricos y poderosos, bastante recomendación se atraen con su soberanía, para que se les dé el honor que les es debido» (Cap. 53).
A partir del siglo XI, al hacerse masiva la peregrinación, los monasterios se vieron desbordados por tal afluencia, hasta el punto de tener que atender en todas las horas del día a los caminantes, impidiendo el normal desarrollo de la vida monástica. La solución vino a través de los hospitales, instituciones dedicadas a la hospitalidad, muchas veces dependientes del monasterio. Cofradías de peregrinos fundaron más de 200 hospitales en Francia y más de 30 en Navarra. Las cofradías gremiales también fundaron hospitales. Destacaron las de zapateros, que fundaron hospitales en Oviedo, Tudela y Estella. En Oviedo también fundaron hospitales los sastres, carpinteros, peleteros, hortelanos y herreros. Con las cofradías y otros fundadores llegaron a existir 32 hospitales en Burgos, 25 en Astorga, 17 en León, 68 en Navarra. Incluso en un centro secundario de la ruta, Oviedo, hubo 11 hospitales.
Donde se practica la hospitalidad
La palabra hospital no hay que entenderla en el sentido actual del término sino en su sentido etimológico. El hospital es el lugar donde se practica la hospitalidad. Eso quiere decir que el hospital medieval tiene tres funciones: hospicio para los mendigos, hotel para los peregrinos y hospital (en sentido actual) para los enfermos. Así lo prueban las palabras del obispo Pelayo al fundar un hospital en León para atender a «todos los pobres, cojos, ciegos, mudos y peregrinos de las demás provincias que buscan hospitalidad en el temor de Dios».
El Génesis 18, 2-8 narra la experiencia de hospitalidad de Abrahán:
«Y he aquí que tres hombres estaban parados cerca de él. Tan pronto como los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la tienda y se postró en tierra. Y dijo: “Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases de largo junto a tu siervo. Que traigan un poco de agua y lavaos los pies, y tendeos bajo el árbol. Voy a traer un bocado de pan para que reconfortéis vuestro corazón. Luego pasaréis adelante: que para eso habéis pasado junto a vuestro servidor”. Y contestaron: “haz como has dicho”.
Fue pues Abrahán apresuradamente a la tienda, a donde Sara, y dijo: “Apresta tres arrobas de harina, amasa y haz unas tortas”. Luego Abrahán corrió a la vacada, cogió un becerro tierno y hermoso y se lo dio al mozo, que se apresuró a aderezarlo. Después tomó requesón y leche y el becerro que había aderezado y se lo puso ante ellos, quedándose él mismo en pie cerca de ellos, bajo el árbol».
«Se recibe a Xto»
Es difícil imaginarse un recibimiento más caluroso a desconocidos. Esos, resultaron ser Yaveh y dos ángeles. Lo comenta san Pablo (Heb 13, 2): «gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles». El viajero se convierte en expresión del Misterio.
Con el cristianismo recibir a un extraño es recibir a Cristo: «Quien a vosotros recibe a mí me recibe, y quien a mí me recibe a Aquel que me ha enviado». (Mt 10, 40).
En el pellejo del hombre medieval, abierto al misterio: «“¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos; o desnudo y te vestimos?” (…). Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis”». La impresión que este texto produjo en los hombres del medioevo supera lo que hoy podamos imaginar y ha quedado esculpida en centenares de tímpanos románicos, múltiples frescos y escrituras fundacionales de hospitales. Así lo mostró el rey de Navarra, Don García, al fundar en 1052 el hospital de Nájera a favor de «los peregrinos o huéspedes, porque en ambos se recibe a Xto».
Honrado o bandido
El Códex Calixtinus habla de los problemas que surgieron a quienes no acogieron y concluye: «Sépase pues que los peregrinos a Santiago, sean ricos o pobres, tienen derecho a ser recibidos y atendidos diligentemente», pues los hospitales «son lugares santos, casas de Dios, confortación de los santos peregrinos, reposo de los indigentes, consuelo de los enfermos, salvación de los muertos y socorro de los vivos. Quienquiera que haya edificado estos lugares posee sin duda el reino de Dios».
En la hospitalidad medieval, el temor a confundirse y rechazar a alguien digno de ser recibido indujo a atender a todo el que llegara, honrado o bandido, necesitado o pícaro.
En un libro reciente don Giussani explica que acoger implica «afirmar todo lo que hay de verdadero y de justo, de bueno y de hermoso en el otro, más allá de su “inmundicia”: el ser del otro».1 Antes del siglo XIX la inmundicia material podía ser muy grande. Por eso era común en la hospitalidad cristiana compartir el lecho con el desconocido, cosa que todos aceptaban sin molestarse pues era un signo de hospitalidad y la posibilidad de no pasar frío.
Testigos de la obra de Otro
Caminar a Santiago es caminar hacia Cristo. Tal viaje sólo se hace por necesidad de conversión. Y los testimonios de ello son unánimes desde hace más de mil años. Para quien se pone en camino el milagro del cambio hacia una humanidad nueva sucede. El Camino de Santiago es el lugar del milagro. Del milagro del cambio del propio corazón. Del milagro de percibir la Gracia de Dios en forma de perdón. Y de milagros físicos, como el de Santo Domingo de la Calzada y El Cebreiro. No en vano el año santo compostelano era llamado en la Edad Media como la «gran perdonanza».
La misión se expresa también como caridad.
Misión en Roncesvalles
El poema en latín del siglo XII, La preciosa, describe la misión en Roncesvalles así: «su puerta está abierta a todos, enfermos y sanos, no sólo a los católicos, sino también a los paganos, a los judíos, a los heréticos, a los ociosos... En esta casa se lava los pies a los pobres, se les afeita la barba, se les lava la cabeza y se les corta los pelos,... se les pone suela a los zapatos... Un hombre está de pie a su puerta, ofreciendo pan a los que pasan... Mujeres... están encargadas de velar por los enfermos a los que cuidan con una piedad siempre igual. Hay dos casas apropiadas cada una a recibir a los enfermos, la una para mujeres y la otra para los hombres. Hay una sala llena de frutas, almendras, granadas, y toda serie de productos de las diversas partes del mundo. Las casas de los enfermos están iluminadas durante el día por la luz divina, a la noche por lámparas que brillan como la luz de la mañana. En medio hay un altar consagrado a Santa Catalina y a Santa Marina. Los enfermos reposan en lechos muelles y bien preparados. Nadie se va de allí que no haya estado cuidado gratuitamente y antes de recobrar la salud. Encuentran además las salas lavadas por agua corriente; se preparan inmediatamente baños para aquellos que se quieren purificar de las impurezas corporales. Los compañeros de los enfermos deseosos de quedar hasta su curación son tratados con consideración por orden del padre de la cofradía que les hace dar cuidadosamente todo lo que les es necesario... Cuando a alguien le llega la hora de su muerte, es enterrado como lo prescriben las leyes y las Escrituras...»
Notas:
1 Luigi Giussani, El milagro de la hospitalidad, Madrid, Encuentro, 2004.
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