¿Qué más se puede hacer para favorecer una paz y un desarrollo duradero de las poblaciones atormentados no sólo por guerras y terrorismo, sino también por pobreza, subdesarrollo, inmigración clandestina, instabilidad económica y política? Giorgio Vittadini, presidente de la Fundación para la Subsidiariedad, en un artículo publicado el 22 de octubre en el periódico italiano Il Giornale propone cinco claves para responder
Es ineludible y necesario, si somos mínimamente responsables, tratar de restaurar la soberanía iraquí y evitar que nazca otra vez un estado fundamentalista y filo terrorista en Iraq, a través de la actual operación de peace keeping que incluya –antes o después– a una reticente ONU. De nada sirvió una guerra que ha sembrado destrucción y muerte sin resolver ningún problema, ni tampoco la postura de los pacifistas y de los estados sediciosos que cierran los ojos ante el fundamentalismo y el terrorismo, enemigos del hombre y de la civilización (incluso la árabe y la de Oriente Medio). Pero ¿qué más se puede hacer para favorecer una paz y un desarrollo duradero de las poblaciones del Mediterráneo, Oriente Medio y África subsahariana, atormentados no sólo por guerras y terrorismo, sino también por pobreza, subdesarrollo, inmigración clandestina, instabilidad económica y política?
1. De la caridad
En primer lugar, ningún proyecto económico, social y político, puede sustituir ese don conmovido de sí que puede un hombre realizar por otro y que es la caridad, ese verdadero amor por el destino del otro que empuja a hacerse cargo de las necesidades espirituales y materiales del prójimo sin esperar a cambio ningún provecho próximo o futuro. Como nos enseña don Giussani en su última entrevista (cf. página uno), quienes trabajan movidos por «la percepción de la dependencia que incumbe a todas las cosas, antes de partir para cualquier empresa» miran a cualquier semejante suyo como a un misterio inconmensurable, de tal manera que lo consideran sagrado, inviolable, digno de cuidado y de atención extremos. Es lo que hacen aquellos cristianos que, al creer en la Encarnación de Dios, saben que se hizo carne para vencer la soledad brutal de los hombres y quieren vivir la amistad con Él tratando de imitar su «magnanimidad para con el hombre concreto». Ya hay muchos que viven así en esta y en la otra orilla del Mediterráneo, en países fundamentalistas o moderados, laicos o religiosos. Los que consideran inútil o insuficiente la caridad, los que ponen su esperanza en una justicia social fruto exclusivo de proyectos políticos generados por viejas o nuevas ideologías, aunque crucen el mar para ayudar a los demás, perjudican sus actos de solidaridad porque generan simplificaciones y mentiras, connivencia con los terroristas; al final, nuevo odio y violencia.
2. Nacen las obras
En cambio, de verdaderos actos de caridad nacen las obras: hospitales, escuelas, universidades, centros de formación, de ayuda concreta y de asistencia. Son «proyectos sociales» que no se basan en una concepción abstracta del hombre, sino en la vida real de las personas, en sus verdaderas necesidades, que se afrontan sin sustituir a quien se asiste, haciéndole protagonista de las obras. Las misiones católicas lo ejemplifican: de la caridad de don Bosco y de los Salesianos nace la formación profesional en todo el mundo; de san Pedro Clavier, una ayuda a la superación de la esclavitud; de Daniele Comboni, a un tiempo, la evangelización y miríadas de obras en el África subsahariana; de los franciscanos, las universidades; de los Hermanos de San Juan de Dios, los hospitales en Oriente Medio.
3. Saludable desarrollo económico
Las obras sociales no se contraponen: integran un saludable y global desarrollo económico. En efecto, no hay sólo multinacionales impuestas con las armas, no existe únicamente una globalización salvaje enemiga del hombre. Hay también una sana actividad económica tejida de transacciones comerciales entre empresas, acuerdos, tratos, localización no colonialista, cooperación dirigida a crear infraestructuras para el desarrollo en países necesitados, etc. La colaboración con grandes obras como la de la presa de Assuán, las obras realizadas por ENI junto a los Países productores de recursos energéticos, el ideal perseguido con esfuerzo hasta los años 80 de crear un área económica integrada, lo ejemplifican.
4. El papel de los estados
Es fundamental, a este propósito, el papel de los Estados, que deberían evitar las guerras preventivas y la venta de armamento, así como las salidas hipócritas a la búsqueda de improbables equidistancias hacia el terrorismo. Pero no basta con esto. Hace falta una subsidiariedad internacional que favorezca la caridad, el nacimiento de obras, la construcción de infraestructuras para el desarrollo, la integración económica desde abajo. La Europa de Barroso tiene que abandonar el disfrazado nacionalismo franco-alemán (al que le trae sin cuidado el Mediterráneo) y el aventurismo irresponsable de la España de Zapatero, para volver a los orígenes del compromiso europeo hacia la integración política y económica y el desarrollo del área del Mediterráneo previsto de todas formas en el documento de Lisboa 2000.
5. Una condición imprescindible
Sin embargo, hay una condición imprescindible para que ocurra lo dicho. Sin instrucción y formación profesional, sin aquellas inversiones públicas y privadas en capital humano previstas en el documento de la Unión Europea de Lisboa 2000 faltarían los instrumentos técnicos para dar vida a obras, empresas y proyectos políticos para la subsidiariedad. Sin una educación entendida como introducción a la realidad, a la verdad de la persona, a la revisión crítica de las propias tradiciones, hasta la caridad se reduciría a solidaridad y generosidad sin futuro. Y no nacería un sujeto idealmente capaz de generar equilibradas acciones sociales, económicas y políticas. El hombre educado e instruido así es el corazón del desarrollo.
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