Atareado no es ciertamente la palabra que mejor describe al padre Piero Gheddo. En su oficina repleta de libros y cartas dirigidas al PIME de Milán, con la bendición del Papa por sus cincuenta años de sacerdocio colgada al lado de su escritorio, el padre Gheddo es más bien alguien que no quiere perder ni un minuto de su vida sin transmitir lo que ha visto en todos estos años, sin comunicar la experiencia llena de provecho humano que nace de la Iglesia. Por ello hemos venido a verle, para entender mejor qué significa que el cristianismo humaniza la vida, mientras a menudo hoy se acusa a la Iglesia de ser una institución que limita la libertad o que se esconde tras sus reglas, y que además parece “recobrar vida” tan solo por la necesidad de combatir a sus enemigos.
Así pues, lo primero que sorprende a un periodista que cree saberlo todo sobre choques de civilizaciones y nihilismos varios –como todos los que ven la tele– es escuchar lo que dice. Por ejemplo, escucharle hablar de la Iglesia que nace, «porque allí donde la Iglesia nace mejor se ve lo que realmente es».
Trato de decirle: qué bonita esa expresión, «la Iglesia que nace», es algo llamativo, también por el modo en que solemos mirar nuestra experiencia... «Reflexionamos demasiado poco sobre el nacimiento de la Iglesia. Cuando hablamos de ello, nos referimos siempre a la época de Jesús, a los Hechos de los apóstoles... siempre nos quedamos en los mismos ejemplos... Yo en cambio he visitado muchos pueblos jóvenes. Hace unos meses, estuve en el interior de Borneo, justamente para ver a la Iglesia que nace» (¡me parece que le estoy viendo, con la misma pasión de un explorador o de un científico en medio de la jungla!). «En fin, estuve con ellos, los mismos que antes cortaban cabezas y ahora se convierten. Sin duda, también por un motivo histórico y sociológico: incluso allí avanza el modelo occidental y estos pueblos se dan cuenta de que el mundo moderno es mejor que el suyo, pero a la vez comprenden los límites de su religión y tienen que elegir entre cristianismo e islamismo; normalmente eligen el cristianismo porque encuentran que es más acorde con su cultura. En todo caso, cuando un pueblo o una tribu se convierte a Cristo, cambia su vida. Porque cuando conocen a Cristo experimentan una revolución positiva en sus vidas. Por ejemplo, descubren la igualdad de todos los hombres, o que el hombre y la mujer tienen el mismo valor ante Dios. Allí donde nace la Iglesia ¡es tan evidente cómo cambia la condición humana! La ventaja del contacto con el cristianismo es siempre ésta: permite entender quién es el hombre. El hombre no se entiende sin Cristo».
Tiempos difíciles
Precisamente desde este punto de vista, en Occidente vivimos tiempos difíciles. Acerca de los problemas decisivos, desde la bioética a los matrimonios entre homosexuales, hasta las recientes andanzas europeas, trágicas pero también un poco cómicas, de Rocco Buttiglione, es como si emergiera un resentimiento hacia la Iglesia. «A veces el ataque es propiamente contra el cristianismo», dice el padre Gheddo, «querrían desembarazarse de él. El ejemplo más claro es el propio rechazo de la raíz de la civilización cristiana que modeló Occidente y lo ha llevado a ser lo que es. Así que, si la pregunta es de qué modo el cristianismo, en cambio, contribuye a hacer más humano al hombre, es un problema de fe». Explíquese mejor... «Nosotros creemos que el hombre ha sido creado por Dios, a imagen de Dios. Dios ha creado un ser y lo ha puesto en condiciones de servirse de la creación para mejorarse a sí mismo y para mejorar sus condiciones de vida. Pero ¿con qué fin? Aquí está la cuestión: mejorar para volver hacia Dios. Lo dice Pablo VI en la Populorum progressio, en un pasaje que todos los comentadores se saltan siempre alegremente: el hombre es creado por Dios y debe volver a Dios. Así que el desarrollo humano –económico, político, democrático, de los derechos humanos– tiene sentido en la historia si lleva a Dios, si permite al hombre realizar este camino».
No es una cuestión que sólo afecte a países lejanos. Hoy parece que está muy difundido un pre-juicio según el cual la Iglesia entorpece el desarrollo, es más, «hace daño a la psicología de la gente». En el fondo se dice: ¿por qué tengo que respetar esto o aquello? ¿por qué no puedo elegir a mi antojo? El padre Gheddo saca una fotocopia y lee: «La psicología moderna depende de una visión atea del mundo, que no tiene en cuenta que ha sido creado por Dios y que por tanto está constitutivamente hecho de tal modo que se realiza plenamente cuando vuelve hacia Dios». Son palabras de su amigo el padre Gino Rulla, jesuita, médico, psicólogo y teólogo, muerto hace dos años, fundador de una escuela de psicología cristiana en la Universidad Gregoriana y autor de tres volúmenes de Antropología de la vocación cristiana. El padre Rulla, explica, enseñó que «si el hombre pierde la orientación psicológica y operativa de volver a Dios, su vida no puede ser serena, equilibrada, llena de alegría; inevitablemente se hace menos hombre».
Un factor de la historia
Sin presunción, para el padre Gheddo esta sencilla verdad del cristianismo es la que ha introducido el progreso en la historia, mejorando las condiciones materiales y confiriendo dignidad al hombre en la creación. En definitiva, si ha entrado en la historia un factor que la ha puesto en marcha, se debe «a esta luz que Dios encendió enviando a su Hijo». Más que con el islam, que –señala– tiene un cierto sentido del progreso histórico («puesto que, con respecto a Mahoma, los musulmanes han cambiado mucho»), Gheddo ve una neta diferencia con el hinduismo y el budismo: «No han traído ningún progreso a sus países, aunque sean grandes civilizaciones desde el punto de vista místico, filosófico o artístico. Pero la condición humana ha permanecido inmóvil durante milenios. Nehru Ghandi, en su autobiografía, dice que la India ha quedado bloqueada en virtud de los tres principios propios de su religión: el karma, es decir, la idea de que cada uno está determinado por sus vidas anteriores, la metempsicosis, la doctrina según la cual cada ser vuelve a nacer en la condición que merece por sus vidas pasadas, y la estructura desigual de las castas. Nehru se preguntaba cómo es que la India no consiguió cambiar más que después de encontrarse con el Occidente cristiano, y se respondía: porque Occidente ha estado siempre atravesado por “ideas revolucionarias”, que renovaban la sociedad. El progreso comenzó en Occidente. Para lo bueno y también para lo malo, obviamente».
Adónde va el yo
Para lo bueno y para lo malo, efectivamente: hoy se discute mucho sobre el dominio del hombre sobre el cosmos, desde la medicina genética a los OGM (organismos genéticamente modificados). El señorío sobre la naturaleza es algo que no existe en otras culturas o religiones, que consideran que el hombre está al mismo nivel que la naturaleza, mientras que para los cristianos el hombre no es solamente una criatura entre otras, es su autoconciencia... «¡Es el rey del universo! –exclama Gheddo–. Nosotros llamamos alma al hecho de que el hombre vive también en un mundo sobrenatural. Los monjes budistas, en cambio, tienen cuidado cuando caminan de no pisar los insectos y los gusanos, porque todos los seres valen lo mismo que el hombre». Y, sin embargo, en el Occidente de la tecnología, parece que sólo domina la manipulación de la materia y también del hombre, y no el alma. «Es porque no existe una idea de adónde vamos. Pero la Biblia también nos ha dado el sentido de esto. Porque los islámicos también creen en el Paraíso, pero es algo totalmente extraterreno, y en cambio cuando la Biblia y los Evangelios hablan del Reino de Dios –de Isaías en adelante–, hablan de algo que se cumple en el Paraíso, ¡pero que empieza aquí! Para esto nació Jesús: para darnos un modelo concreto de hombre que vive en la historia. Otro ejemplo bonito es el de Indonesia».
Sobre su mesa está el periódico con la noticia de la matanza de Taba en el Mar Rojo. El ejemplo enseña también algo sobre el choque de civilizaciones («que existe, porque lo fomentan los países fundamentalistas, me lo dicen todos los misioneros»). Por favor, cuéntenoslo... «En Sumatra hay continuamente entre las etnias tribales, casi todas islamizadas, pequeñas guerras, venganzas, etc. Así pues, para tratar de calmar el permanente clima de tensión y de violencia, el gobierno envía al lugar “comités de pacificación”, cinco o seis hombres que se reúnen con los jefes del pueblo, los jefes de la tribu, e intentan alcanzar un acuerdo. Sintetizando: en estos comités el gobierno siempre pone al menos a uno o dos cristianos. Esto es algo extraño, porque los cristianos son allí minoría, o ni siquiera existen. Pero un alto funcionario del gobierno, musulmán, me lo explicó en Yakarta: es porque vosotros los cristianos tenéis el principio del perdón. Esto es algo esencial: no sólo lo predicáis, sino que vuestras comunidades cristianas viven así. Y además tenéis otras dos cosas que nos sirven. El principio de la gratuidad: vuestras escuelas y hospitales están hechos para todos, no por proselitismo sino por gratuidad. Y también tenéis el principio de lo universal: quien se convierte al cristianismo supera el límite del tribalismo. Éste es el diálogo entre el cristianismo y el islamismo. Es el diálogo de la vida: convivir con pueblos distintos, aprender de ellos y enseñarles».
Nacidos para dar provecho
Es verdaderamente grandioso pensar –y sólo Jesús ha introducido esto en la historia– que ser hombres es algo positivo, una ganancia y no una pérdida, mientras que no sólo las demás civilizaciones, sino también nuestro Occidente parece haber perdido el gusto de esta positividad. Está por un lado el fatalismo, para el que la persona no cuenta, por otro lado la pérdida del sentido de sí mismo. «Por ejemplo el concepto de trabajo, que no es una esclavitud. En África se considera afortunado a quien no trabaja, en el cristianismo todos los hombres están llamados a la positividad del hacer. Siempre me ha impresionado que en África, como en India, en igualdad de condiciones los pueblos que se convierten a Cristo mejoran sus condiciones de vida mucho más rápidamente: porque surge el esfuerzo del trabajo, o del respeto a la mujer, o de hacer que los hijos estudien. En cambio, el aspecto negativo, también para el Occidente que se llama cristiano, es nuestra traición del cristianismo. Del cristianismo hemos tomado algunos valores: el dominio del hombre sobre la naturaleza, la dignidad de la mujer. Pero hemos apartado a Dios y pretendemos vivir una vida más humana sin Dios. Pero si Dios nos ha creado para volver a Él... Si en el centro del universo no está el hombre, es porque no se sabe quién es Dios».
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