El verdadero muro a abatir
El invierno de 1989 pone de manifiesto QUE el deseo del hombre es ilimitado y ningÚn sistema puede saciarlo
El filósofo Jean Baudrillard plantea una pregunta intrigante sobre la caída del muro de Berlín: ¿cayó hacia dentro o hacia fuera? Su opinión es que «no cayó hacia fuera, como señal de apertura y de libertad, sino hacia dentro, como señal de desintegración y desmantelamiento violento, aunque tuvo consecuencias liberadoras».
Su teoría enlaza con un análisis más amplio, según el cual la capacidad de los medios de explorar cada acontecimiento mientras ocurre congela de alguna manera la historia, parándola en seco. La continua información inmediata ha eliminado el elemento temporal, mediante el cual la historia iba resolviendo los asuntos a medida que se desarrollaban. Ya no hay un pasado, un presente y un futuro, que permitan al significado de los acontecimientos históricos salir a la luz. En este sentido, el colapso del comunismo supuso una suerte de descongelación más que una liberación. La conciencia progresiva de lo que “se habían perdido” los pueblos del Este no desembocó en una erupción espontánea de libertad, sino en una mímesis, en un reciclaje de fenómenos ya pasados, en un recorrido inverso al de la cultura occidental del siglo XX. (Cuando recientemente leí este análisis, caí en la cuenta de por qué los países del Este han conseguido tanto éxito en el concurso de Eurovisión: avanzando a ritmo vertiginoso por la trayectoria cultural de la que estaban aislados, crean productos más refinados y exuberantes, que logran un entusiasmo mayor al que consiguen los inventores occidentales del pop).
Me resisto a la teoría curiosa e intrigante de Baudrillard, pero que a la vez no soy capaz de desecharla.
Veinte años después, quiero celebrar de nuevo la belleza y majestad de esos acontecimientos memorables de 1989 que inauguraron una nueva etapa de reflexión en mi vida. Poco después de la Revolución de Terciopelo, viajé a Praga para cubrir las primeras elecciones libres. Me sumergí en los textos de los novelistas y dramaturgos checos y, por supuesto, en los ensayos extraordinarios del nuevo presidente de Checoslovaquia, Vaclav Havel.
Hay algo en los textos de Havel que no está lejos de lo que sugiere Baudrillard. Años antes de la caída del Muro, Havel escribía que la ideología socialista del Este no era más que la imagen invertida del capitalismo occidental, una versión un tanto exasperada de algo relacionado con la perversión del deseo del hombre.
Sí. En los últimos 18 meses, hemos asistido a la implosión de lo que podríamos llamar “un Muro de Berlín” de la economía de mercado, ya que los sistemas cuya victoria se pregonaba hace dos décadas han empezado a derrumbarse.
Mis celebraciones del invierno del 89 serán nostálgicas y alegres a la vez, recordando que el deseo de libertad del hombre es ilimitado e incansable, por lo tanto no puede saciarse simplemente derrocando un sistema para sustituirlo por otro.
Podemos tirar abajo muros para responder a la insistencia de nuestro deseo, pero la respuesta que buscamos no se encontrará necesariamente en la concepción de libertad del otro lado.
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