El primer encuentro en los años Sesenta. Los amigos del seminario. Luego, la compañía de don Giussani, la experiencia con los chavales de la parroquia, GS, el Colegio Sacro Cuore... Recuerdo de un hombre que, dejándose educar hasta el final por Aquél que había llenado su corazón, llegó a ser un padre para miles de chicos y un ejemplo para todos
«Don Giorgio permanecerá para todos nosotros como ejemplo de seguimiento del carisma en las circunstancias actuales de la vida del movimiento». Esta frase del mensaje de Carrón con ocasión de la muerte de don Giorgio Pontiggia define muy bien su vida entera. Con 14 años, Giorgio es sólo un chaval que, como muchos otros por aquel entonces, empieza a trabajar muy pronto. En el tiempo libre frecuenta un grupo de amigos apasionados por el teatro, al que pertenece también el joven Renato Pozzetto, un actor muy conocido en Italia. En su vida la fe no tiene demasiado espacio. Pero el Señor le espera, y en 1963 este grupo de amigos se acerca a la parroquia de Santa María de Caravaggio en Milán, con el único fin de tener una sala para sus representaciones teatrales. En esa parroquia es coadjutor un sacerdote del movimiento, don Fernando Tagliabue, que poco a poco les hace descubrir la belleza de la fe. Hasta tal punto que Giorgio decide entregar a Cristo su vida. Entra en el seminario, en donde estudia el bachillerato y más tarde Teología. Allí se forma una compañía de amigos que siguen al movimiento, el “Grupo de comunión”, con Tantardini, D’Imporzano, Martinelli, Spreafico. Enseguida se adhieren Negri, Peretti y Scola. El grupo asume el nombre de Ukamba. Nace una experiencia apasionante que el cardenal Scola ha recordado en el mensaje enviado por su muerte: «Don Giorgio poseía la extraordinaria capacidad de despertar en todos, sobre todo en los jóvenes, este deseo ardiente. Al mismo tiempo, no dejaba de ser un aguijón continuo a la libertad de cada uno, para que se asumiese hasta el fondo la responsabilidad personal y comunitaria del don de la fe». En una reunión que organiza Peretti para los seminaristas cercanos al movimiento, Giorgio se encuentra con don Giussani por primera vez.
La pasión por Cristo y por los hombres determina la personalidad de don Giorgio cuando, en 1970, al salir del seminario, y después de una breve experiencia como vicerrector en el Colegio San Carlos, es designado como coadjutor en la parroquia de Santa María alla Fontana de Milán. Aquí los estragos de la crisis del 68 ya son patentes: el oratorio se ha quedado desierto, sólo permanece una pequeña comunidad juvenil que pronto desaparece.
«Volví a empezar por los chicos». Pero don Giorgio no desiste: «Volví a empezar por los chicos, haciendo que el oratorio funcionara de una determinada manera, con una propuesta educativa. Estaba allí todo el día, y hacía de todo: los juegos, el canto, la oración todos los días, y veía que los chicos se entusiasmaban». Enseguida don Giorgio se da cuenta de que la actividad en el oratorio no es suficiente, porque el corazón de la vida de esos chicos sigue siendo la escuela. De esta forma, en el año 72 empieza a dar clase en el Liceo Cremona. Allí, gracias a otros profesores como la madre de los Canetta o Massimo Cenci, nace una comunidad de CL. Sus chicos del oratorio crean comunidades del movimiento en sus respectivas escuelas. Los chicos de entonces son hoy adultos conocidos: Giovanni Riboldi, Franca Rava, Bressan, Edo Barbieri, Marco Artoni, Vismara, Guido Negri, Antonio Simone, Luigi Amicone: los primeros de una larga lista.
«Poco a poco, la Casa de la Juventud de la Fontana se convirtió en la sede de GS de toda aquella zona, y los chicos venían aquí a hacer los deberes. También habíamos creado un lugar, “La cappellina”, en donde algunas madres venían a preparar comida para todos... Yo estaba allí todo el día, implicado con la vida de aquellos chicos. Me llamaban, me pedían consejo, me contaban sus cosas...».
Allí acude a cenar también el incipiente grupo del CLU. Don Giorgio no participa en esas cenas, pero se asoma al principio o al final: don Giussani le pide que corrija, que aconseje, que ejerza esa paternidad que crecerá día a día durante toda la vida. Los chicos del CLU tienen también ocasión de conocer su temperamento «en apariencia autoritario, pero en realidad paternalmente afectuoso» –como dijo el cardenal Tettamanzi–. Un temperamente, en palabras de Carrón, capaz de mostrar que «ser cristiano es ser hombre, sin olvidar ni censurar nada».
Muchos adultos se dejan atraer por su testimonio: «Entonces los Meregalli, Negri, Tagliazucchi, Amati, Piccarolo y Giannattasio se sumaron, porque lo que veían les reclamaba su experiencia juvenil; sus hijos nunca habían estado tan contentos y tan comprometidos con el cristianismo». Nacen además algunas obras: un consultorio, el centro cultural Camponuovo, una cooperativa de consumo, la sede de GS, comprada gracias a una suscripción de los adultos.
Los años de GS. Don Giussani sigue con atención la experiencia de la Parroquia de la Fontana, y en 1978 propone a don Giorgio que asuma la responsabilidad de GS de Milán –que pasará a ser enseguida una responsabilidad nacional– porque viendo a los “suyos” en la Universidad, se da cuenta de que «se mueven de forma distinta». Esta responsabilidad, compartida durante años con Elena Ugolini, significará para don Giorgio desde ahí en adelante una implicación personal: «Lo único que me mueve a estar con los jóvenes es el pensamiento de que tenemos el mismo destino, ellos están en camino como yo, forman parte de mí». Con este espíritu, acepta en 1984 la propuesta de Paolo Sciumè, don Carlo D’Imporzano y don Giussani de dirigir el recién nacido Istituto Sacro Cuore: «Acepté, aunque no sabía cómo funcionaba un colegio, sólo conocía el Liceo Cremona». No es una decisión menor dejar una realidad tan significativa como la de la Fontana, pero don Giorgio comienza la aventura del Sacro Cuore, movido de nuevo por la pasión por la vida de cada chico. Cada mañana les espera en la entrada, para poder mirar a la cara a todos los estudiantes; cada día está preparado para escucharles y para implicarse con sus problemas. De ahí nace una simpatía profunda, y son muchísimos los que afirman: «En el Sacro Cuore don Giorgio hizo de mí un hombre». Al mismo tiempo, como rector, edifica el colegio. No es suficiente con asegurar un buen nivel didáctico y moral, como hacen muchas escuelas católicas, porque «la verdadera alternativa es si educa mediante una presencia o bien mediante una institución. Yo no quiero delegar la educación a una estructura; yo quiero que la escuela permita que un hombre pueda educarse». Por este motivo, hace de todo con tal de que el Sacro Cuore no se convierta en “la escuela confesional de CL”: la genialidad del carisma debe expresarse ante todo impartiendo las clases. La propuesta contenida en Educar es un riesgo (tradición, crítica, experiencia del presente) vive ante todo en la actitud personal de los profesores: «El mayor fruto de vuestro compromiso con los chicos no es que les solucioneis los problemas, sino el cambio que experimentáis compartiendo sus problemas, un cambio que os hará crecer en madurez en vuestra vida diaria». Esto estimula también un trabajo cultural como reflexión sobre la experiencia concreta de la enseñanza, que lleva a la revisión de la propuesta educativa en un diálogo constante con Eddo Rigotti, con Onorato Grassi, con los directores y los profesores. Nace ese método que desde el Sacro Cuore se extiende poco a poco a muchos otros colegios y que hace que los chicos del Sacro Cuore sean con frecuencia considerados en la Universidad como de los mejor preparados.
Al mismo tiempo, además de la institución y de la didáctica, se propone en el Sacro Cuore la experiencia de GS que, gracias a la colaboración de profesores como don Giorgio Assenza, Cristina Guazzarri y muchos otros, da vida a una floreciente comunidad que destaca por la libertad de su propuesta y de la adhesión.
La riqueza de la edad. Pero el Señor le pedirá a don Giorgio un último testimonio: con 53 años sufre el primer infarto, al que seguirá otro; a continuación se le diagnostica un tumor de páncreas, además de diabetes. Durante 16 años acepta la enfermedad sin lamentarse, y sigue con fidelidad las indicaciones del equipo médico guiado por Raffaele Pugliese y Aldo Tel. Pero no deja su labor con los chicos, en GS y en el Sacro Cuore: «A veces me pregunto, con este ritmo de vida más lento que llevo ahora, cómo estar con los chicos. Por mi estado ya no puedo participar con ellos en las actividades deportivas o lúdicas. Cuando me lo pregunto comprendo que yo, al igual que ellos, estoy en camino hacia el destino final. Esto une, y la edad se convierte en una riqueza». Don Giorgio comprende que esta responsabilidad conlleva una implicación total con los adultos más cercanos y que comparten su pasión educativa. En un momento particularmente dramático de su vida, comienza con ellos un nuevo grupo de Fraternidad. La modalidad es muy simple: una cena cada dos o tres semanas, sin orden del día, una especie de conversatio in coelis que, gracias a él, es siempre intensa y conmovedora. De ahí nacen también nuevas intuiciones y propuestas educativas. De esta forma, junto a Lucio Farè, Gloria Cuccato y don Marcello Brambilla, dará vida a los Grupos del Grial que, a través de momentos de convivencia y de estudios guiados, introducen a los chicos de 12-14 años en el descubrimiento de la belleza y de la correspondencia del cristianismo con la humanidad de cada uno. En poco tiempo se difunden como una mancha de aceite por toda Italia y por el extranjero. Junto a Flora Crescini e Alberto Bonfanti da vida a Portofranco, un centro de ayuda al estudio libre y gratuito propuesto en todas las escuelas superiores, que se difunde por muchas ciudades.
El diálogo con don Giussani sobre todas estas obras es siempre intenso: «Cuando iba a verle, le leía algunas intervenciones que hacían los estudiantes durante las reuniones; él se quedaba sorprendido por la pertinencia y la profundidad con la que expresaban que el Dios entre nosotros cambia la vida de todos los días. Se conmovía en extremo y decía que era necesario aprender de ellos».
Este diálogo agudiza el deseo de identificarse con el carisma: don Giorgio dedica muchas horas al día a leer y a hacer fichas de los textos de don Giussani, a buscar libros, discos, películas que puedan ayudar el camino de sus chicos, y se prepara escrupulosamente para los numerosos encuentros que dirige por toda Italia. En el marco de este seguimiento, en un encuentro memorable de 1992, Giussani sugiere a don Giorgio y a sus amigos sacerdotes cómo puede crecer la identificación con el carisma: mediante una compañía guiada al destino. Nace de esta forma el Studium Christi, una Fraternidad de sacerdotes que quieren seguir la regla de los Memores Domini, y que, permaneciendo en el lugar y con el encargo que les ha asignado el obispo, se encuentran con frecuencia en una casa cercana a la casa de don Giorgio en el Sacro Cuore, poniendo en común el dinero, la oración y el juicio sobre la propia vida. La Fraternidad del Studium Christi le acompañará hasta el último instante de su vida.
Don Giussani siente tal fascinación por esa propuesta que decide pasar los últimos años de su vida en el Sacro Cuore, con el deseo de compartir la experiencia del Studium Christi. Cuenta don Giorgio de ese período: «¡Era conmovedor verle rezar! Muy a menudo don Giussani leía el breviario, me hacía una seña para que me acercara a él, me leía algún versículo y me lo explicaba. Cuando no estaba bien, a lo mejor sólo conseguía leer un trocito, pero era su vida. No existía nada que no contuviera un germen de leticia, y cuando experimentaba una dificultad sólo pedía que le recordásemos a Cristo».
Hijo del carisma. Después de la muerte de don Giussani, la filiación en el carisma continúa para don Giorgio en el afecto y el seguimiento a Julián Carrón: «No podéis imaginar lo que ha sido para nosotros la muerte de don Gius para los que fuimos amigos suyos durante tanto tiempo. Pero comprendo que el amor a él y el amor a Cristo pasa por un apego real a aquél que él nos ha indicado». De este seguimiento nace la pasión con la que, cuando se jubila, introduce en la responsabilidad del Sacro Cuore a don Eugenio Nembrini. Y la sintonía con su hermano, Franco Nembrini, como responsable de los bachilleres.
Son signos de una pobreza alegre y llena de asombro que domina ahora toda su vida, cuyo secreto revela el mismo don Giorgio en una cena de la Fraternidad pocas semanas antes de morir: «Cristo es verdaderamente todo, es la plenitud de lo humano». Las últimas semanas de pasión, asistido amorosamente por Angela Grisenti y Marisa Mighetti y por sus familiares, su entrega se cumple en el sacrificio supremo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón