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Huellas N.7, Julio/Agosto 2009

IGLESIA - Ortodoxos (Las directrices de Kirill)

Al Este algo se mueve...

Giovanna Parravicini

A los seis meses de la elección del Patriarca, trazamos un primer balance de su gobierno que nos depara una sorpresa: los encuentros con miles de jóvenes en nombre de una clara prioridad pastoral, la educación

En una entrevista publicada en Izvestia el pasado 11 de mayo con ocasión de los cien días tras su elección, el patriarca Kirill sintetizaba su compromiso fundamental a favor del renacimiento de la Iglesia con la superación de la división entre un cristianismo “nominal” y una experiencia sustancial de fe. «Según distintos sondeos, del 60 al 80% de los rusos se dicen ortodoxos, pero reciben regularmente los sacramentos, es decir, participan en la vida de la Iglesia sólo el 10-12%. Para el resto, la Ortodoxia sigue siendo una forma de identidad cultural. No creo que esto sea un dato malo en sí mismo, pero después de haber recibido la Ortodoxia como tradición cultural, es necesario comprender y asimilar su fundamento espiritual y moral. Pasar de lo exterior a lo interior. A estos ortodoxos “por cultura” se dirige hoy fundamentalmente la misión de la Iglesia: dirigir a las personas no simplemente a los lugares de culto, los monumentos históricos y las obras de arte, sino a Cristo». Una prioridad en la que el metropolita Kirill había insistido desde diciembre, al asumir la regencia del Patriarcado después de la muerte de Alexis II, cuando había descrito la situación en la que había de obrar el nuevo primado ruso: «Con Alexis II hemos asistido a un considerable incremento de parroquias, monasterios, escuelas. Millones de personas han recibido el Bautismo y se consideran ortodoxas. Sin embargo, su experiencia de vida eclesial deja mucho que desear. Es preciso que renazca la pertenencia a la Iglesia en su sentido más amplio, a través de la educación, la misión, la catequesis, el servicio social y la acción caritativa de la Iglesia».
Al culminar el primer semestre de servicio del patriarca Kirill, llega el momento de hacer una especie de balance de las acciones emprendidas y del impacto que éstas han tenido en la sociedad.
Un primer paso, de importancia fundamental, ha sido la reforma de las estructuras del Patriarcado de Moscú. Aprobada el 31 de marzo, la reforma aspira a responder de manera más eficaz a los problemas individuales, considerados prioritarios por la Iglesia y la sociedad rusa, y está encaminada a que la Iglesia asuma un mayor compromiso en el diálogo con la sociedad y en el ámbito educativo. En este sentido pueden interpretarse la creación de un nuevo departamento sinodal encargado de la cooperación entre la Iglesia y la sociedad, o el cambio de guardia en la dirección del departamento para la formación religiosa y la catequesis. Particular interés suscita la creación de un departamento para la información, presidido por primera vez por un laico: la elección del Sínodo ha recaído sobre Vladimir Legojda, joven profesor universitario y publicista, director de la popular revista mensual ortodoxa Foma. En opinión de la prensa rusa, se trata de un síntoma ulterior de que «el nuevo Patriarcado tratará de establecer en los medios de comunicación una distancia con respecto a su imagen convencional, reducida a celebraciones fastuosas y estereotipos rituales-gastronómicos». Pensemos, por otro lado, en la rúbrica televisiva semanal Voz del Pastor, que el metropolita Kirill ha promovido durante años: el actual patriarca es casi el único miembro de la jerarquía ortodoxa que ha comprendido la importancia de un diálogo directo con la sociedad.
Los creyentes –ha subrayado muchas veces en estos meses el patriarca Kirill– son llamados hoy de manera especial «en la sociedad de la información» a testimoniar su fe y a dar razón de ella «de forma comprensible y accesible, sin perder los significados y los matices esenciales»: no podemos «crear para nosotros un pequeño mundo confortable, un “gueto de la salvación”, sino que tenemos el deber de salir al encuentro de la gente y entrar en su vida con el anuncio, las obras y la caridad».
En este contexto, el trabajo educativo asume una importancia decisiva. No por casualidad, la Iglesia ortodoxa rusa ha sido protagonista a finales de mayo de un evento inédito, si pensamos en la imagen que tradicionalmente se tiene de ella: el encuentro entre el patriarca Kirill y miles de jóvenes (cinco mil en Moscú, ocho mil en San Petersburgo), en el marco de multitudinarios estadios deportivos. Además de por su «formato», esos encuentros representan indudablemente una novedad por el tipo de aproximación elegido: el patriarca Kirill, en ambos casos, ha descendido a un terreno “existencial”, dejando aparte cualquier esquema “confesional” previsible, para partir de los problemas que interesan al hombre como tal.
Al interpelar a los jóvenes, el patriarca ha planteado el problema de la búsqueda de la felicidad, que no consigue encontrar respuesta en aspectos puramente materiales, y que el hombre puede afrontar únicamente fiándose de un «criterio interior» inscrito en su misma naturaleza, el único que permite examinar atentamente cuanto le viene propuesto. Se trata de una «norma», de un «sistema de valores» objetivo, capaz de confrontarse con ese «torrente de informaciones que se vuelca sobre la gente, generando valores que están en realidad determinados por los mismos artífices del flujo de la información».
La situación actual del hombre –ha destacado Kirill– está determinada por la «filosofía de la época posmoderna», que «presupone la igualdad de todas las ideas y concepciones, que el hombre puede elegir a su gusto; no existe una verdad, la verdad es subjetiva». Hoy en día nos encontramos ante un «mercado de ideas, en el que obtiene la victoria la idea que se presenta como más atractiva, la que es mejor publicitada y sostenida por la máquina de la información». El cristiano está llamado a ir “contracorriente”, ha proseguido el patriarca: «Decimos que existe una verdad objetiva porque Dios, al crear al hombre, ha puesto en su naturaleza algunas cualidades que determinan este sistema objetivo de valores. Dios ha creado al hombre imprimiendo en él su propia imagen, cuyo signo indeleble es el sentido moral». Precisamente este último es el criterio para discernir la verdad, porque «la moralidad es la capacidad de distinguir el bien del mal a través de un sistema de alarmas interiores, constituido por la voz de nuestra conciencia. Ésta puede estar ciertamente ahogada o trastornada, pero permanece como un factor irreductible a presiones e influencias externas».
«Debemos ponernos manos a la obra en la Iglesia –ha dicho el patriarca ante los jóvenes–. Jamás será una fe viva y más aún útil para vivir, una fe que se asocia a libros que están aparcados en las estanterías. Pero si la fe se convierte en un lugar de reflexión, de una tensión creativa de la persona, si la fe se convierte en motivo inspirador de las propias acciones en lo personal, lo familiar, lo social, lo profesional, lo estatal, si la fe se encarna en los problemas de la vida contemporánea, se vuelve viva y eficaz, y cualquier hombre puede ver su utilidad... En otros términos, para conservar a nuestro país su originalidad cultural, para no ser liquidados por el flujo de la información, debemos empezar a comparar nuestras convicciones con la realidad».

Un paso adelante. No es fácil para la Iglesia ortodoxa rusa responder ante estas provocaciones: a menudo se tiene la sensación de que no se comprende totalmente su alcance y la dirección en la que van, y que incluso aquellos que están comprometidos sinceramente con el renacimiento de la comunidad cristiana no consiguen ver de qué forma unos gestos aislados, llevados a cabo en la cima de la jerarquía, puedan influir sobre situaciones eclesiásticas locales con frecuencia problemáticas y a veces gravemente desordenadas. Situaciones de las que el mismo Kirill parece darse cuenta perfectamente. Como observaba el pasado 4 de mayo en su alocución a la asamblea plenaria de la Comisión teológica sinodal, si muchos han vuelto en estos años a la Iglesia, «son más aún los que están en el umbral o se mueven en su interior dando los primeros pasos. Al invitar a la gente –en particular a los jóvenes, que han crecido en la nueva época– a entrar en la Iglesia, debemos ayudarles a superar los obstáculos subjetivos y psicológicos que se interponen. Y debemos preguntarnos también: ¿existen acaso obstáculos objetivos para que estas personas puedan vivir la experiencia de la Iglesia? ¿Existe, tal vez, algo en la misma vida de la Iglesia que dificulte esto?».
Un elemento de duda procede de la permanencia en los discursos del patriarca Kirill, junto a los reclamos ideales, de claras señales «políticas» de apoyo al actual gobierno, que van en detrimento de la verdad (por ejemplo, la exhortación a los jóvenes a atenerse a la visión oficial exaltadora de la historia nacional, o bien la demonización de los años 90, el período de Yeltsin, incluso con respecto a la misma época soviética). Aunque es verdad que hoy en día muchas preocupaciones del primado de la Iglesia ortodoxa rusa coinciden con algunos de los problemas más urgentes que debe afrontar el Estado ruso (crisis económica, disgregación de la familia, caída demográfica), lo cual podría explicar el apoyo actual del Estado a la Iglesia, ¿qué espacio real de libertad de educación y de testimonio tiene la Iglesia dentro de la sociedad rusa? La educación será ciertamente un banco de prueba, pues desde años existe un tira y afloja entre la Iglesia y el Estado para insertar en los programas ministeriales elementos de «cultura ortodoxa, de otras culturas religiosas tradicionales, de ética y de moral laica». Precisamente sobre este tema, el pasado 18 de junio el patriarca dirigió al ministro de educación Fursenko una carta ultimátum.
En cualquier caso, para muchos cristianos rusos el primer semestre del patriarca Kirill marca una nueva dirección: si en la cima el patriarca actúa así, es señal de que también nosotros en la base podemos movernos, trabajar y colaborar mucho más libremente.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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