La autora de La verdad de la vida cuenta cómo nacen sus canciones, que ahora están en un CD, y cómo volvió a componer después de un largo silencio
Las canciones de Claudia Álvarez son más conocidas de lo que su autora lo es en carne y hueso. Cómo es “por dentro” se intuye por lo que escribe y canta. Pero para ver cómo es “por fuera”, para saber más de ella, en resumidas cuentas, de ella y de la vida que lleva adelante, sería necesario ir hasta su casa, en un barrio de Buenos Aires, y penetrar allí en sus jornadas en puntas de pie. Entonces se la vería abocada a sus hijos, cinco varones, a su marido Horacio, abogado laboralista, a las tareas de su casa y rodeada de muchos amigos con los que se reencuentra. Y a sus tantas canciones se las vería como a trasluz, tejidas con la filigrana de los hechos de la vida cotidiana.
¿Sabés que tus canciones son adoptadas lejos de acá, donde vivís y donde las generaste, un poco como los mensajes que los náufragos meten en las botellas y luego lanzan a la mar. Ellos no saben en qué costa terminarán y quién los encontrará. Puedo decirte que escuché Cambiar al Hombre y Toda la vida, incluso recientemente, en una iglesia de América Central.
En algún caso puedo imaginar el camino que recorren mis canciones pero la mayoría de las veces no sé cómo llegan donde llegan.
¿Es por esto que grabaste recientemente un CD? ¿Para hacer más fácil la circulación de tus canciones y para hacerlas llegar más lejos?
El motivo, en realidad, es menos “calculado” de lo que se pueda pensar. La idea de hacer un CD nació como agradecimiento a don Giussani, para volcar en un trabajo musicalmente bello –para mí lo es– la vida de la que nacen estas canciones. Es más, ciertamente soy conciente de que no son propiedad privada mía sino un regalo para todos y que pueden acompañar la vida de las comunidades que nacieron del carisma de don Giussani. Para ser todavía más precisa, la chispa ocasional del CD fueron algunos días de vacaciones que pasé en Venezuela; allí, el padre Leonardo Grasso –sin saber que ya tenía yo el deseo de hacer un CD– me lo propuso. Fue el empujón que me faltaba y, apenas regresé a Buenos Aires, me puse a trabajar para concretar este proyecto.
¿Qué hay en la recopilación que salió en estos días?
Cambiar al hombre y Toda la vida están, así como otros temas escritos en los años 80 y 90: Encarnación, Quién soy, La verdad de la vida, Juan 1…
Luego vienen los años del silencio…
En los que no escribí ni toqué la guitarra, quince años o más. Un desierto.
De desierto, si no me equivoco, hablás también en una de las canciones recientes, de la vuelta si queremos llamarla así.
La canción se titula Como un niño.
«No dejes que me pierda en estos desiertos, sabes que mis caminos no van a un puerto…». Parece una súplica.
Lo es. En este período comencé a escribir nuevamente y a tocar la guitarra.
¿Como un niño es la primera del nuevo ciclo?
No, la primera la escribí en ocasión de una peregrinación a Luján, en el 2004. Recordábamos los cincuenta años del movimiento de Comunión y Liberación. El aire de esta canción es el de un chamamé y está presente en el nuevo CD; se titula María y es una canción a la Virgen. Otra canción, también incluida en el CD, la escribí en un congreso latinoamericano de la Compañía de las Obras que se llevó a cabo en Chile, luego de ver una muestra sobre la vida monacal de los benedictinos; quedé muy impresionada sobre cómo concebían la música. Se titula Alas de paloma.
¿Qué es lo que te impresionó?
La concepción que tenían los monjes de la música, como de algo que lograba suscitar la “nostalgia del paraíso”. Un padre monje trataba de hacer entender esto citando un salmo, el 54, que –justamente– evocaba el hecho de volar, ascender, elevarse: «Quién me dará alas de paloma para volar y encontrar reposo?».
Luego de este tiempo de silencio nacieron siete, ocho canciones. ¿Están todas en el CD?
Sí; además de María, Alas de paloma y Como un niño, están también Aquí estoy Señor, Despiértame, Insisto, Milagritos y Para gloria Tuya.
En Milagritos cantás, justamente, sobre un “milagro” que se instaló en tu casa y allí se quedó. Parecería la llegada de un hijo…
Esta canción la compuse luego del nacimiento de mi tercer hijo. Ahora tengo cinco… Hoy se piensa y se actúa como si los hijos fueran una posesión personal de los padres y al mismo tiempo como si fueran un límite a la libertad de ellos y a sus aspiraciones de progreso profesional. Yo siempre pensé que los hijos eran un milagro que Dios nos da para hacernos más fácil el camino de la vida, como dice la canción.
Alas de paloma…
En Alas de paloma hay una cierta tristeza, una melancolía. La estrofa dice: «Quién me dará alas de paloma, para volar y encontrar reposo; nada logrará apagar la inquietud original; mis manos no construyen eternidad». Este drama lo volví a sentir dentro mío y esta fue la chispa para volver a componer.
Es tu canción más melancólica.
Es aquella en la que el sentido religioso resulta más agudo; creo que la melancolía acompaña siempre el sentido religioso.
Aquí estoy Señor, ¿de dónde viene?
De una experiencia de dolor. Habla del dolor y del abandono. No podemos tener la pretensión de conocer el designio que Dios tiene sobre nosotros; Dios usa el dolor para obtener nuestro sí y luego sorprendernos haciendo suceder aquello que resulta ser lo mejor para nuestra vida.
¿Insisto?
Es una canción de amor y también una canción a Dios. Habla de cuando uno ama y ofrece todo al otro.
Las canciones… las más recientes y las más antiguas, ¿fluyen en ti fácilmente?
Las escribo en poco tiempo, sí, pero necesitan mucho tiempo más para ver la luz. En general hay siempre algo que retengo, de la vida, de lo que leo, de los encuentros de los que participo, de las situaciones que me tocan vivir. Algo que me queda adentro, como una huella que se torna más nítida con el tiempo, un puntapié que comienza a dar vueltas en mi cabeza y se hace cada vez más claro. Luego, en un determinado momento, este algo, este puntapié, sale y se transforma en una canción. Cuando, por así decir, sale a la luz, a la canción la bajo en pocas horas. Luego la corrijo, busco la palabra justa, hasta que llego a expresar aquello que exactamente siento y quiero comunicar.
Pero hay un momento en el que decís: «¡Me gusta, ahora basta, estoy satisfecha!».
No precisamente. En ciertos casos suspendí el trabajo con una canción, la dejé por un tiempo; luego, pasados unos meses, o incluso años, la retomé. Con María fue así. Hay un período en el que la canción forma parte de mí y queda en el círculo de los más íntimos; allí la voy madurando, cambio palabras, acentúo otras, modifico un verbo para decir mejor lo que siento que quiero decir. Luego sí, como decís vos, llega un momento en el que la canción la doy por terminada y no la toco más.
¿Qué mezcla se debe dar para que se produzca la chispa de la que nace una canción? ¿Cuáles son los ingredientes que, por así decir, deben mezclarse?
Lo dije: palabras, encuentros, hechos… Encarnación nació de una conversación con el padre Virgilio Resi, en Brasil. Lo que me dijo en esa ocasión me conmovió a tal punto que enseguida corrí a escribirlo para no olvidarme. Aquel diálogo era ya una canción.
Pero ¿no todo aquello que impacta, conmueve, impresiona, se torna una canción?
De hecho durante un largo tiempo no escribí nada.
¿Lográs explicar el por qué?
Durante algunos años estuve alejada de la experiencia cotidiana, por así decirlo, del movimiento, incluso viviendo siempre una pertenencia a la Iglesia y una cercanía a muchos amigos del movimiento de CL. En estos años de alejamiento, por desinterés o por incapacidad, no escribí nada. Entiendo, ahora, que volver a adherir a una experiencia de fe y amistad como aquella que encontrás de joven hace surgir nuevamente toda la personalidad y, entonces –en mi caso– también esa expresividad con la que más congenio que es la de escribir canciones.
¿Te acordás cuál fue el inicio, la partida, de Cambiar al hombre?
Fue mi primera canción y no puedo olvidarme de ello. Me corrijo: hubo otras antes, pero era chica y la experiencia no fue muy alentadora. Se las hice escuchar a un grupo de amigos, acompañándolas con la guitarra, y ellos se pusieron a reír haciendo comentarios sarcásticos. Había decidido no agarrar más la guitarra…
¿Y entonces?
Entonces un sacerdote al que estimaba mucho me dijo que no tomara en cuenta aquellos comentarios que me habían herido, que el haber expresado de aquella manera lo que sentía, lo que la Escuela de comunidad sobre las palabras de don Giussani suscitaba en mí, había sido un impulso válido. Pasaron unas cuantas Escuelas de comunidad y salió a la luz Cambiar al hombre.
¿Cuánto tiempo trabajaste en ella?
Una tarde.
¿Hay canciones que tiraste a la basura luego de escribirlas porque veías que no te pertenecían, que no te satisfacían…?
No, cuando me empantano trato de encontrar una salida. Hay canciones ciertamente que me gustan más que otras.
¿Por ejemplo?
Despiértame… Encarnación es otra canción de este CD con la que me identifico. Como un niño también me gusta mucho. Es una de las últimas que escribí.
¿Por qué te gusta?
Me describe, pienso que hablo de mí de una manera acabada. Es una canción que resulta una oración, una súplica dirigida a Dios. Es lo que para mí significa cantar. Pedir a Dios poder recomenzar todos los días, o luego de un período de alejamiento, que es lo mismo.
¿Cómo nació Encarnación?
En unas vacaciones. Me di cuenta de que me costaba aceptar a ciertas personas, en ellas no veía aquel misterio que nos unía y nos hacía caminar en la misma dirección. Hacíamos muchas cosas juntos pero incluso así las sentía distantes.
«Dame ojos grandes para ver, y corazón para entender que en lo pequeño está el Misterio. Y que los limites no son reflejo fiel del corazón…».
Exactamente. Entendí, aunque es más exacto decir que comencé a entender, que las personas no están definidas por sus límites sino por el deseo de sus corazones y que es necesario tener una mirada capaz de observar a las personas en este nivel. Una mirada de ojos grandes, como los de las pinturas de Claudio Pastro, un pintor brasilero.
Dijiste que te identificás en Despiértame…
Porque describe el valor de la amistad y de una compañía cristiana verdadera: la presencia cercana, próxima del otro, que te quiere verdaderamente y te recuerda tu destino. Ésta fue mi experiencia personal en este último tiempo.
¿Hay una canción de otro autor que en cambio te hubiera gustado escribir?
Amare ancora, o La ballata dell’uomo vecchio, de Claudio Chieffo. Sus canciones están entre las que más escucho.
¿Qué te gusta de Chieffo?
La simplicidad. Mi maduración, si puedo permitirme decirlo justamente yo, la mido también con esto. Ya no busco palabras abstractas o conceptos, busco palabras simples. En Despiértame, una de las últimas que escribí, es como si estuviera hablando con otra persona. No hay recodos; muestra lo que puede suceder y pide a nuestros compañeros de ruta que nos despierten si se dan cuenta de que no somos lo que tenemos que ser.
Entonces la simplicidad, la inmediatez comunicativa, se conquista con el tiempo. Tampoco para vos fue así desde el principio.
En la universidad estudié Filosofía, luego comencé a sentirla distante, a darme cuenta de que no tenía que ver con mi vida. Llegaron los hijos, con todo lo que esto significa, y la sentí cada vez más lejana. Lo abstracto, que no tiene relación inmediata con la vida, lo siento pesado, cansador. No me gustan los discursos elevados que no conducen a nada. Lo que escribí –lo dije– nació siempre de algo que sucedía o me sucedía, pero también así hay un camino hacia la inmediatez que hay que recorrer. Desde este punto de vista es verdad: una simplicidad, en el sentido de una inmediatez de comunicación, se conquista.
Escuchando los nuevos temas, los arreglos, las melodías, me parecen más complejas, más evolucionadas con respecto a las primeras. No creo que esto sea contradictorio con esto que estás diciendo sobre la simplicidad…
Yo vengo –si se puede decir así– de la escucha del folclore, mucho folclore. En los años en los que no compuse, en este tiempo de silencio, escuché música latinoamericana de cantautores. En este sentido creo que se puede notar un empleo de ritmos latinos y tiempos propios de las baladas.
También en América Latina las canciones que más se cantan, que entraron en el repertorio de las comunidades de CL, fueron compuestas entre 1985 y 1990-92, cuando el movimiento de Comunión y Liberación se radicó en los distintos países. Luego casi nada, o muy poco.
Lo que puedo decir es que las canciones las escribí yo pero no las siento como cosa mía. El otro día leía el texto de Toda la vida: «el corazón no se conforma con gritos muertos de infinito; el corazón quiere la eternidad». Y mientras la leía no podía creer haber sido justamente yo quien había escrito esta canción. Me preguntaba cómo habría podido, como habría llegado a escribir esas palabras.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón