Empieza la cuenta atrás. Dentro de unas semanas abrirá sus puertas el mayor evento cultural que se celebra en Europa (y quizás en el mundo). Pero, ¿cómo se llega a lo que vamos a ver en la Feria de Rimini? Entre imprevistos, gente importante y «personas que te suplican poder trabajar gratis», nos hemos metido detrás de las bambalinas para contároslo...
Piergiorgio está en el tercer piso. Va camino de los 76, pero está mucho mejor que muchos de nosotros no tan mayores. Como Jefe de estación ha recorrido toda la llanura Padana, desde Gallarate hasta Viserba. Ha estado dando la salida a trenes hasta que se ha jubilado. Ahora, en el Meeting de Rimini, dirige el archivo de vídeo, rebobina las grabaciones de los encuentros y atiende la revista de prensa. «Me invitaron a trabajar aquí y accedí con gusto. Así puedo aportar algo al Meeting. Aquí se vive claramente una amistad verdadera». Piergiorgio es un voluntario, es decir uno de los cimientos de este evento que lleva treinta años de historia. Pero la oficina de los voluntarios se abre por la tarde, porque la responsable, Donatella Magnani, “Dodi”, trabaja por la mañana como maestra en una guardería. Estamos en Rimini, en vía Flaminia. No está lejos del estadio de fútbol –una nota dolorosa: el Rimini acaba de descender de categoría–. La calle tiene carril bici, árboles y villas. La de la Fundación Meeting para la Amistad entre los Pueblos tiene tres pisos y la fachada blanca. Unos pocos escalones y comienza la aventura previa a la aventura, un día en el laboratorio del Meeting, una jornada que en realidad dura todo un año con el equipo que está detrás del Meeting: 14 empleados, 4 chicos que cumplen el servicio social, otra chica contratada y 4-5 voluntarios como Piergiorgio… Aquí se origina el zafarrancho de finales de agosto. Pero no sólo aquí, porque con los ocupantes de la villa blanca trabajan decenas de personas diseminadas por toda Italia y por todo el mundo, que comienzan a pensar y a discutir sobre el título del año siguiente antes de que empiece el Meeting del año en curso. Es difícil hacerse una idea de lo que es esta empresa. Porque todo comienza en estos tres pisos y acaba siendo un rascacielos, un escalón tras otro, hasta reunir a los 4.000 voluntarios, unas 8 ó 10 exposiciones, los espectáculos, los 6 restaurantes típicos, los 8 bares, el área de comida rápida, los actos, el pabellón de los niños, los invitados más o menos conocidos y las 700.000 personas que llegarán a Rimini a finales de agosto; en el balance de 2008, 10 millones. La víspera de la apertura del Meeting, uno de los principales eventos culturales de Europa, si no el más importante, la villa se vaciará completamente y sus ocupantes se trasladarán con sus bártulos a los pabellones de la feria, listos para el último desafío, el más difícil: recibir a los miles de visitantes, a los invitados –desde un premio Nobel al Primer Ministro, del ex premier inglés Tony Blair a Mario Calabresi, director de La Stampa– y conseguir que todo funcione como siempre ha funcionado.
Pero por el momento sigue vigente el horario ordinario de oficina: de 9 a 13.30 y de 14.30 a 18.30. En junio, durante el día que paso aquí –con una parada para una parrillada de pescado con el jefe de la oficina de prensa, Matteo Lessi, y su familia–, ya se está llegando al grado de Alerta 1, el periodo en el que se empieza a salir tarde, a las 20.30, poco antes de que desaparezca cualquier límite horario. «El Meeting es una especie de batidora gigante», dice la presidenta, Emilia Guarnieri, la memoria, no sólo histórica, sino del sentido de la historia del Meeting. Ella está desde siempre. Los demás la miran y lo reconocen. «Creo que me quieren porque reconocemos que juntos estamos intentándolo. Uno puede equivocarse, el otro también, pero estamos probando». El primero que llega es Marco Pacelli, nombre de guerra “Pacho”. Era programador de sistemas, especialista en cartografía informatizada. No le gustaba su trabajo. Era un “simple” voluntario. Dio un paso más, y aquí está. Pacho se ocupa de todo, durante el año se llama “mantenimiento ordinario”. «Dentro o fuera de aquí. Si la presidenta, Emilia, tiene problemas con el PC de su casa un sábado, allá voy yo». Durante el Meeting el mantenimiento es extraordinario: escritores con el servidor averiado, premios Nobel en busca de una conexión rápida. Pacho socorre a todos. En estos momentos su escritorio está lleno de tarjetas telefónicas y de móviles, unos 150. «Cada uno se hace de año en año una tarjeta de memoria. Yo asigno nuevamente la tarjeta a la persona, de modo que puede recuperar lo que había ido guardando». La oficina de Pacho es como un bazar en el que puedes encontrar cualquier cosa, pero él está particularmente orgulloso del sistema de inscripción de voluntarios por Internet.
Marco, Mateo y Lucía participan en las reuniones. Marco Aluigi es el encargado de hablar con los protagonistas. Puede contarnos historias de miedo, como cuando se espera con taquicardia a un invitado que no quiere que le pillen (como Valentino Rossi), e historias divertidas como ciertas llamadas inesperadas, sin filtro, «¿Doctor Aluigi? Soy Silvio Berlusconi». O como una comida con Arrigo Sacchi en la que tuvo que estar todo el tiempo conteniendo la risa porque no podía quitarse de la cabeza la imitación que el cómico italiano Maurizio Crozza había hecho de él. A su espalda, fotos de personas que, con el método “venid y lo veréis”, no sólo han descubierto el Meeting sino una amistad. «El que tiene esta experiencia se convierte luego en el mejor testigo, como la jurista estadounidense Mary Ann Glendon. En el acto de presentación del Meeting en Washington utilizó precisamente la palabra “encuentro”, no meeting, que para los americanos suena más formal». Falta Otello Cenci, el responsable de los espectáculos, pero como ya hemos dicho, aquí se hace el trabajo, pero no sólo aquí.
El bañador del cardenal. Por todas partes hay cajas de mudanza, últimas llamadas, vidas cruzadas. Nicoletta Castelli es la responsable de relaciones públicas. Con ella se encuentra Alessia Lachi. Nicoletta ha trabajado con anterioridad en las exposiciones y en los encuentros, antes de llegar aquí. Ha tenido tres hijas y con cada una ha ido cambiando de trabajo. Luego decidió no cambiarse más. Se encarga de las presentaciones, en Italia y en el extranjero, de las relaciones con los invitados y con las instituciones, de las coincidencias que pueden resultar más o menos peligrosas (hacer que éste se cruce con aquel y que no se encuentre con ese otro). Aquí se organizan las azafatas. Aquí es donde se cuentan los pasos que hay entre el salón de los invitados y el baño, porque el staff del VIP de turno debe saber incluso eso. Aquí, siempre que sea posible, se atiende a las exigencias más disparatadas. Como comprar un traje de baño “adecuado” para el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena que, como la habitación del hotel a orillas del mar no estaba lista, exclamó: «Creo que voy a ir a la playa». Aquí se intenta prever el carácter del invitado, no vaya a ser que le reserves una mesa en el restaurante de lujo y lo que le apetezca sea tomarse una piadina con el pueblo llano. Están los que llegan y se quedan lo justo: llego, hablo y me voy. Y los que en cambio, como hizo Giampaolo Pansa hace un año, piden quedarse.
El Meeting es un trabajo extraño, te obliga a aprender constantemente, como si tuvieses que volver al pupitre del colegio. Es lo que le ha ocurrido a Alessandra Vitez, responsable de las exposiciones, una licenciada en química farmacéutica, que comparte el espacio de su oficina con un jarrón griego falso y una radio de Praga auténtica, resto de una exposición sobre la Primavera de Praga. Alessandra ha vuelto a estudiar arte, ciencias, de todo. Recibe al año cincuenta propuestas de exposiciones y debe escoger ocho ó diez. La llaman “doña No”. Intenta comprender la relación que puede haber entre el título del Meeting y la exposición, y si no la encuentra, la tacha. El día antes de la inauguración se pasea por los salones con un trapo y un spray limpiador y va quitando cualquier mancha o mota de polvo que encuentra. Cuando comienza el Meeting, por fin puede relajarse. En la pared de su despacho, muchas fotos con Julián Carrón. Ella es la que le acompaña a visitar el Meeting. La llaman “la azafata de Carrón”.
D’Artagnan y los dos pc. El Meeting hace que te den ganas de usar las manos, es el paraíso de la acción. Lo explica Sandro Ricci, cuya oficina se encuentra al fondo a la izquierda, en la planta baja. La que le cuida es su ayudante Maria Angela Matteoni, la empleada más antigua del Meeting. Desde hace treinta años. «Muchos de los que trabajan ahora aquí, no habían nacido. Esta experiencia me ayuda a esclarecer mi vocación». Ricci coordina los diferentes departamentos, cada uno con su presupuesto y su autonomía: «Al principio como Director general lo hacía todo y ahora lo echo un poco en falta, porque yo soy muy de hacer las cosas. En este momento, estaba tratando con los ferrocarriles para decidir las paradas extraordinarias de los trenes en Rimini Fiera, pero si hay algo que no funciona, como la instalación del aire acondicionado, me pongo manos a la obra».
En cambio Marco es el Director comercial. Se licenció en Derecho pero luego puso su perilla –que junto al corte de pelo le da un aire de mosquetero– al servicio de la causa donantes-patrocinadores. Trata con los socios, piensa en los restaurantes, en la publicidad. Esta es la tarea más difícil. «Con la crisis, las cifras han disminuido, pero no en la misma medida que en otras realidades». Marco “D’Artagnan” ha visto cómo se ha transformado el Meeting. «Cuando llegué, en diciembre de 1995, había dos PC. Uno en la oficina comercial. Lo llamábamos “portátil”. El otro en la centralita. Hacíamos cola para usarlo». Donde sí que se hace cola es delante de Roberto Gambuti, porque es el responsable de la “caja” desde 2005. «Llegué a primeros de agosto, cuando se estaba cargando el camión: por poco me da un infarto». Es el administrador: firma el balance al final de cada año, durante el Meeting cierra las cuentas al terminar cada día. Instruye a los cajeros para que eviten los intentos de robo, las trampas, y solventa cualquier posible incidente. «La Virgen siempre nos ha cuidado, especialmente a los que mueven las carretillas elevadoras…».
Obra y destino. Pero nada de todo esto funcionaría sin los dos últimos despachos que visito, cuando ya atardece. Primera puerta. Por fin ha llegado “Dodi”. «Yo digo que este es el corazón del Meeting». La secretaría de los voluntarios. Donatella Magnani está aquí desde 1980, no siempre haciendo el mismo trabajo, pero con el mismo ideal. «Me di cuenta de que se me pedía un salto, como estar disponible para ir a misiones». Se necesita gran humanidad en este área, capacidad para conocer a las personas, para poner a 4.000 vidas en el lugar adecuado para que se encuentren bien. «A lo que no me acostumbraré nunca es a decir que no a gente que te suplica venir a trabajar gratis». Segunda puerta: «Desde aquí se ve todo el Meeting, la gente pasa y se asoma. Observo con mucha curiosidad cómo se mueve el trabajo de los que están aquí y que, en muchos casos, no son los mismos que empezaron. Una obra no es el fruto de un proyecto, sino de aquél que la hace, y que persigue una tarea determinada. Me gusta verlo». Emilia Guarnieri, la presidenta, sostiene que no responde al perfil de un manager sino más bien al de un maestro. Empezamos con ella y terminamos con ella. Las paredes del despacho de la presidenta están vacías, sólo hay un cuadrito delante de la mesa, «es un regalo de mi marido». En el cuadro hay una frase. «A través de lo que estoy haciendo ahora comprendo qué es el destino». L. Giussani.
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